Revista Viajes

Paseando por las Usumbaras

Por Drlivingstone
Paseando por las Usumbaras

Si estás de viaje en Tanzania, no olvides que de camino entre Arusha y Dar er Salaam, las dos ciudades más importantes de Tanzania, se encuentran las inmensas llanuras masáis. Allí en medio, de repente, de la nada, y casi en plano vertical, surge un macizo montañoso que parece puesto a propósito por un caprichoso Dios. Son las montañas Usumbaras.

Estas fueron utilizadas por los colonos alemanes como refugio ante el caluroso clima tropical de las tierras bajas hace más de 100 años. Como grandes bebedores de café que son, tuvieron la brillante idea de plantar el grano de oro en esas tierras. Para ello talaron gran cantidad de árboles del frondoso bosque de Mkuzi sin pensar que el café necesita sombra para poder crecer. Así que el experimento les salió rana y dejaron las montañas más peladitas que el culete de un mandril. Con ese paisaje y las fuertes lluvias arreciando sobre las pendientes de las colinas, consiguieron que las Usumbara se convirtieran en un erial. Afortunadamente, a principios de los años 80, una ONG holandesa se propuso recuperar las fértiles tierras de la provincia de Tanga, y para ello plantaron eucaliptos, de rápido crecimiento, para asentar las tierras, y los años siguientes comenzaron a combinar los árboles endémicos con terrazas de cultivos de maíz, té y diversas hortalizas, recuperando así en tan solo 30 años el esplendor y belleza de este macizo montañoso.

Se pueden realizar numerosas excursiones por la zona, desde contemplar el atardecer desde el mirador de Irati, un balcón natural que se suspende sobre el valle casi un kilómetro bajo tus pies, disfrutando de uno de los atardeceres más sobrecogedores de una vida viajera, a excursiones de uno o varios días por el macizo de las Usumbaras.

Paseando con un guía por el bosque de Magamba puedes encontrarte entre la maleza al camaleón de dos cuernos, endémico del lugar, además de aprender sobre las distintas especies de cultivos, árboles y matorrales, y como se usan para la medicina tradicional, todavía muy utilizada entre las gentes de la etnia Shambaa, mayoritaria en las Usumbaras.

La excursión que realicé fue de 18 kilómetros de suaves colinas, parando finalmente a almorzar un picnic bajo los árboles a base de ensalada de tomate, pimiento, cebolla, pepino y aguacate, chapatis y samosas de carne mientras hacíamos tiempo a que pasara el autobús local que nos acercara a la aldea de Rangwi. El autobús hizo su aparición, renqueante y atestado de gente. Apenas teníamos sitio donde colocar los pies, ya que todos los asientos estaban completos con hasta 3 o 4 personas por cada par de asientos.

Es sorprendente lo bien que llevan los africanos los largos viajes en sus duros transportes públicos. Ni una queja, ni una protesta. Todo sobrellevado con resignación espartana. Ni siquiera los niños pequeños refunfuñan. Nunca se escucha un lloro o un pataleo. De hecho es casi un acontecimiento extraordinario escuchar a un niño africano llorar. Imagino que el saber que nadie te va a hacer ni caso ni a consolarte te enseña a no desperdiciar energías innecesarias y aprenden a entretenerse mirando por la ventanilla o contemplando con ojos de búho a unos blanquitos apretujados entre una oronda señora con un bebé a la espalda y una pila de cajas de tomates.

Nos bajamos del autobús y continuamos caminando media hora más por una senda hasta llegar a la aldea de Rangwi, lugar donde vamos a pasar la noche. Son las últimas horas de día, y es cuando las mujeres y niñas de la aldea se acercan al pozo para buscar el agua necesaria para cocinar. Es sorprendente la habilidad con la que se colocan en la cabeza un balde de varios litros de agua, normalmente apoyado sobre una tela enrollada en forma de ensaimada que hace de almohadilla, y regresan a sus casas a la misma velocidad a la que avanzamos nosotros. Caminan elegantemente erguidas por escarpadas sendas adecuando los hombros y el cuello a las irregularidades del terreno, para acompasar su caminar a las ondulaciones del líquidos en el cubo y conseguir no derramar ni un sola gota.

Pasamos la noche en un monasterio de novicias, donde nos alimentan como obispos y nos damos una reponedora ducha africana, echándonos agua con una jofaina desde una palangana.

Al día siguiente, y tras el pantagruélico desayuno, nos ponemos en marcha, subiendo y bajando colinas y atravesando numerosas aldeas, descubriendo la forma de vida local de esta zona de Tanzania. Cada día de la semana se celebra un mercado en alguna de las aldeas de la región de las Usumbaras y el día de hoy toca en la aldea de Sunga. Hombres y sobre todo mujeres de las aldeas y chozas de los alrededores se desplazan hasta allí para vender los alimentos de sus tierras o comprar de los vendedores ambulantes algún artículo que puedan necesitar como telas, vasijas o materiales de construcción. Todo mercado africano es alegremente colorido. Mujeres ataviadas con telas de múltiples tonalidades extienden en el suelo los frutos de la última semana: judías, tomates, cebollas o ajos. No son grandes cantidades, lo justo que pueden llevar en una cesta sobre la cabeza. Suelen ocupar una explanada en el centro de la aldea o la confluencia de las calles principales. Los comerciantes habituales, esos buhoneros que cada día se desplazan de aldea en aldea para vender sus productos, cuentan con puestos más elaborados, con un pequeño toldo donde guarecerse del sol o de la lluvia y una pequeña banqueta. Nadie dispone de transporte privado. Tan solo si necesitas llevar algo voluminoso, contratas los servicios de una moto o boda-boda.

Éste, el de las moto-taxis, es otro espectáculo de los caminos africanos. Motos transportando 4 adultos, 12 cajas de tomates o hasta un sofá de tres plazas con el pasajero sentado cómodamente entre sus almohadones. Estas motos circulan no solo por las carreteras asfaltadas o por las pistas de tierra, sino también por las estrechas sendas por las que los africanos consiguen llegar hasta su choza.

Tras 6 horas de más que agradable caminata, llegamos hasta lo que denominan el mirador Mamba, donde de nuevo podemos disfrutar de un atardecer de película. Una tumbona, una cerveza fría, unas vistas de vértigo y el sol iluminando de verde rabioso las praderas masáis.... ¡Que más se le puede pedir a la vida!

Puedes seguir mis viajes en Instagram en @alvaroblanchi


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