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Opinión: Memoria del día en que descubrí a Gabo

Publicado el 22 abril 2014 por Despiram @FrikArteWeb

[Sección Literatura] Opinión: Memoria del día en que descubrí a Gabo

Marzo de 1986. Sobre las 4 de la tarde. A esa hora, los niños del colegio sólo pensábamos en que quedaba poco menos de una hora para que, por fin, y otro día más, terminase nuestro encierro vespertino. Las tardes se iban alargando poco a poco y sinceramente, lo que la mayoría de nosotros deseábamos a esas horas era salir, correr, jugar… Miento. Algunos, lo que en realidad deseábamos en cuanto acababa el colegio era coger la mochila, echárnosla al hombro y salir corriendo… en dirección a nuestra casa. Nos gustaba leer. “Raros”, nos llamaban entonces. Vale, sí, y otras cosas que no vienen al caso. Y el caso precisamente es que esa tarde, a eso de las cuatro tocaba clase de lengua. Y llegó el consabido momento en el que el profesor anotaba en la pizarra las opciones entre las que podíamos elegir el libro que deberíamos leer ese trimestre. Nunca nos gustaba ninguno, cosas de tener que leer por obligación, y eso nos pasaba incluso a los raros, a los que nos gustaba leer. No recuerdo cuáles eran las otras opciones que aparecían en la pizarra, pero sí sé que uno de los títulos me llamó la atención sobre los demás. “CIEN AÑOS DE SOLEDAD. Gabriel García Márquez”. Así de buenas a primeras, y para mi mirada de niño de 11 años, me parecía un título triste. La soledad no me parecía algo bueno, y cien años era mucho más de lo que uno podía imaginar. Aun así, lo apunté en mi libreta, y en cuanto llegué a casa pedí permiso para usar la enciclopedia familiar, que de diario nos miraba con gesto adusto desde una estantería del salón. Sentado en el sofá, empecé a buscar: “García Márquez, Gabriel José de la Concordia: Aracataca, 6 de marzo de 1927”. Apunté en la contratapa de mi cuaderno de lengua “Aracataca”. Luego buscaría por donde quedaba ese sitio que no me sonaba de haber escuchado ni una sola vez en toda mi vida. Continué leyendo hasta que llegué a un epígrafe que bajo el título OBRAS. Allí, al lado del año 1967 aparecía mi libro: CIEN AÑOS DE SOLEDAD, y una breve descripción: “El libro narra la historia de la familia Buendía a lo largo de siete generaciones en el pueblo ficticio de Macondo”. Aracataca, Macondo… Mi mundo se estaba ensanchando a pasos agigantados. Y la familia Buendía. Siete generaciones, como poco después mis padres se encargaron de explicarme, significaba que el primer Buendía tenía hijos, y este a su vez tenía hijos, y este último a su vez… Así hasta siete. A mis once años, acercarme a Cien años de soledad, aun desde mi destreza aprendida de lector precoz, se me antojaba como pensar en hacer cumbre en el Himalaya cuando la única cumbre que has subido en tu corta vida es la colina a la que a veces, cuando salías del colegio y querías estar solo, subías en apenas cien zancadas. Pero las ganas de subir esa montaña, de conocer a esa familia Buendía, de acompañarla a través de esos cien años de soledad fueron más fuertes que mi miedo. Tuve que esperar varios días hasta que el librero de mi barrio, por fin, me trajo un ejemplar. Empecé a ojearlo por el principio y… “Mucho tiempo después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”… No sería una exageración decir que después de leer aquel libro mi concepto de la literatura cambió para siempre. Y ahora, cada vez que pregunto a alguien si ha leído Cien años de soledad y me contesta que no, le miro con envidia… Con la envidia de quien puede descubrir un tesoro escondido por primera vez.

[pinit]

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