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Otra historia de amor

Publicado el 25 septiembre 2014 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
Ludmila tenía el contorno de sus ojos un poco oscurecido, las piernas flacas y un flequillo que se le ondulaba hacia el costado. La conocí en un bar donde pasaban canciones de Heroes del Silencio,  la cerveza era barata y daban maní en vez de pochoclos, ella era amiga de un amigo de otro amigo. Ambos nos aburrimos de las conversaciones histéricas entre los sexos opuestos. Luego de una noche en la que nos convidamos sonrisas y criticamos a otros, en especial a los que no conocíamos, logré conseguir su teléfono.
Esperé al martes siguiente para comunicarme, aún yo tenía la vieja usanza que me había transmitido un ex playboy pasado de peso. Nuestra primer cita fue en una plaza, en ese tiempo yo no tenía dinero y creí que pasar por romántico podría disimular mi falta de solidez monetaria. Ese encuentro se dividió en un antes y un después del beso. Romper ese hielo fue clave, no importaba que nos hubiéramos dado algún que otro beso medio borrachos. El beso de día es mucho más importante, da lugar a que ambos hablemos por un rato de los nervios que teníamos hace media hora y dió lugar a que nos revolcaramos durante un rato llenando nuestra ropa de pasto. El olor a pasto es un gran delator de encuentros románticos mágicos como también lo es de la torpeza de uno cuando camina. Luego tomamos una cerveza, le conté de mi hipocondría: los dolores detrás de la oreja izquierda, el pecho y la boca del estómago. Ella rió, ví que tenía unos dientes un poco separados y eso me volvio loco. Hablamos un poco de cine y de lo que nos gustaría leer. Nos despedimos cuando vino mi colectivo, mi viaje se pasó rápido.
Creo recordar que nos vimos algunas veces más hasta arreglar la noche en la que tendríamos sexo, tardamos porque ella parecía no estar muy segura y cambiaba de tema, sin embargo dejaba que mis manos exploraran a gusto y placer. No mentiré y diré que no me importaba intimar, es decir, si me importaba pero no estaba apurado por el asunto. Ese espacio con Ludmila me hacía bien, las charlas eran desprejuiciadas, lejanas de la realidad, aprendía a ver cosas de otra forma, estaba muy cómodo y enamorado porque no decirlo. Para no presionarla le confesé que el sexo no era demasiado importante para mí, cosa que tambien dije para sacarme un poco la presión que me daba competir con esas caderas y no estar a la altura. Ella confesó la importancia del sexo para ella, lo que le hacía sentir, lo que la divertía, el deseo que sentía. Aumentó mi presión. Pusimos una primer fecha que se suspendió por su regla, sin embargo esa noche dormimos juntos, momento que recuerdo con placer y con calor en el cuerpo.
El Miércoles siguiente nos encontramos en una plaza que yo sabía cercana a un hotel no tan caro pero que por recomendaciones sabía limpio. Nos pusimos al día durante unos minutos, antes de partir ella quebró el ambiente con una confesión: 
-Te tengo que decir una cosa y eso es lo que va a decidir que va a pasar entre nosotros, fui un poco egoísta porque no sabía como ibas a reaccionar y no quería perderte. Por ello aprovecho para decirte que te amo y que sos una de esas personas preferidas que la naturaleza nos pone en el camino. Pero y como siempre los peros generando dudas no tan dudas, tengo que decirte que tengo SIDA, y que no te voy a reprochar nada si te vas.
La bese y abrace fuerte. Le contesté que eran las palabras más bellas que me habían dicho en toda mi vida, le dije que no se lo decía por lastima (no puedo evitar hacer chistes en momentos de tensión). Que más que nunca quería hacer el amor con ella. Y así fue, nos amamos varias veces por decirlo de alguna manera. Tal como dice el mito de los andróginos, juntos y unidos sentí que nos hicimos poderosos e imparables.
Seguimos compartiendo tardes, noches y mediodías, yo abandoné a mis amigos y casi no hacía otros planes que incluyeran a Ludmila. Mi apatía se había derrumbado por el arrollador paso de su optimismo y alegría. Pondría un pero, pero para mí este pero es de los peros que Ludmila señaló como generadores de dudas, tampoco pienso que todos los peros sean malos pero como la amo voy a usar los peros como a ella le parece. Voy a poner directamente que una tarde después de recorrer nuestros cuerpos, mirarnos con ojos de enamorados, retozando frente a la tv se me ocurrió imprudentemente, con ella entre dormida sacarle un granito de la espalda. El contenido volador ingresó en mi cuerpo contagiandome de su enfermedad mortal.
Ludmila me hizo el recorrido de médicos, que no creían que el contagio fuera así. Pero yo no cedí un instante en mi convencimiento, ella me apoyaba. Me hizo un poco feliz que nos convencieramos de que el amor nos podría generar la muerte y que la muerte es una fatalidad absurda que puede ser hija de una estupidez como explotar granitos ajenos. Nuestro amor sigue adelante mientras nos Vamos marchitando juntos. Todavía discutimos de cine, todavía tenemos cosas por leer, todavía ella, todavía hacemos el amor. Creo que haremos cosas por mucho tiempo más, al menos lo merecemos por optimistas

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