París no es para los enamorados.
París, con sus calles relucientes de lluvia asfáltica y su frío inquebrantable la mayoría del año, es la ciudad (casi) perfecta para sufrir el aplomo del desamor y la melancolía de los amores perdidos, sufrirlos en cafés antiguos y parques que estallan en hojas ocres y muertas.
París no es para la gente corriente ( aunque ellos tengan esa idea equivocada), pero es el lugar ideal para recordar cosas que ya no existen, cosas que solo son el reflejo de sueños y anhelos que nunca se cumplieron.
París siempre será su ciudad ( de él y quizás que sus palabras), la ciudad que pasa sus horas en cafés de Montmartre, atardeceres color oro y fuego, la torre Eiffel iluminada de noche, historias de amor a escondidas en cartas que se guardan en los bolsillos de las chaquetas y besos con sabor a frío y francés.
O quizás todo esto solo sea lo que queda de París cuando el calor se va, las horas se acortan y mi mente divaga por las calles de un lugar que ni siquiera conozco, pero que he acabado amando como se ama a un amante, sola, a ratos y con la seguridad de saber que, en el fondo, todo se acabará un día u otro y que cada uno encontrará su camino alejado del otro.
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