Revista Psicología

Paraidolias

Por Lizardo

Dentro del acápite de los engaños sensoriales -donde se producen nuevas percepciones, en respuesta a un estímulo externo- son incluidas las ilusiones.
Las ilusiones, ah, las ilusiones, no las amorosas, claro está -que para eso necesitaríamos toda una Encyclopaedia Britannica ad hoc-  sino verbigracia las ópticas, esas casi prestidigitaciones circenses  que nos arrojan de bruces sobre nuestra ingenua manera de concebir la visión: asumiendo identidad plena entre nuestras simplonas sensaciones y nuestras elaboradas y sofisticadas percepciones.
Porque la percepción, aunque al parecer tan sencilla e inocentona, es en realidad un proceso activo de conocimiento, sí señor. No es ver manchas u oír acordes nada más. Es mucho más que eso y no lo advertimos usualmente ni fácilmente. Es un elaborado proceso que pone en relación nuestra conciencia -comprimida en un ánfora de redondeado hueso- con el mundo exterior a través de la aprehensión y análisis de datos sensoriales
Por supuesto, las ilusiones sensoriales nada son del otro jueves para el público cultivado y sensible. Pero ellas pueden resultar material didáctico útil para médicos en agraz, usualmente tan orondos de racionalidad y córtex cerebral 100 % racional, 100 % consciente y 1000 % voluntario -sino más-. (Excusado me sea el alarde de docente de pregrado, suplicado está).
Los engaños sensoriales podrán así enfrentarlos a la travesura de varias estructuras encefálicas que laboran sin que ellos lo adviertan. ¡Horror! Pero, ¿cómo? si todo es cuestión de poner de parte de uno, si todo está en la mente, si todo es cuestión de fuerza de voluntad...
Ñanga. De allí a mirar por sobre el hombro los padeceres psicopatológicos un ápice hay. Y por ello urge plantear a los jóvenes médicos la sana desconfianza de la ingenua actividad mental, pues ello llevarlos podría a conclusiones pletóricas de la más malsana y deletérea inocencia.
Y es que nuestros córtices sensoriales se han acostumbrado de hallar a lo largo de su trajinada historia evolutiva algún sentido a los patrones sensoriales que se les ponen enfrente, requisito imprescindible para la supervivencia de la inerme especie que hemos sido. Y ahora en la urbe, ingratos nos, ni siquiera agradecemos el evolutivo favor. No: 100% racional, 1000% voluntario todo, 10 000% consciente todo.
Las paraidolias -o pareidolias- derivan su nombre etimológicamente del griego eidolon: "figura" o "imagen" y del prefijo par: "junto a" o "adjunta". Es decir, son imágenes que surgen cuando un individuo, utilizando los elementos de la percepción de un objeto real, los combina de forma  más o menos consciente, con una serie de elementos imaginativos y fantasiosos, sin llegar a perder en ningún momento el juicio de realidad ni la correcta interpretación del objeto percibido.
Los ejemplos típicos: las formas de las nubes. En un primer momento... nada. Y después... ¡pero si allí está y es clarísimo!
He aquí algunos trillados ejemplos sobre nuestra desesperada necesidad de encontrar sentido a las imágenes que nos rodean. Nuestra aparatosa angustia por encajar el entorno en una cómoda imagen recordable. Nuestra imperiosa ansia por descubrir la desesperada belleza de las constelaciones...
Paraidolias
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Por supuesto, huelgan los desnaturalizadores comentarios. ¿Quién no tiene su paraidolia favorita en algún rincón íntimo de la infancia o algún rincón infantil de su intimidad? Si hasta los tontuelos emoticones... pero imagínense.
____________Aquellas paraidolias de las nubes que he ofrecido corresponden a The Cloud Appreciation Society, (de quien este servidor es es el único orgulloso miembro en la aldea local).

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