Revista Viajes

Paraísos cercanos

Por Noeargar
Paraísos cercanos

Ha pasado ya un tiempo desde la última vez que escribimos algo por aquí, pero la ocasión sin duda lo merece. Después de más de un año de preparaciones nos embarcamos en un nuevo VIAJE, pero no vamos solos, esta vez viajamos junto a 16 viajeros más, que como nosotros un buen día decidieron dejarlo todo atrás y lanzarse a la aventura. Juntos, y con la coordinación de Editorial XPLORA y robotito.es, hemos dado forma a EL VIAJE, un proyecto solidario en el que todos hemos puesto mucha ilusión, y que ahora necesita de tu ayuda.

¿Qué es EL VIAJE?

La idea es simple, reunir una selección de las mejores imágenes tomadas por 18 viajeros durante sus grandes viajes a lo largo y ancho del mundo, para crear un álbum coral con el que recorrer a través de la peculiar mirada del viajero nuestro planeta. El resultado es EL VIAJE, un libro que recoge una selección de 185 fotografías tomadas en 74 países de los 6 continentes. Pero EL VIAJE es además un proyecto solidario, nuestra manera de contribuir para cambiar un poco el mundo, nuestro mundo. Todos los beneficios que consigamos con la venta del libro irán destinados a la ONG Colabora Birmania, para la ayuda a los inmigrantes birmanos en Mae Sot (Tailandia) a través de proyectos de educación y salud.

Si quieres conocer más acerca del proyecto puedes entrar en:
http://elviaje.editorialxplora.com/

¿Cómo puedes ayudar?

Para sacar el proyecto adelante necesitamos financiación, y es por esto que lo hemos incluido en una plataforma de crowdfunding. Su funcionamiento es muy sencillo, la persona que quiera realiza una aportación al proyecto, convirtiéndose de este modo en mecenas, dependiendo de cual sea su aportación, y siempre y cuando el proyecto salga adelante, se llevará una serie de recompensas, entre las que se encuentra por supuesto el libro. Si finalmente no sale adelante, el dinero será devuelto a todos los mecenas.

Si estás interesado, entra rápido en esta web y ayúdanos http://vkm.is/elviaje. Entre todos conseguiremos sacar EL VIAJE adelante.

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Durante 25.920.000 segundos viajamos a ninguna parte, ligeros de equipaje, sin rumbo fijo. 432.000 minutos en los que enterramos prejuicios, coleccionamos recuerdos y cosechamos experiencias. 300 días en los que subimos a lo más alto del continente africano, nos perdimos en la desconcertante India, rodeamos las montañas más altas de la tierra bajo el incesante monzón, atravesamos de Sur a Norte la gigantesca China, sentimos el infinito en el desierto del Gobi, exploramos en moto pequeños y encantadores poblados en Laos y buceamos por primera vez entre corales y peces de colores. 300 días en los que nos adentramos en el cráter de un volcán activo en Java, nos zambullidos en playas de ensueño en la polinesia, atravesamos el árido outback australiano, empequeñecimos con la majestuosidad y crudeza de los andes, penetramos en las profundidades de la tierra en las minas bolivianas y soñamos en la Antártida.

300 días en los que cambiamos la seguridad de la rutina por la incertidumbre de la aventura. Corrimos el riesgo de vivir un sueño traicionando a nuestros miedos.

Una breve parada en la que hemos experimentado, descubierto y sobre todo hemos vuelto a aprender todas aquellas cosas obvias que se olvidan con sorprendente facilidad, en un mundo donde lo material con lo humano, y la seguridad con la libertad, se confunden con extrema facilidad, y donde el tiempo no es más que un articulo de lujo o un capricho extravagante.

Hemos aprendido de nuevo que a menudo las cosas más valiosas se esconden en pequeños actos triviales carentes de toda utilidad; una ducha de agua caliente, "descubrir" nuevos rincones, una conversación, disfrutar de una cerveza fría, un amanecer o simplemente compartir con alguien los mismos deseos. Hemos visto como el ingenio del hombre es capaz, al mismo tiempo, de las cosas más maravillosas y las más absurdas, y como las personas viven en armonía en la naturaleza y enloquecen ahogados en envidias y rencores en las grandes ciudades. Hemos descubierto que no es del todo cierto que el que menos tiene es el que más da, si no el que menos necesita y que habitualmente es el que menos tiene. Pero si algo aprendimos en estos 300 días es que el tiempo es relativo, y que de poco sirve medirlo en segundos, minutos y horas.

Durante 25.920.000 segundos recorrimos 90.000 kilómetros, 22 países y 6 continentes. 432.000 minutos en los que tomamos decisiones, exploramos, convivimos, sufrimos, conocimos, compartimos, nos equivocamos, acertamos, disfrutamos e improvisamos. Para algunos una eternidad, para unos un instante, para otros, en cambio, una perdida de tiempo. 7.200 horas que quedarán por algún tiempo a salvo en nuestra memoria. Un tiempo en el que corrimos el riesgo de vivir nuestros sueños, porque no hay mayor derrota que el no haberlo intentado. 300 días en los que viajamos a ninguna parte. 300 días en los que nos olvidamos del tiempo. 300 días como 300 años.

Mi otro yo sonríe irónicamente, y se extiende por su rostro la palidez verdosa de la envidia. Ha desistido de infundirme la duda que ablanda nuestra voluntad y nos hace abandonar los propósitos mas firmes. Adivino que ahora va a someter mi proyecto a una crítica mordaz.

- Tu viaje es demasiado rápido -dice con mansedumbre hipócrita-. Si durase varios años, tal vez seria respetable; pero ¡dar la vuelta al mundo en unos cuantos meses! ¿Qué vas a ver? ¿Qué podrás contar?...

" [...] Tu vas a emplear en ello seis meses, pero de todo modos verás personas y cosas como en una representación cinematográfica. Solo podrás apreciar el aspecto exterior de los pueblos; no alcanzaras a poseer el más leve destello de su alma. ¿Para qué cansarte por tan mediocre resultado?...

A mi vez creo llegado el momento de hablar duramente.

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- El valor del tiempo está en relación con las facultades del que observa. Los días de viaje de algunos valen más que los años y los años de otros. [...] ¿Quién puede marcar el plazo de meses o de años que es necesario para conocer el alma de una nación o una raza?... ¿Basta la vida entera de un escritor para completar plenamente tal estudio?... [...]

" Unas palabras mas, y termino, malhumorado compañero. Dure lo que dure, mi viaje siempre resultará más interesante que la inmovilidad en este rincón agradable de la tierra. Mejor es dar la vuelta al mundo en unos cuantos meses, que no darla nunca. [...]

Extracto de "La vuelta al mundo de un novelista Vol. 1" (Capítulo 1. En el jardín de Mentón). Vicente Blasco Ibañez.

Descompuestas urbes africanas, caóticas megalópolis asiáticas, efectivas ciudades oceánicas, cuadriculadas capitales sudamericanas... Inevitablemente en nuestro largo viaje hemos visitado muchas ciudades, grandes metrópolis, urbes que sirven de cobijo a millones de personas, grandes monstruos que se expanden como una mancha de aceite en el territorio. Todas sin excepción con inmensos problemas inherentes a una gran acumulación humana pero de alguna forma todas dotadas de su propio carácter y aroma. Todas con virtudes y desventajas, todas diferentes y de algún modo iguales, todas excepto Brasilia.

Una ciudad es un complejo sistema en donde conviven pequeñas grandezas junto a las más absolutas miserias que tan solo son posibles aquí, en su hábitat natural. Un sistema vivo que se conforma por adición necesitando de un proceso lento de consolidación para su adecuado moldeado, por eso la construcción de una nueva ciudad desde un planteamiento unitario con el objetivo de resolver los problemas asociados a la ciudad tradicional, aquella modelada por el tiempo y la adición, es una de esas raras oportunidades que se plantean en la historia.

Ejemplos como los de las ciudades de Washington y Camberra que a finales del XVIII y principios del XIX respectivamente surgieron como símbolo de un nuevo pais, o en las más recientes de Putrajaya en Malasia, Naypyidaw en Birmania o las decenas de ciudades fantasmas de la nueva China componen el variopinto catálogo de nuevas ciudades, pero son sin duda las surgidas en las décadas de los 50 y 60 bajo el empuje del modernismo donde se encuentran los ejemplos más notables. La finlandesa Rovaniemi de Alvar Aalto, La india Chandigard de Le Corbusier y sin duda el ejemplo más potente y representativo de nueva ciudad; Brasilia.

Brasilia, construida en tan solo tres años, nació bajo el impulso de Juscelino Kubitschek, la concepción de Lucio Costa, la arquitectura de Oscar Niemeyer y el pasiajismo de Roberto Burle Max. La nueva ciudad utópica bajo premisas socialistas en busca del igualitarismo fue inaugurada un 21 de abril de 1960. Según imaginó Kubitschek, la ciudad alojaría a una sociedad "abierta" sin distinción de clases sociales.

El planteamiento inicial de la ciudad, el llamado "plano piloto" -diseñado para albergar a medio millón de habitantes-, se concibió bajo los preceptos de la Carta de Atenas por la cual se definía la ciudad ideal. Residencias ventiladas junto a grandes espacios verdes, sectorización de usos y división de circulación rodada y peatonal. Con forma de arco y flecha, comúnmente asociado a la forma de un avión, Lucio Costa generó una ciudad de amplias avenidas y estricta zonificación (zonas de hoteles, embajadas, militares, talleres...). En el centro de la ciudad un gran eje monumental cargado de simbolismo en el que dispuso los edificios gubernamentales. A ambos lados de la gran avenida dos alas, divididas estas a su vez en "supermanzanas". Unidades vecinales que en grupos de cuatro se conformaban como barrios autodependientes con todos los servicios y equipamientos básicos.

"Hoy en día se critica a Brasilia, se la acusa de ser inhumana, fría, impersonal. Vacía, en suma. Pero los que la critican no lo conocen. Pregunte a aquéllos que tienen familia e hijos. A ellos les gusta vivir en Brasilia. Ignoran lo que es la agitación de las grandes aglomeraciones urbanas. Los espacios son amplios, las avenidas están bordeadas de árboles. La luz del cielo apacigua los ánimos. El genio de Lucio Costa ha hecho de la nueva capital un modelo de urbanismo. En lo que a mí respecta, me limité a ser el autor de los principales monumentos de la ciudad No es culpa nuestra si se ha convertido en víctima de las injusticias de la sociedad capitalista.""Quienes quieren criticar a Brasilia cuentan con muy pocos argumentos. En primer lugar, porque fue fantástico construir una ciudad en tres años. Y, en segundo, porque a quien vaya a Brasilia podrán gustarle o no los palacios, pero no podrá decir que vio antes algo parecido. Y es que la arquitectura es eso: invención."
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Oscar Niemeyer. Entrevista a la BBC 2001
Oscar Niemeyer. Entrevista en "El correo de la UNESCO" 1992

Pero del lenguaje ambiguo y retórico de la arquitectura modernista, de la teoría y el papel surgió una realidad alejada de la ciudad ideal soñada. Por un lado, los factores socio-económicos y políticos de la época degeneraron en trabas y limitaciones no previstas en el plan; acabada la construcción de la ciudad millares de trabajadores -hasta llegar a casi el millón y medio actual- se asentaron en la periferia, creando las llamadas ciudades satélites. El igualitarismo pretendido degeneró en una notoria desigualdad, los burócratas y legisladores ocuparon las "supermanzanas" rodeados de servicios mientras los chóferes y peones acabarían viviendo en las favelas rodeados de rejas e inseguridad. Por otro lado, la pretendida regulación de la sociedad, todo aquello sobre lo que se había teorizado, pronto se reveló impreciso. Dotando a la ciudad no tan solo de los problemas inherente de cualquier ciudad derivados del desorden y el azar, sino de nuevos como consecuencia directa del orden y la suposición.

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Al dar un paseo por la ciudad, no resulta complicado notar que algo, en este planteamiento medido y matemático, falló. Brasilia es una ciudad construida para el automóvil, no para el peatón, donde resulta extremadamente complicado desplazarse a pie. Un paisaje compuesto por grandes autopistas en el que apenas poder refugiarse de la sombra, cruces subterráneos, sectorización de usos y escasez de referencias a la que nada ayuda el nombre matemático de las calles. Uno tiene la sensación de moverse por una gran maqueta, curiosa para el visitante, infernal para el residente. Las homogéneas "supermanzanas", pieza clave de toda la ordenación de la ciudad, presentan un aspecto antagónico al que concibieron sus creadores, de un lugar de socialización a lugares fríos y desolados, desprovistos de cualquier vida urbana y nula interacción social. Las zonas residenciales carecen de muchos comercios, en las áreas comerciales nadie vive, y en las administrativas solamente se trabaja. No existen multitudes en la calle, nadie pasea, es una ciudad vacía, sin alma.

Brasilia es una ciudad extraña carente de "esa mezcla caprichosa de las calles, imprevista y tan cautivadora" donde se ha organizado "de forma demasiado rígida la vida de sus habitantes" y ahora da la sensación de ser incapaz de adaptarse a cualquier cambio. Un planteamiento potente, eficaz y rígido -su mayor virtud y el mayor de sus problemas- con el que los arquitectos de Brasilia intentaron dar respuestas a los problemas de toda gran ciudad, hubieron muchos errores -algunos generados por la construcción en tan breve espacio de tiempo de tan colosal obra-, también hubieron algunos aciertos. Planearon una nueva ciudad basada en la movilidad, funcionalidad e igualdad, pero erraron en lo más importante, la condición humana. Eso no se puede planificar.

De nuevo con nuestras polvorientas mochilas que hace tiempo perdieron todo brillo recorremos las espartanas calles de tierra y adobe. Saltamos un par de ennegrecidos charcos y esquivamos a famélicos perros que impasibles descansan enrollados a la sombra de un precario banco, mas allá descubrimos nuestro destino, una suerte de estación. Un desconcertante espacio repleto de ajetreo y goteras aderezado con numerosos vendedores de absurdos, pedigüeños y desinformación. Decenas de autobuses de otra época hacen acto de presencia vociferando su destino. Una mujer de arrugas marcadas y rostro curtido por el sol porta un pesado fardo a escasos metros de su marido que masca de forma sistemática hojas de coca mientras deambula por el lugar con aparente despreocupación, junto a estos, un montón de basura se acumula debajo de un cartel escrito a mano con caligrafía insegura y nula rectitud "No arrojar basura aquí". Tenemos que reconocerlo, empezábamos a echar todo esto de menos.

Atrás quedaban los días en el Sur, la pulcredad de la Patagonia, la anodina predictibilidad, el frio acogedor y sus paisajes vírgenes de postal. El norte daba paso como si de una ecuación matemática se tratase a una progresiva desaparición de la monotonía y el asfalto, aumentando exponencialmente la emoción y el número de personas que caben en el mismo autobús. De paisajes vírgenes a ciudades hiperpobladas, de gente ruda y fría a festiva y pícara. De visitar a viajar.

Ahora esperábamos impacientes a que nuestra cacharra acabase de hacinarse lo suficiente para emprender viaje. A nuestra derecha un amable y pálido suizo, veterano viajero, alrededor, decenas de pequeñas personas de tez tostada y cabello negro como el azabache gritando de aquí y allá mezcla de castellano y quechua. Entre nosotros millardos de fardos para ocupar cada rincón de la bodega, techo y cabina de aquel rudimentario transporte a excepción de un pequeño espacio para el descanso del segundo conductor durante la larga travesía por valles y collados a 4000 metros por los andes bolivianos. La música, que de forma repetitiva sonará durante las próximas 15 horas, se pone a su máximo volumen de forma que los agudos producidos por el charango y la zampoña se clavan a traición en los tímpanos. El intenso olor que emanan los coloridos trajes de las mujeres bolivianas impregna el ambiente. El rebaño esta listo para partir.

(*) "El peor viaje del mundo" es el nombre del libro escrito por Apsley Cherry-Garrard (1886-1959), posiblemente la mejor obra de exploración antártica jamás escrita, en ella se describen los acontecimientos de la épica y trágica campaña del Terranova (1910-1913) liderada por el capitán Scott. Con minuciosidad se narran aspectos útiles para futuros exploradores y describe con insólita crueldad todos los aspectos de las distintas expediciones que se llevaron a cabo.
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Desolados valles, enormes torrentes de aguas, cactus gigantes, alpacas y precarios asentamientos de adobe acompañan al autobús en su traqueteo a través del altiplano andino, un paisaje muchas veces sorprendente, otras tantas feo a rabiar. Pequeños derrumbes de la pista, piquetes, badenes inundados, camiones atascados y alguna avería protocolaria detienen en parte nuestra marcha. Un lento caminar que nos permite entablar conversación con Hans, el curtido viajero de Berna y con Ana María, que apenas ha regresado de España, donde estuvo trabajando en la Avenida del Puerto de Valencia cuidando ancianos.

Al fin después de tantas horas llegamos a nuestro destino, de nuevo una bulliciosa estación donde todo parece imprevisible y caótico. Rescatamos nuestras mochilas entre los fardos mientras nos alejamos con la música que hemos escuchado durante horas grabada a fuego en la cabeza: "No sé que me pasa, soy hombre casado... callar no se puede ni contar se debe". Un viaje largo en el que apenas hemos recorridos unos cientos de kilómetros. Muy atrás queda el predecible Sur. Estamos rotos pero contentos, hoy, después de mucho tiempo, hemos vuelto a viajar.

"¿Quién es usted? ¿Qué desea? Esto no es una huevería". Le transmitió de forma sumamente ofensiva el conservador del Museo de historia Natural de South Kensington al ver aparecer a Apsley Cherry-Garrard portando tres huevos de pingüino.

Apsley, junto con Wilson y el teniente Bower había formado parte de una de las expediciones más heroicas que un hombre jamás haya realizado. Durante el invierno austral, en una oscuridad casi total con temperaturas de - 60º acarreando sus trineos consiguieron llegar de forma épica hasta el cabo Evans, donde recogieron unos huevos del entonces enigmático pingüino emperador, la única criatura que se adentra en la oscuridad del invierno antártico con temperaturas que llegan a los -70º y vientos sostenidos de 120 km/h, para dar comienzo al más fascinante de los ciclos reproductivos.

(*) Durante los siguientes 11 años continuaron los intentos por domar la montaña sin éxito, hasta que en el 70, de nuevo Cesare, herido en el orgullo decidió volver para demostrar que él estaba en lo cierto. Atacó la montaña por una nueva ruta, por la cara sudeste en la que se abrió paso gracias a un polémico compresor de gas de más de 200 kg. con el que equipó 350 metros de roca con clavos de expansión para abrirse paso hasta la cima. Maestri llegó al final de la zona rocosa donde abandonó el compresor, pero decidió no escalar el champiñón de hielo de 100 m. que corona la montaña al considerarlo efímero, algo que es considerado por todas las expediciones actuales como la cumbre real. El primer ascenso no disputado fue el realizado por Casimiro Ferrari, Daniele Chiappa, Mario Conti y Pino Negri en 1974. La ruta que Maestri siguió es hoy conocida como la ruta del compresor que fue escalada por vez primera en libre (sin la ayuda de los bolts instalados por Maestri que hacia poco habian sido arrancados) el 21 de enero de 2012 por David Lama y Peter Ortner, algo que hasta entonces la mayoría consideraba utópico. "Solo aquellos que se arriesgan a ir muy lejos pueden llegar a saber lo lejos que pueden llegar a ir". Talín "Todo lo que hagas en la vida será insignificante, pero es muy importante que lo hagas". Mahatma Gandhi
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Apsley fue el único superviviente, Wilson y Bower habían perecido poco después junto a Oates, Evans y al capitán Robert Falcon Scott dentro de sus tiendas atrapados en una tormenta a escasas millas de un depósito cargado de provisiones, después de regresar agotados y frustrados al comprobar como la bandera noruega ondeaba en el polo Sur. Ahora esperaba durante horas en el pasillo del museo a que un imbécil le entregase un recibo por los huevos de pingüino que acababa de recibir con menosprecio, mientras recordaba aquellos días en la desastrosa expedición Terranova, donde arriesgó su vida por un simple huevo, los más duros de su vida, el peor viaje del mundo. (*)

Aquella escena tuvo lugar hace ahora 100 años. Desde entonces muchas cosas han cambiado. Del pingüino emperador ya apenas quedan misterios por resolver, la exploración se lleva a cabo a través de poderosos satélites y el otrora inexpugnable continente es ahora posible visitarlo en cómodos barcos de expedición equipados con la última tecnología donde desde el confort de la calefacción poder contemplar uno de los paisajes más sobrecogedores del planeta. Enormes montañas cubiertas de soberbios glaciares y monumentales paredes de hielos de la que se desprenden asombrosos témpanos componen el continente más frio, más alto y más seco, pieza clave en la regulación del clima de toda la tierra y donde se encuentra entre el 70 y el 90% de toda el agua dulce del planeta. El único lugar en el mundo que no pertenece a ningún hombre. Propiedad exclusiva de la fauna más extraordinaria: ballenas, pingüinos, orcas, elefantes marinos, petreles, focas, albatros... No hay imagen que haga justicia a tan sublime escenario.

Un viaje a la Antártida, es ahora, transcurridos 100 años de la llamada era heroica, una experiencia única por los mismos escenarios vírgenes que una vez observaron los primeros exploradores - Shackleton, Scott, Amundsen, Mawson, Gerlache...-. Un regalo para la vista que gracias a la osadía y tenacidad de pioneros como Apsley, que lo arriesgó todo por un simple huevo de pingüino, es hoy el mejor viaje del mundo.

Fragmento de El peor viaje del mundo: "Tardamos días en alcanzar aquel lugar, y lo hicimos de noche y con un frío como nunca había experimentado un ser humano. Pasamos cuatro semanas viajando en unas condiciones que ningún hombre había soportado anteriormente durante más de unos días. Si dormimos algo durante aquel tiempo fue por puro agotamiento físico, como se puede dormir en un potro de tortura; y en todo momento luchamos por conseguir lo indispensable para sobrevivir, y todo ello a oscuras. [...] Ahora estábamos sin tienda y sólo disponíamos de una de las seis latas de queroseno y de una parte de la olía. Sí teníamos suerte y no hacía mucho frío, casi podíamos extraer agua de la ropa que llevábamos, y tan pronto como salíamos de los sacos de dormir quedábamos cubiertos por una armadura de hielo macizo. Cuando las temperaturas eran bajas y disfrutábamos de todas las ventajas que comportaba tener una tienda sobre la cabeza, los sacos estaban tan helados y nos costaba tanto tiempo descongelarlos que teníamos que hacer un esfuerzo ímprobo y padecer calambres durante más de una hora para meternos en ellos. No, sin la tienda no había salvación".

"Imposible" concluyó el gran Walter Bonatti. 800 metros de granito vertical por cualquiera de sus vertientes azotadas permanentemente por la impredecible climatología patagónica. "Cerro Torre Jamás será escalada".

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Apenas había sido divisada por primera vez por el científico y explorador Perito Moreno cuando los pioneros del alpinismo, Jaques Balmat y el doctor Michel Gabriel Paccard, conquistaban otro imposible: el Mont Blanc. Los 3050 inalcanzables metros de Cerro Torre pronto corrieron de boca en boca, atrayendo a los mejores con el objetivo de desafiar sus propios límites, atraídos como un imán a sus orígenes, la naturaleza, y la expresión más radical de esta, las montañas.

Por aquel entonces la pelea por lo imposible se desarrollaba al mismo tiempo en el resto de grandes paredes patagónicas. El Fitz Roy (o Chalten) caería tras mucho esfuerzo en el 52 a manos de Lionel Terray y Guido Magnome, y entre el 58 y el 63 cada una de las torres del Paine. Pero incluso estas quedaban empequeñecidas por "las formidables paredes de granito talladas verticalmente sobre el glaciar" de Cerro Torre que representaban de forma extraordinaria el ideal de lo imposible. El propio Terray afirmaba: "Por fin existe un cerro por el cual vale la pena arriesgar la vida".

Entre aquellos hombres que decidieron poner en riesgo su vida por la conquista de un inútil se encontraba el italiano Cesare Maestri, "la araña de los Dolomitas". En una primera expedición en el 57 había tenido que abandonar. El jefe de expedición determinó: "imposible de escalar". Pero para Cesare aquella montaña se volvió en una obsesión. Y en lugar de darse por vencido imaginó que era posible, los límites tan solo estaban en su mente.

Junto con Toni Egger, un escalador austriaco experimentando en paredes de hielo, regresó en el 59 para desafiar a la montaña imposible. Tras un épico ascenso sobrevino un descenso infernal con rapeles de fortunas y un vivac en mitad de una ventisca patagónica donde "sus vidas no valían nada" luchando contra sus dudas, miedos y dolores. Egger no sobrevivió al infierno y una avalancha lo arrancó de la roca hacia al vacío y junto a él la cámara de fotos y cualquier prueba fehaciente de la épica hazaña que acababan de cometer. Tan solo quedaron la incredulidad, la sospecha y la polémica. (*)

La discutida y dolorosa conquista del último imposible demostraba una vez más que nuestros límites están mucho más alejados de lo que en un principio podríamos pensar y que es nuestra mente y no el cuerpo la que autoimpone nuestras fronteras. (Podemos andar durante horas por un camino ameno y entretenidos con una buena conversación y morir de cansancio en un trayecto de similares características tedioso y solitario). Y es que al ponerse delante de alguna de estas moles patagónicas uno no puede dejar de pensar en lo insignificantes de nuestros retos, sean de la naturaleza que sean, en comparación con otras gestas, de hecho lo son; insignificantes e inútiles. Pero comprender, gracias a personas como Maestri, que los límites tan solo los marca nuestra mente, es un descubrimiento, que bien administrado, puede resultar de gran utilidad.

Hace tan solo 25 millones de años, segundos en términos geológicos, una nueva tierra emergió en mitad del Pacífico. Una mínima parte de lo que una vez fuese el continente de Zelandia, que junto a los continentes sudamericano, africano, australiano y antártico formaban Gondwana -según la teoría de la deriva continental-, apareció por encima del mar debido a cambio en los movimientos de las placas tectónicas completando el mapa del mundo tal cual lo conocemos hoy en día.

Las jóvenes tierras de Nueva Zelanda, permanecieron aisladas del resto del mundo durante siglos, siendo de los últimos territorios en ser habitados por el hombre. Los registros más antiguos de la actividad del hombre en esta tierra se remontan al año XIII d.C cuando se calcula que tribus polinesias llegaron en canoa desde el Norte para encontrarse con una nueva tierra, mucho más amplia y fría que sus cálidas y diminutas islas de las que provenían, pero repleta de recursos y nuevos animales para cazar con una naturaleza prístina e inalterada. Tendrían que pasar otros 500 años - 1769- hasta que el hombre blanco pusiese un pie en esta tierra, en las antípodas de la cuna de la civilización, y comenzase a transformar y explotar la tierra, virgen hasta el momento.

La larga incomunicación dio como resultado un país con una naturaleza sorprendentemente preservada donde hoy en dia conservan con orgullo su gran activo; multitud de parques naturales y áreas protegidas que componen el 30% del territorio donde los "kiwis" practican sin límite todo tipo de aficiones al aire libre. Una naturaleza, la cual cuidan y miman con el mismo ímpetu con la que la comercializan. La naturaleza es aquí, a la par, el mayor valor y su mejor negocio.

Sólo aquí es posible encontrar un menú ecológico y "natural" tan completo y variado, un rentable negocio donde pequeños y mayores puedan contemplar sin esfuerzo la naturaleza en su máximo esplendor. Aquí y allá cientos de folletos, capaces de deforestar algún bosque lejano, anuncian todo tipo de actividades. Paguen y vean; un helicóptero sobrevuela la cima de las montañas más altas, enormes cuevas privatizadas donde poder realizar todo tipo de cabriolas entre estalactitas y estalagmitas, géiseres encercados, potentes lanchas recorren angostos ríos emulando el Dakar, salientes, puentes y laderas desde donde despeñarse bien sujeto a una cuerda - camiseta de regalo incluida-, refugios de montaña con lámparas de diseño exclusivos para caminantes VIP, glaciares tan solo accesibles con caros guías, en grupos numerosos y sin encordar - todo por su seguridad -, la caminata alpina más bonita en el día, la ruta más bella del mundo...

Pero la carta no termina aquí. Si preguntas, fuera de menú, algo apartados, incomunicados de las masas y definitivamente aislados de los folletos, es posible encontrar los paisajes y experiencias más increíbles que sin duda este lugar alejado de todo puede ofrecer. Un precioso país con un menú elaborado, a veces extraordinariamente incomunicado, la mayoría de veces sorprendentemente accesible, donde la naturaleza es sin lugar a dudas su principal condimento.

La idea era acabar en Las Vegas apostando los pocos cuartos que nos quedaran al 32 rojo, pero no siempre todo sale como uno espera. Regresábamos a Kathmandu desde Pokhara en un interminable autobús dando tumbos durante horas por los encajados valles de Nepal. Miguel, un vivaz madrileño en su tercera vuelta al mundo, convertía las tediosas horas en amenos minutos mientras compartíamos información, relatos e imágenes. En su ordenador portátil guardaba miles de fotografías de lugares increíbles alrededor del mundo, fuera y dentro del agua. De entre todas las carpetas nos llamó poderosamente la atención la primera de ellas, con un claro y escueto título: Antártida. La tierra Australis Incognita que durante siglos fue tan solo una hipótesis para los filósofos griegos que creían en la existencia de una gran masa al Sur que contrapesara las tierras del Norte. La gran masa de tierra y hielo a la que dieron forma los grandes navegantes de la historia; desde Magallanes en el 1520 que al encontrar el paso entre el Atlántico y el Pacifico probó que cualquier masa de tierra al Sur se encontraba separada del continente Americano, hasta el Capitán Cook que en 1775 completó la primera circunnavegación de la región antártica, confirmando la existencia de un nuevo continente. El último continente.

Miguel nos contó como la fortuna le llevó a trabajar en una de las costosas expediciones que durante el breve verano Austral visitan la Antártida. Nos habló de hielos eternos y paisajes indescriptibles, y sobretodo nos dejó con la convicción de que algún día lejano, quizá, pondríamos también rumbo al Sur. Pero aquello era otra historia, nuestro viaje debía proseguir en sentido opuesto. Las puertas de Tibet se nos cerraron obligándonos a improvisar una nueva ruta rumbo a Mongolia. En Shanghai andábamos descansando por varios días de la larga travesía china intentando saltarnos la absurda censura que el gobierno imponía a internet. Jessica, en su camino a Nepal donde daría por finalizado el viaje que durante un año le había llevado a recorrer el mundo, nos dio la solución. Un breve encuentro fortuito que dio pie a un intercambio de experiencias y a una nueva amistad. Le dimos información y advertencias sobre Nepal y ella nos regaló bellas imágenes y mejores consejos de Mongolia. Charlábamos tranquilamente cuando de nuevo nos vimos sorprendidos por la visión en su ordenador portátil del nombre de la primera carpeta, un claro y escueto: Antártida

Jessica nos habló de los lugares mas hermosos que jamás había visitado, nos mostró imágenes increíbles y sobretodo nos dió claros consejos para conseguir alguno de los billetes de última hora que se ofertaban con plazas vacantes o cancelaciones a último momento.

Aunque parecía absurdo y poco probable, el quien pudiera de repente se convirtió de nuevo, en por qué no?. A 18,000 Km de la península Antártica, en el aislado desierto de Gobi, decidimos darle una nueva oportunidad al azar cambiando las brillantes luces de neón de la calurosa Las Vegas por el gélido silencio del continente blanco. Nos replanteamos el viaje, revisamos, discutimos, acortamos fechas, aceleramos más de los deseado, planificamos, ahorramos, comprimimos y descartamos, todo con el objetivo de llegar a Usuhaia, la ciudad mas austral del planeta, antes que el invierno antártico hiciese su aparición acortando los dias y la banquisa cerrase el mar de Weddell hasta el siguiente verano. Todo con la esperanza de conseguir un billete de última hora a la Antártida, el último continente.

El plan funcionó.


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