Revista Sociedad

Panamá, Conde y otros sinsabores

Publicado el 20 abril 2016 por Abel Ros

Por mucha cara de póker que pusiera José Manuel Soria, al enterarse que su nombre figuraba en los papeles de Panamá, lo cierto y verdad, es que lo han pillado con las manos en el ajo. En este país hay – como dicen por ahí – dos varas de medir: una para los robagallinas de toda la vida y otra para los pudientes, aquellos de cuello blanco que tienen contactos y saben moverse por los tentáculos del sistema. Uno de ellos, por poner un ejemplo, es Mario Conde. Desde que salió de la cárcel ha publicado libros; ha opinado en debates televisivos y, para más inri, ha dado clases de moralidad económica a través de su Facebook. Lo ha hecho, y no habría nada de malo en ello sino hubiese escondido – presuntamente – cadáveres en su armario.

A veces me pregunto: ¿se piensan "los de arriba" que "los de abajo" somos idiotas?, ¿se piensan que nos tragamos sus milongas con esas bobadas de los portales de la transparencia? Digo bobadas porque la visibilidad del patrimonio no es condición suficiente para salvar la honorabilidad de los elegidos. Aunque la corrupción sea irrisoria si la comparamos con el extenso número de alcaldes y diputados que hay en nuestros prados; lo cierto y verdad, es que un garbanzo negro amarga el mejor de los cocidos. En días como hoy, con la que está cayendo en muchos hogares españoles, resulta indignante que señores declarados insolventes – me refiero a Mario Conde – hagan de las suyas para lavar, supuestamente, trece millones de euros procedentes de Banesto.

Aunque al Gobierno se le llene la boca hablando de "tolerancia cero" a la corrupción; los hechos – que al fin y al cabo son los que cuentan – señalan para otro lado. Digo esto, queridísimos lectores, porque la Ley de Amnistía Fiscal fue – y es – un claro ejemplo de tolerancia y vista gorda al ladrón de guante blanco. La ley fue – y es – una herramienta para evacuar las aguas que inundan los paraísos fiscales. Un cincel maquiavélico – y valga la metáfora – para hacer caja en tiempos de vacas flacas; a costa del dinero obtenido mediante mecanismos fraudulentos. Dicen las lenguas oficiales que Hacienda somos todos; que la ley es igual para todos – en palabras de Juan Carlos – y que en este país: el que la hace, la paga. Sin embargo, la realidad corrobora lo contrario. Vemos como señores multimillonarios están de patitas en la calle; mientras otros – gente humilde e ignorante -, por errores insignificantes, están muertos de asco en cárceles españolas. Son precisamente las corrientes clientelares; las puertas giratorias y las tapaderas familiares; las que explican gran parte de tales tropelías.

Desde los papeles de Bárcenas; pasando por Iñaki Urdangarín, el caso Rato, los ERE de Andalucía y aterrizando en el ayuntamiento de Granada, la corrupción se ha convertido en un problema capital para la opinión pública española. Tanto es así, que algunos medios internacionales han comparado a nuestro país como "la Venezuela de Europa". Un país, de pillos y granujas – como diría Shakespeare si nos oyera -, donde la golfería cabalga a sus anchas por el césped de gobiernos cuestionados. Ministros, cantantes, actores y hasta la mujer de Felipe González aparecen en los papeles de Panamá. Papeles que gracias a su publicación ponen en evidencia el mal ejemplo de ”los de arriba" a "los de abajo". Así las cosas, los portales de la transparencia, e inventos por el estilo, valen más bien poco; si quienes allí aparecen ocultan parte de sus riquezas en lugares opacos.


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