Revista Cine

“Paranoid Park”, de Gus Van Sant

Publicado el 12 diciembre 2009 por Avellanal

Alguien escribió que Paranoid Park era una bofetada al cine convencional de Hollywood, y ese alguien tenía razón. Desde el principio, cuando los créditos pasan bambaleándose sobre el plano inamovible de un colosal puente, con el cielo lánguido cubriéndolo y la imagen continuamente acelerada (¿símbolo quizá de las metrópolis contemporáneas o, hilando más grueso, del sistema económico vigente en las últimas tres décadas y cuyo correlato cultural ha sido el posmodernismo?), el espectador se entera que el filme corre por el carril opuesto de lo prefabricado y consabido: apartamiento de las estructuras narrativas tópicas, recurrente discontinuidad temporal, planos largos y sugestivos que estimulan la imaginación visual, exigüidad de diálogos, entre tantas otras peculiaridades que se podrían mencionar.

En Paranoid Park el suceso a priori determinante –el asesinato culposo de un guardia en las vías del tren–, sobre el que debería girar la trama de la película, apenas tiene una importancia comparable –para la cámara de Van Sant– a cualquier otro hecho (aparentemente) banal en la vida del protagonista. Y es que el director nos introduce, sin presentaciones ni preámbulos, en la cotidianeidad de Alex –un adolescente estadounidense introvertido–, pero no desde un enfoque objetivo, sino adentrándose en su mente y en su percepción de la realidad que lo circunda. Como resultado, el espectador queda aprisionado por la narración subjetiva de historias mínimas, de momentos cruciales, de miradas furtivas, de grises reminiscencias, de diálogos espontáneos, que, suspendidos en el tiempo, forman las pequeñas piezas de un puzzle desordenado.

El sumergimiento en la vida interior de este adolescente no constituye un mero capricho del director, pues ese ejercicio contemplativo deviene en una no explicitada metáfora sobre el estado de cosas en una sociedad desintegrada social, cultural y moralmente, en la que no sólo entraron en crisis las finanzas sino también la calidad de las personas. Intuyo que Van Sant trata, en definitiva y entre otras cosas, de reflejar problemas teens candentes en estos tiempos de confusión, como la incomunicación familiar, la soledad y la falta de comprensión, por intermedio de la desorientación vital de un joven errabundo y aquejado por su conciencia (otro más de esos seres que con tanta empatía ha sabido retratar anteriormente en largometrajes como My Own Private Idaho y Elephant). Una escena que sirve para graficar la imposibilidad de los adultos para penetrar en el universo de Alex es aquella en la que asume las palabras del padre, explicando con seriedad su divorcio, con una displicencia rayana en la más completa indiferencia. La misma indiferencia, por otro lado, con la que transita su primera experiencia sexual, reducida a un simple trámite de iniciación carente de mayor relevancia.

“Paranoid Park”, de Gus Van Sant

Por otro lado, fue objeto de mi sorpresa el rescate de ciertos tramos de bandas sonoras compuestas por Nino Rota para películas de Federico Fellini, intercaladas con ritmos de hip hop y algunas canciones siempre apacibles y melancólicas del gran Elliot Smith. Con tan curiosa combinación se consigue reforzar la sensación de subjetividad casi absoluta, pues no oímos cualquier música, sino la que corresponde con las sensaciones íntimas o la que se filtra en la memoria auditiva de Alex según los momentos. En ese sentido, merece destacarse el instante en que observamos el modo en que su novia gesticula, grita y maldice; el espectador deduce que tan irascible reacción se debe a que él acaba de dejarla, puesto que en ningún momento se oye más que la etérea y resplandeciente música de Giulietta degli spiriti como sinónimo del desinterés que le produce al protagonista lo que la chica le dice: físicamente se encuentra frente a ella, mas su mente divaga por otras latitudes.

Resultaría un atropello finiquitar este comentario sin hacer mención a una de las escenas más preciosas que recuerde haber observado en los últimos tiempos: gotas de agua cayendo en cámara lenta como símbolos de una imposible expiación sobre el cuerpo de Gabe Nevins (el actor no profesional que eligió Van Sant para personificar a Alex). Es una ducha hipnótica, desconsoladora y nunca más solitaria, en la que el distorsionado tiempo (es preciso aclarar que la narración, además, imita los mecanismos de la memoria) se derrumba con esos ralentís y esa gama de tonos desaturados (magistral trabajo del director de fotografía Christopher Doyle).

El film es también un intrincado recorrido por la geografía urbana de un parque para skate donde los jóvenes se refugian de los problemas de la vida diaria en una suerte de catarsis colectiva. Pero, sobre todo, Paranoid Park es una inmersión psicológica que envuelve, involucra y conmueve con su halo de ahogo y tristeza acumulada. Sin dudas, éste es el Van Sant minimalista y outsider que alguna vez, allá a mediados de los ochenta, sorprendió a muchos. Ojalá siga por esta senda, propinándole bofetadas tan hermosas a la oxidada maquinaria de Hollywood y a su star-system.

Paranoid Park (EE.UU., 2007).
Director: Gus Van Sant.
Intérpretes: Gabe Nevins, Taylor Momsen, Jake Miller, Daniel Liu, Lauren McKinney, Scott Green, Grace Carter.
Calificación: 7,50.


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