Revista Arquitectura

Paris, je t'aime

Por Luiscercos

Paris, je t'aime

Paris, je t'aime
Llevaba varios días encontrándose mal y esa mañana su mujer le pidió que la acompañara a una revisión médica, supuestamente rutinaria. Ninguno de los dos podía suponer en ese momento que esa petición cambiaría sus vidas.
Cuando salieron de la consulta él la miró. El doctor la había dado dos semanas de vida.
De pronto la recordó 40 años atrás: morena, con unas enormes gafas de sol, casi tan grandes como su sonrisa, dentro de un abrigo rojo muy ceñido a la cintura, casi tan rojo como su pasión. Siempre le gustó aquel abrigo. Después se casaron, tuvieron 4 hijos, romances extramatrimoniales, algunas crisis, varias reconciliaciones, sueños rotos, decepciones, sonrisas, llantos, cenas de aniversario, navidades en familia, huidas hacia adelante y una casita en la playa. Hacía varios años, que ya no se querían, pero eso hacía tiempo que había dejado de preocuparles.  
Tomaron un café, la agarró de la mano y ella no la retiró. Se excusó unos segundos y llamó por teléfono a su secretaria para avisarla de que se tomaba dos semanas de vacaciones. Hacía años que no tenía vacaciones.
Esa noche fueron a la opera. Tras la representación y recuperando una vieja costumbre cenaron en el restaurante del Teatro Real. Entre el primer y el segundo plato se les ocurrió recordar los momentos más felices de su matrimonio.
-   La Habana. A él le habían invitado a dar una conferencia en el convento de San Francisco con motivo de un aburrido y predecible congreso de literatura. En un despiste de la organización se separaron del grupo. Preguntando llegaron al “Floridita” y se sentaron al lado de la silla de Hemingwey. El barman les sirvió dos daikirís (como los pronuncian allí) y unas rodajas de plátano frito como aperitivo. Lo intentaron muchas otras veces, pero nunca en la vida les volvieron a servir cócteles como aquellos.
-   Finisterre. Galicia. ¿Te acuerdas? Debimos de llegar hasta allí en un viaje de vacaciones. Debió de ser por el mes de agosto. Las olas golpeaban con violencia contra las rocas. Al lado del faro no había nadie más. Sintieron miedo. Se sobrecogieron. Delante de ellos un inmenso horizonte azul. Se besaron. Y por la noche hicieron el amor con la ilusión de dos jóvenes novios.
-   Madrid. Les acababan de dar las llaves de su primera casa. Nerviosos entraron. Todo era minúsculo. Entre aquellas cuatro paredes, todos sus ahorros, todos sus anhelos, todas sus esperanzas. Allí engendraron a sus tres primeros hijos, los tres varones.
-   Valladolid. Ella se sintió mal. En urgencias les dieron la enhorabuena. Iban a tener otro hijo. Una niña, esta vez. El pequeño ya tenía 15 años. Cuando se lo contaron les tomó por locos. Maravillosamente locos.
-   Aquel verano no tenían dinero para irse de vacaciones, así que decidieron disfrutar de Madrid con la solvencia y desinhibición de una familia de turistas. Aquel verano visitaron Madrid. Al entrar en el Museo del Prado con sus hijos sintieron que nunca antes habían estado allí.
-   Napolés. Debió de ser por el año 82. Se hospedaban en un hotel al lado del Castell Nouvo. Ese día se adentraron en el barrio español. Unos muchachos les pidieron la hora. Minutos después no tenían reloj. Asustados llegaron al hotel. Y no salieron de él durante los siguientes tres días.
-   Estambul. Constantinopla, como gustaban decir. Iluminados por la luz de las velas se bañaron en uno de los edificios diseñados por Sinán, el arquitecto de Solimán el Magnifico. Primero ella. Asustada. Un par de horas después, durante el turno masculino, le tocó el turno a él.
Se encontraban tan alegres que aquella noche, al terminar de cenar decidieron repetir la experiencia durante el resto de sus vidas. Si el médico estaba en lo cierto, apenas quedaban 14 días. 14 días nada más, 14 días nada menos.
Y cada noche, siempre entre el primero y el segundo plato, continuaron su juego, recordando una vida en común que no había sido, ni mucho menos, tan infeliz como últimamente les parecía.
-   El martes recordaron la forma en que se conocieron. -   El miércoles el día en que sus familias se conocieron. -   El jueves el final de sus estudios. -   El viernes los coches que compraron. Y también los que alquilaron. ¿Te acuerdas de aquel R5 que alquilamos en Formentera?. -   El sábado eligieron las 10 mejores películas que habían visto. -   El domingo los 10 mejores libros que habían leído. -   El lunes los 10 mejores hoteles en los que se habían alojado. -   El martes las ciudades más hermosas que habían visitado: Córdoba, Casablanca, Sofía, Londres, Amberes, Túnez.
Aquel martes, al terminar de cenar no volvieron a casa. Se marcharon a la nueva terminal del aeropuerto. Sólo una taquilla permanecía abierta en ese momento. Pidieron dos pasajes para el próximo vuelo. ¿A donde?. A donde sea, señorita. Tres horas después aterrizaban en el aeropuerto de Roma. 
El miércoles recorrieron la Via Conciliazone, el Panteón, Santa María la Mayor, el foro de Trajano. A media tarde se tomaron un tartufo en la Piazza Navona. Después visitaron el Coloseo, ascendieron por la Escala Sagrada. Entraron en San Pedro. Visitaron la Villa Borghese y se detuvieron ante Apolo y Dafne. Ante aquella obra ella sintió que también empezaba a transformarse en laurel.
Regresaron a Madrid. El jueves no pudieron ir a cenar.
Allí estaba París. Sus padres la habían puesto ese nombre en homenaje a la ciudad en la que la desearon y la concibieron. Tumbada. Debajo de una sabana de hospital. Completamente vencida. Completamente desnuda. Completamente serena. Acababa de morir.
Una lágrima rodó por su cara. La besó por última vez. Durante esos últimos 15 días, a fuerza de comportarse como un enamorado, se había vuelto a enamorar.
Luis Cercós, 2007 Del libro de cuentos: Pasando el Ecuador. 

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