Revista Maternidad

Pecados capitales de la maternidad

Por Lamadretigre

Pecados capitales de la maternidadEstaba yo ayer en la ducha tarareando el Tacatá cuando tuve uno de esos momentos extracorpóreos en los que una se ve desde arriba y se le cae el alma a un pozo sin fondo muy negro. Negrísimo. Ya no son los kilos, ni la flacidez, ni siquiera la celulitis. Es algo más. Una dejadez física y psíquica que sólo una madre puede conseguir sin despeinarse. O, mejor dicho, sin peinarse. A mí en general no me gusta privarme de nada y en esto no iba a ser menos. Que hasta para caer en picado puede darse una mucha prisa.

Por eso he decidido dar rienda suelta a mi vena filantrópica y evangelizar la madresfera para que las madres del mundo no se dejen llevar por la desgana que a todas nos invade. Por muy madre que una sea hay que evitar, a toda costa, caer en cualquiera de los siete pecados capitales de la maternidad. No les digo ya en varios. Pecado. Mortal.

A saber:

Darse a la cosmética infantil: No se engañen. Lavarse el pelo con el baño para cuerpo y cabello de Jhonson’s Baby y echarse el frusfús No más tirones a modo de mascarilla no equivale a cuidados capilares. Mi melena estropajosa de tanto baño alterno de salitre y cloro pide a gritos un tratamiento de queratina o como mínimo un champú del súper. Para adultos. No se dejen llevar. Que la cosmética es cara. Vale. Pero mírenlo como una inversión. A futuro.

Alimentarse de sobras: Vamos a ver, si les preocupa el hambre en África colaboren ustedes con una ONG pero comerse los restos chupados de tortilla francesa no acabará con el hambre en Somalia. Cuando los médicos hablan de dieta variada no se refieren a zamparse los macarrones a medio masticar y los culines de los yogures de sabores. La próxima vez dejen que sea el lavavajillas el que se encargue de los platos sucios en lugar de lamer los restos. Su cintura también se lo agradecerá.

Abusar de lo premamá: De todos es sabido que la ropa de embarazada engancha. Mucho. Quién no haya utilizado los vaqueros con faja hasta la revisión de los seis meses del nene que tire la primera piedra. Y qué tendrán las camisetas de embarazada que cuesta tanto jubilarlas. Se pegan a la lorza y se les coge cariño. Pero no se confundan, cuando la vecina te mira con cara de pena no es porque el niño sea feo, es por tu facha de Nick Nolte después de El Príncipe de las Mareas. No compensa.

Vestirse a conjunto: Que los hermanitos ataviados con el mismo estampado son una cucada pasa. Pero que la mamá y los nenes compartan armario empalaga. Mucho. No vean el miedo que pasó El Marido el día que salimos todas vestidas de ibicencas a pasear por Marbella como una congregación de Hare Krishnas cualquiera. Si tienen un peto vaquero préndale fuego antes de que sea demasiado tarde.

Apuntarse a los trabalenguas: No hay nada peor que una madre con lengua de trapo. Nada. Hablen con propiedad señoras que los popós y los brumbrumes en boca adulta dan mucha grima. Cómo se supone que van a aprender a hablar las criaturas entre tanto cuchicuchi. Tampoco es recomendable abusar de los diminutivos. Que el niño sea pequeño no implica que el vocabulario tenga que ponerse a su altura.

Excederse en el juego: Los extremos nunca son buenos. Y los niños lo saben. Ellos quieren que les dediquemos nuestro tiempo, que leamos con ellos, les ayudemos a hacer puzles y juguemos al cinquillo. Pero ver a su mamá haciendo la croqueta en plan G.I. Joe delante de sus amigos marca. De por vida.

Ir de natural: Ésta es quizá la excusa más manida del mundillo maternal: Yo es que soy muy natural. No. A ti lo que te pasa es que no te ha dado tiempo a secarte el pelo, ni a peinarte, ni a pintarte y además te has quedado a medio depilar. Es lo que tiene el no dormir. Que una va con la cara lavada por no lavarse la cara.


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