Revista Cine

Pasado de rosca

Publicado el 17 octubre 2011 por Josep2010

Algunas tramas admiten variantes y nuevos tratamientos que las adecúen a cada época temporal que como es lógico dispone de formas distintas por lo menos en lo aparente y la historia del cine está repleta de ejemplos que demuestran claramente que temáticas parecidas y en ocasiones idénticas son escritas en la pantalla con una caligrafía muy diferente sin que la fuerza de su contenido merme, manteniendo el interés en su objetivo que, no lo olvidemos nunca, es el espectador, demasiadas ocasiones olvidado como verdadero receptor de la obra filmada: sin espectador, el cine tiene el mismo sentido que un diálogo emitido contra el eco de un horizonte pétreo cualquiera.
Parece que se va extendiendo la mala costumbre de que los actores, con sus ahorros, acaben convirtiéndose en productores; ello, unido a la renuncia moral de los derechos del artista que albergan gentes dedicadas libremente -es un suponer- a dirigir películas o a escribir guiones, nos conduce inexorablemente a productos que, tomándonos con el pie cambiado, nos sentamos a ver pensando que, como mínimo, será una película entretenida.
Pasado de roscaPero no: estando por en medio el ego desmesurado de un actor carente de gancho y decidido a chupar cámara a toda costa, le puede caer encima a uno un producto que debería haber quedado en el cajón de desechos y, mira por donde, incluso viene apadrinado por la cada vez más penosa presencia de un intérprete de raza, muy venido a menos -en pos de un buen cheque, seguro- como es el antaño admirado Robert De Niro que con su nombre en el cartel ha representado un malévolo anzuelo para un verdadero bodrio titulado Limitless (2011) por una vez bien traducido su título como Sin límites que, a lo que parece ser, fue promovido por el mocetón protagonista, un Bradley Cooper que ejerce también como productor ejecutivo: más le hubiera valido dedicarse a una cosa u otra con exclusividad, porque lo cierto es que ni actúa con el nivel requerido a un protagonista absoluto ni su labor como productor ejecutivo consigue otra cosa que una película sin pies ni cabeza, precipitada y aburrida, aunque de ello buena parte de responsabilidad tiene su director, Neil Burger que parece ordenar el rodaje como un niño con una nueva video cónsola en sus manitas, todo el rato dándole al joystick arriba y abajo, mareando la perdiz.
Esto me pasa por no informarme previamente aunque para mi sorpresa e incredulidad la nota media que ha obtenido en imdb es de 7,3 en este momento y me quedo pensando si es que no habré sabido ver el mensaje que intentan transmitirme, que debe ser muy interesante, porque visualmente es una castaña con un sonsonete adormecedor en la mayor parte de sus 105 minutos que me parecieron dos horas largas, al punto de las tres, no viendo el momento en que se acabara el desatino.
La trama es una lamentable mezcla de historias ya conocidas, fragmentos de películas que ya hemos visto, con el recurso de la voz en off del protagonista contando lo que vemos, aspecto éste que el avispado cinéfago, curtido en mil películas, contempla aterrorizado porque es señal inequívoca que nos van a dar la lata:
¿De entre todos los que curraron en ése rodaje, a nadie se le ocurrió que explicar con una voz en off lo que vemos en pantalla es tan aburrido como escuchar a los comentaristas de fútbol en la tele y lo mismo de inútil?
Pues así, casi toda la película.
Y es una pena que una temática tan candente y actual como el consumo de estupefacientes, en este caso, una droga que saca de uno lo mejor que tiene y le hace sentirse más inteligente y perspicaz (¿notan el parecido con la cocaína?) reciba un tratamiento tan débil, carente de fuerza, falto de toda lógica (¿un adicto, dejando su material en manos de otro?) y para acabar con un final apologético y confuso después de un discurso plagado de innecesarios travellings digitales, fruto de una avanzada edición de vídeo que acaba por cansar y marear sin que más allá de su vistosidad y colorido aporte algo a la trama a la que, supuestamente, sirve.
Burger se deleita ofreciéndonos una filmación que intenta aparentar modernidad en base a un colorido chillón y trucos baratos de moviola digitalizada sin olvidar lo que aprendió respecto a la forma de incardinar los planos en secuencias pero se le va la mano o más bien pierde el control en cuanto la moviola aparece: uno tiene la sensación que ése productor ejecutivo improvisado estaba en la cabina dando consejos y recordando con su presencia quien era el que sabía manejar los dineros, porque no hay otra forma de comprender que de vez en cuando el discurso visual dé la impresión que a Burger, hablando en castizo, se le ha ido la olla y toda la narración se va al garete: claro que seguir con la cabeza clara después de leerse el guión debió resultar difícil, porque no hay por donde cogerlo: un verdadero concierto de bandazos que parecen escritos adrede para despistar al espectador: quizá todo se resuma en que la intención era provocar la vivencia de una experiencia artificial, y lo cierto es que ha quedado en una experiencia artificiosa y lamentable. Muy lamentable.
Uno pensaba que se encontraría con una película de este año que equilibrara la balanza, pero debo concluir que la intentona ha sido un fiasco garrafal y aunque no me apetecía mucho volver a presentar un comentario basado en un disgusto, creo que un buen aviso a navegantes es motivo más que suficiente para dedicar cuatro líneas a este moderno bodrio. Avisados quedan.


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