Revista En Femenino

Para recapacitar un poco: Carta a un hijo

Por Noelia-Golosi @ElBlogDeGolosi

Estoy segura de que muchas y muchos de vosotros os sentiréis reflejados en el texto que copio más abajo; espero que no como norma en vuestra vida ni quizá de forma tan extremada, pero seguro que podéis identificar alguna ocasión en la que haya sido algo parecido. Y si no es así... enhorabuena!

No acostumbro a destinar mis posts a publicar material ajeno, sobre todo sin citar la fuente - por desconocerla -, pero en este caso el texto me ha llegado tanto al alma y refleja tan bien lo que pretende, que lo he creído más que conveniente. Ni en mil años yo sería capaz de relatarlo mejor.

Lo puso un buen amigo en su Facebook y aun no había acabado de leerlo cuando ya estaba con la lágrima fuera; no sé si eso es mala señal. Espero no haberme comportado así en muchas ocasiones; yo creo que no. De hecho creo que nunca me he comportado así tal cual; el caso que se relata es muy radical, de todo un día. Pero también es verdad que así se capta el mensaje a la perfección.

No sé si por nuestro ritmo de vida, por lo exigentes que somos con nuestros hijos o por un sentimiento de inferioridad respecto a no sé muy bien qué o quién, hay veces que parece que sólo somos capaces de ver lo menos bueno de los demás y criticarlo aun cuando esto "menos bueno" es así por la inocencia y felicidad de los que más queremos.

Os dejo el texto que a mí me removió tanto. Sólo con que haga recapacitar sobre nuestra falta de paciencia y de comprensión en determinadas situaciones, habrá valido la pena este post.

Carta a un hijo. Paciencia, comprensión y cariño

Para que adivinen cuánto les queremos, debemos ponérselo
fácil demostrándolo

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------- CARTA A UN HIJO
Era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me hallaba de mal humor.

Te regañé porque te estabas tardando demasiado en desayunar, te grité porque no parabas de jugar con los cubiertos y te reñí porque masticabas con la boca abierta.

Comenzaste a refunfuñar y entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso te empujé para que fueras a cambiarte de inmediato.

Camino a la escuela no hablaste. Sentado en el asiento llevabas la mirada perdida. Te despediste de mi tímidamente y yo sólo te advertí que no te portaras mal.

Por la tarde, cuando regresé a casa después de un día de mucho trabajo, te encontré jugando. Llevabas puestos tus pantalones nuevos y estabas sucio y mojado.

Te dije que debías cuidar la ropa y los zapatos; que parecía no interesarte mucho el sacrificio de tus padres para vestirte. Te hice entrar a la habitación para que te cambiaras de ropa y mientras marchabas delante de mi te indiqué que caminaras erguido.

Más tarde continuaste haciendo ruido y corriendo por toda la casa.

A la hora de cenar arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso porque no parabas de jugar. Con un golpe sobre la mesa grité que no soportaba más ese escándalo y me fui a mi cuarto.

Al poco rato mi ira comenzó a apagarse.

Me di cuenta de que había exagerado mi postura y tuve el deseo de buscarte para darte una caricia, pero no pude. Cómo podía un padre, después de hacer tal escena de indignación, mostrarse sumiso y arrepentido?

Luego escuché unos golpecitos en la puerta. 'Adelante' ... dije, adivinando que eras tú. Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la habitación.

Te miré con seriedad y pregunté: ¿Te vas a dormir? ... ¿vienes a despedirte?

No contestaste. Caminaste lentamente con tus pequeños pasitos y sin que me lo esperara, aceleraste tu andar para echarte en mis brazos cariñosamente.

Te abracé ..... y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado cuerpecito.

Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso suavemente en la mejilla.

Sentí que mi alma se partía.

'Hasta mañana papi' me dijiste.

¿Qué es lo que estaba haciendo?

¿Por qué me desesperaba tan fácilmente?

Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta, a exigirte como si fueras igual a mí y ciertamente no eras igual.

Tu tenias unas cualidades de las que yo carecía: eras legítimo, puro, bueno…

Después de un rato entré a tu habitación y encendí con cuidado una lámpara.

Dormías profundamente.

Tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu boca entreabierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé.

Me incliné para rozar con mis labios tu mejilla, respiré tu aroma limpio y dulce.

No pude contener el sollozo y cerré los ojos.

Una de mis lágrimas cayó en tu piel. No te inmutaste.

Me puse de rodillas y te pedí perdón en silencio.

Te cubrí cuidadosamente con la sabana y salí de la habitación........

Algún día sabrás que los padres no somos perfectos, pero sobre todo, ojalá te des cuenta de que, pese a todos mis errores, te amo más que a mi vida.

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