Revista Cultura y Ocio

Para Isabel Fraire

Publicado el 29 julio 2009 por Sonicreducer
Para justificar mi presencia en esta mesa es necesario remontarme 22 años atrás. Participaba yo en un taller de literatura en el Museo del Chopo y una tarea que me impuse era la de acudir a las librerías del centro para desasnarme hasta donde fuera posible. En Librería Madero, un local entonces oscuro y un tanto descuidado, hallé un libro editado por Joaquín Mortiz, de sobria portada con un color verde grisáceo. Poemas en el regazo de la muerte. Lo abrí y las primeras líneas que enfrenté fueron las de “Poema de amor”.
En el cuarto de hospital
toda la noche
la mujer gritando
Juan
Juan
en dónde estás
no me puedo mover
no puedo mover mi pierna
ni mis brazos
Juan
no sé cómo llegar a donde estás
no puedo salir de aquí
Juan
estoy desesperada
no me puedo mover
Juan
Para Isabel FraireAllí estaba, ante mí, una definición tierna, dolorosa, desesperada, suplicante y distinta; que, nacida entre los pasillos de un hospital, sólo pudo ser traslada al papel por una sensibilidad alerta, incluso en ese espacio donde —es fácil suponer— el afán poético se repliega ante el malestar. Y, sin embargo, esta poeta, de quien el volumen no ofrecía datos biográficos, había extraído del pesar una luz amorosa trágica y poderosa. El “Poema de amor” de Isabel Fraire dejaba en vilo al lector y sin imaginar a donde me iba a conducir esa experiencia, adquirí el libro.
Con los años y hurgando ante todo en librerías de viejo, llegaron otros volúmenes y hallazgos que aún hoy mantienen el halo de sorpresa y revelación. Pero encontrar los títulos firmados por Isabel Fraire no ha sido sencillo. Como ocurre con los autores de culto —y lo digo, en la antigua acepción, cuando un creador era seguido por una vasta minoría que apenas conseguía agotar un tiraje de mil ejemplares—, sus obras no suelen arribar al mercado de segunda mano y su adquisición está sujeta, por lo tanto, a vaivenes insospechados. Además en aquellos años, a la mínima presencia de su obra contribuía un hecho adicional: Isabel no vivía en México. Es decir, su nombre no figuraba debidamente en la escena literaria ni su presencia era regular en la prensa cultural.
Por supuesto —me advertiría Isabel— las cosas no fueron así. Su tránsito por otras naciones no la apartó de la escritura. En Londres, por ejemplo, se sumergió en la elaboración de una antología de Pensadores norteamericanos del siglo 19 (Siglo XXI Editores), traducida por ella, y a pesar de la distancia siguió proveyendo con cuentos, ensayos y poemas a diversas publicaciones mexicanas.
Para Isabel FraireVolviendo a ese primer encuentro, Poemas en el regazo de la muerte es un libro que provoca avidez. Su atmósfera de un mundo simultáneamente renovado y melancólico aviva una especie de serena nostalgia que sólo puede equipararse con la que ciertos temas de The Beatles provocan: la añoranza por lugares que no hemos conocido, pero sí soñado. El acento coloquial del libro, donde la ironía y el azoro ofrecen una inédita versión de la realidad, me llevan a imaginar a Isabel como integrante del Grupo Poético de Liverpool, y la veo junto a Brian Patten, Adrian Henry y Roger McGough, poetas quienes con la música pop y el jazz aprendieron a rimar con flexibilidad, a jugar con la concisión y encontraron epifanías en los actos cotidianos.
Puente colgante (editado por la UAM en 1997) y Kaleidoscopio insomne (del FCE, de 2004), que reúnen sus poemarios, le dan forma a un corpus antes disperso y permiten advertir los diversos tonos de una obra compacta e íntima que sigue siendo asunto —diría Fraire— “de lectores necios”. En consonancia con Poemas en el regazo de la muerte están Irse para volver y Atando cabos; en estos tres poemarios el acento es el de una cómplice que, sin ceremonias bañadas en almidón, envía postales en las que descifra al mundo. A veces con una sonrisa pícara, a veces con el aliento amargo de la pesadilla, Fraire escribe de aquello que le conmueve, asombra o irrita: el amor, la calle y la ciudad, el arte, la política y la familia. Y lo hace con el don del artista que en unos segundos traza, con la guía del pulso, un círculo perfecto. Mas no se dejen engañar: la sencillez de sus poemas es aparente. Cada uno es fruto de la depuración y de la exigencia.
Para Isabel FraireDel otro lado, los libros Sólo esta luz y Encuentros casuales, largamente meditadas rendiciones, volumen que circuló primero en inglés, parecen nacidos en un estado de vigilia hermanado con el que empujó a Xavier Villaurrutia y José Gorostiza a dar paseos donde la angustia, la sombra y la soledad abrían y clausuraban el camino a medida que era explorado. Isabel Fraire se adentra —sin titubeos— en el tiempo, la luz y la mirada, y de tal experiencia emerge no con respuestas, sino con enigmas que nos recuerdan cuán necesario es asomarnos a los intersticios que hay entre las palabras.
Un abuelo de Isabel Fraire, contagiado por la fiebre de oro, fue gambusino en el Río Klondike, en Alaska. Quiero imaginar que su frenesí y empeño lo llevaron a descubrir fulgores en una tierra ignota con la misma pasión que su nieta, gambusina de libros y revistas, halló joyas en otra lengua y decidió compartirlas en dos libros que merecen la reedición: Seis poetas de lengua inglesa (Sep Setentas, 1976) y Caja de Pandora (Liberta Sumaria, 1982). Aplaudo la sinceridad de la antologadora y traductora por no vestir a estas antologías con crinolinas académicas y sí, en cambio, por ofrecer al lector un acercamiento cálido e inteligente hacia obras y autores que aún estamos descubriendo. Isabel Fraire, con su amor a la poesía ha iluminado vastas zonas, difundiendo en nuestro idioma a Lew Welch, William Carlos Williams, Ezra Pound, Quincy Troupe, T.S. Eliot y Lawrence Ferlinghetti, entre otros.
Como lector, confieso que es impagable mi deuda contraída con ella. En el prefacio de Seis poetas de lengua inglesa, la autora afirma que la poesía es, en esencia, revolucionaria “porque subvertir el statu quo mental es liberar al hombre de cadenas invisibles (…) y estas cadenas son, precisamente, las que hacen funcionar a todas demás (económicas, políticas, psíquicas, morales)”. Desde hace más de medio siglo, Isabel Fraire comenzó a subvertir espíritus y ofrecer otro modo de acercarse a la realidad.
Es cierto que la poesía tiene hoy una presencia reducida en las mesas de novedades; cierto es, también, que la usura rige a gran parte del mercado bibliográfico, y que en los periódicos tanto las secciones culturales como los suplementos son especies en extinción. Pero en oposición a ese panorama también es válido y necesario recordar que es cierta la existencia de Puente colgante y Kaleidoscopio insomne, obras signadas por la claridad e investidas por una fina y honda capacidad de observación. Y en particular, tenemos la certeza y el privilegio de poder decir: somos contemporáneos de Isabel Fraire, de su palabra cardinal.
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Palabras leídas por el autor de este blog el 26 de julio en el homenaje que el Conaculta e INBA dedicaron a la poeta, ensayista y traductora Isabel Fraire en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Lo singular es que ninguno de los organizadores le preguntó a Fraire su fecha de nacimiento... y no es en julio, sino el 8 de diciembre. La confusión nació de que varios diccionarios y enciclopedias tomaron a pie juntillas el prólogo de Poesía en movimiento, donde Octavio Paz señala que por su obra, el carácter de Fraire corresponde al signo de Leo.

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