Revista Espiritualidad

Paseo de un letargo

Por Sosylos @sosylos
Paseo de un letargo
Que la frustración se la lleve el viento de otoño, que el piélago embarazado no arroje agua  sobre nuestras cabezas yermas. Huyamos de lugares atestados de corrupción y miseria.
Los aires de las comidas ya no nos hacen libres. La prensa ya no brega entre tipografías y cadáveres. Políticas de orines, que asoman, por cualquier ventana. Hidalgos sin rumbo patean las calles, cada mañana.
Tecnologías por florines y lunas, serpientes y leonas yacen encadenadas. Los árboles mueren de pie y los humanos sobre telas cosidas con hilos de napalm.
Encinas, quejigos y toros se amamantan. Entre purinas y restos de pollos hormonados los niños crecen, ajenos a un mundo que les pervierte y, nadie les advierte, cuantos de ellos danzarán por las calles pidiendo limosna.
Ya no hay hambre de nada. Sólo de síndromes de Stockholmo. De amar a quien nos maltrata.
Sólo el viento de otoño se puede llevar la frustración que me embarga en este paseo del letargo que empieza como acaba, de noche, sentado, en un banco.
Abro un libro de poemas al azar, anochecida la tarde y con el frío a remanso, Miguel Hernández acude al rescate con su elegía a Ramón Sijé, a borbotones sale:

Paseo de un letargo

Foto: Sudsinner


Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas y órganos mi dolor sin instrumento, a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento. Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y conjuntos y siento más tu muerte que mi vida. Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta de piedras rayos y hachas estridentes sedienta de catástrofes y hambrienta. Quiero excavar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores. Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irá a cada lado disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma compañero.

Chema García 


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