Revista Diario

Pedro De Paoli – José María Rosa, o dos visiones del revisionismo

Por Julianotal @mundopario
Lo que sigue a continuación es un capitulo de un trabajo más extenso, y que aún no fue terminado, dedicado a la labor historiográfica de José María Rosa.Pedro De Paoli – José María Rosa, o dos visiones del revisionismo

Durante los sesenta, cuando el reconocimiento de los trabajos de José María tenía un alcance a nivel popular, gracias a la explosión cultural de la década, el auge de la cultura de masas, la demanda sociopolítica de amplios sectores de la sociedad que buscarían respuestas en la Historia luego de la experiencia peronista, su derrocamiento violento y la inestabilidad política, se esperaba que desde la Academia o bien, desde el esplendor de la Historia Social se respondiera a las “provocaciones” de Rosa. Paradójicamente, el primer cruce se generaría dentro del revisionismo: el nacionalista Pedro De Paoli publicaría en 1965 “El Revisionismo Histórico y las desviaciones del Dr. José María Rosa” como respuesta al trabajo “Rivadavia y el Imperialismo financiero” publicada un año antes.El panorama político “post 55” genera un cambio de visión y de posicionamiento ideológicos que provocarían en la historiografía un abanico de corrientes, desde la izquierda tradicional hasta dentro del revisionismo. El revisionismo que surgió luego de la experiencia peronista abre un debate por dentro y fuera del mismo. De tradición nacionalista, los diversos historiadores de esta corriente manifestarán su enclave ideológico de acuerdo a lo que el peronismo  les dejó como legado de discusión. Así, se puede encontrar cómo se disiente entre el revisionismo antiperonista que se referencia en Julio Irazusta, así como también se pueden encontrar posicionamientos de un revisionismo peronista tradicionalista o bien se puede mencionar a los “neorrevisionistas” que explorarán una discusión histórica enmarcada en el espíritu de época, como son los casos de Fermín Chávez y de José María Rosa.De hecho, los trabajos ricos y polémicos de “La Caída de Rosas” (1958) y “Rivadavia y el imperialismo financiero” (1964) dialogaban intensamente con la realidad sociopolítica del peronismo proscripto y las luchas por la liberación nacional. No es casualidad que denominase como “imperialismo financiero” la intervención de la Baring Brothers dentro de la época rivadaviana. El concepto “imperialismo”, y la lucha- resistencia ante el mismo era una consigna popular dentro de la izquierda y el peronismo proscripto. La época de Rivadavia volvería a ser un ejemplo del liberalismo infame y entreguista como lo había sido para el revisionismo de los años 30 y 40. Años más tarde, la dupla Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde retomarían el asunto con su trabajo también de amplia difusión “Baring Brothers y la historia política argentina” (1968) donde en dicha primer edición advertían que la intención era “procurar sintetizar la dolorosa relación sostenida por el pueblo argentino con la banca británica y, de haber logrado el propósito, constituir dicho libro como “una enseñanza histórica” para dicho presente político[1].La dependencia económica generada por los intereses británicos en nuestro país fue tema recurrente promediando la llamada “década infame” y tanto Julio y Rodolfo Irazusta como Raúl Scalabrini Ortiz abordaron dicha problemática. En este aspecto, José María Rosa se apoyará particularmente en este último y en Alejandro Bunge para presentar en 1943 “Defensa y pérdida de nuestra independencia económica” donde ya contrastaba la experiencia rivadaviana con la rosista, mencionando que éste primero fue “la historia de la fracasada tentativa de imponer el coloniaje económico disfrazado de mejor conveniencia institucional. La “civilización” comercial británica, tras la apariencia de un “liberalismo” político a la europea.”[2]No obstante, en la obra “Rivadavia y el imperialismo financiero” se detendrá exclusivamente en dicho período y lo acompañará con unas “Reflexiones sobre el Imperialismo”, que significaría lo más destacado de su trabajo y lo que generaría el debate con Pedro De Paoli. Pedro De Paoli pertenece a la corriente revisionista y fue un profundo conocedor y cultor del “tradicionalismo criollo”, adhirió al peronismo y fue uno de los críticos del desarrollo del mismo a través de una pequeña obra de 1949 titulada “Peronistas, ¿moriremos ahorcados?” donde denuncia que era tiempo de “llamar a los verdaderos peronistas y alejar a los infiltrados” y sugería que la “revolución peronista” debería ser “tradicionalista, patriótica, con arraigo en el pasado y con proyección hacia el futuro. Nuestra revolución es de argentinos auténticos, integralmente argentinos sin conexión con fuerzas o intereses foráneos[3]. Así como en 1949 realizaba sus críticas al peronismo luego realizaría sus críticas al revisionismo de Rosa en 1965, donde su apología de un “auténtico” revisionismo no dista mucho de aquellos principios donde tenía que enmarcarse la “revolución peronista”.“El revisionismo histórico es la restauración de los valores morales de nuestro pueblo; el reconocimiento de sus orígenes ancestrales y de la fuerza misional latina, católica e hispánica que imprimió carácter al descubrimiento mismo de América”. Más adelante, sostiene que “el revisionismo es restauración y reivindicación: restauración de principios, fe, creencias, carácter; reivindicación de derechos, famas conculcadas, rango patrio rebajado.”[4]La intención del autor era no sólo realizar una proclama sobre el auténtico revisionismo sino también con eso buscaba deslegitimar el trabajo de José María Rosa que, a los ojos de De Paoli, infringía los valores históricos del revisionismo nacional para luego iniciar un pretendido análisis sobre “Rivadavia y el imperialismo financiero”, donde detallaba las “desviaciones” de Rosa, aunque las críticas recaían en una cuestión “subjetiva” e interpretativa del acusador.Pedro De Paoli – José María Rosa, o dos visiones del revisionismoDe Paoli empezaba por cuestionar la definición de imperialismo que realizaba Rosa donde mencionaba que “Imperialismo –dice el Diccionario de la Academia – es el dominio de un Estado sobre otro por medio de la fuerza”. No es la acepción empleada entre nosotros. La acción del Estado dominante es indirecta y sutil, y se apoya en la voluntad de los dominados o por lo menos de una parte destacada de ellos. No es tanto una imposición desde afuera, es sobre todo una aceptación desde adentro”[5]. Lo que era evidentemente una introducción para reflexionar la “voluntad de coloniaje”, para De Paoli era un craso error, mientras argumentaba que “la verdad es que el imperialismo, para su cometido, adopta cualquiera de las dos formas, o las dos simultáneamente, según le convenga. Tal ocurrió con nosotros en 1806 y 1807, salvo que al Dr. Rosa le parezca que los cañones y las bayonetas de Sir Home Popham y de Beresford fueran elementos indirectos y sutiles”[6],la obnubilación se evidencia aún más párrafo siguiente cuando cree encontrar cierta “alabanza” o “justificación” hacia la figura de Rivadavia cuando Rosa manifiesta, simplemente que “la Argentina de Rivadavia ha declarado su independencia, posee un gobierno reconocido en el exterior y un orden jurídico aparente… Pero no podemos considerarla nación soberana porque no maneja su destino, y su quehacer no se dirige a las conveniencias de la propia comunidad. Es una verdadera colonia manejada por una metrópoli; pero pocos tienen conciencia de este sometimiento. Ni siquiera los federales, el partido nacionalista, que tardarán en darse cuenta del vasallaje”. A lo que De Paoli responde que “no fue la Argentina de Rivadavia la que declaró su independencia, sino la de las Provincias Unidas del Río de la Plata… Don Bernardino estaba en otras tareas, muy ajenas a las de tener patria propia, libre, soberana, democrática y republicana. No hay, pues, por qué atribuirle al señor Rivadavia ese mérito de independencia de la patria, haciéndolo, como parece dar a entender el Dr. Rosa”[7]. Como veremos más adelante, a Pedro De Paoli le sucederá lo mismo que a José Raed que, como mencionaba Halperín Donghi “es la actitud  polémica en que desemboca la que lleva a resultados no siempre admirables[8]pues estaba claro que Rosa no estaba diciendo que había sido Bernardino Rivadavia un actor interventor en la independencia argentina y, además, incurre en errores notorios al calificar que los ideales en ciernes eran el de tener una patria “democrática y republicana”. Evidentemente, lo que estaba haciendo mención Rosa con lo de “la Argentina de Rivadavia” era a los tiempos históricos en los que se desarrollaría la etapa de subordinación y “voluntad de coloniaje”. Luego, De Paoli incurre en denostar la otra afirmación donde Rosa sostenía que “ni siquiera los federales” se habían dado cuenta del sometimiento. Indignado, el autor recuerda que “el revisionismo de la historia debe ser concreto, terminante en sus aseveraciones, y éstas deben ser fundadas en pruebas irrefutables. (La) suposición del Dr. Rosa, endeble y falsa, vendría, no sólo a desmerecer el valor de federales como Dorrego, y Manuel Moreno, sino a justificar, en cierto modo, la traición del grupo Rivadavia…”. Lo que demuestra las observaciones de De Paoli no sólo son “desviaciones” propias o errores de interpretación sino también significa el entrecruce entre dos concepciones sobre el revisionismo: el José María Rosa de ese entonces interviene activamente en los temas recurrentes de la Izquierda Nacional y el neorrevisionismo nacional y popular: la intervención del imperialismo en la cultura, la discusión sobre el ser nacional en el marco latinoamericano, la colonización pedagógica… Basta dar un repaso a las tesis de Arturo Jauretche, Hernández Arregui, Eduardo Astesano y Abelardo Ramos para darse cuenta que “Rivadavia y el Imperialismo financiera” se encuadra en dicha problemática. Mientras el revisionismo tradicionalista de De Paoli se muestra en una postura conservadora y restauradora, cuyas nóminas y cánones de dicha corriente no merecen cuestionamiento para Rosa: el neorrevisionismo necesariamente tenía que salir a dar respuestas a la necesidad de la época y detectar los atisbos de la colonización cultural que padecieron en su momento los propios próceres del federalismo.Pero no sólo era la concepción de colonialismo lo que hace obsesionar en la crítica De Paoli, sino que también observaba que José María Rosa en su afán de defender al “liberalismo masónico de Rivadavia”[9]tergiversaba y menospreciaba la importancia del catolicismo dentro de la esencia del ser nacional ya que, para Rosa “se defendía al catolicismo porque era una manera de defender lo propio cuando la nacionalidad no estaba todavía consolidada, porque los invasores eran protestantes en su mayoría, y en el grito “Religión o Muerte”, de Facundo, no había tanto una posición teológica, sino una manera de combatir a los “gringos herejes” que venían a apoderarse de la patria”[10]. Nuevamente, la lectura lineal que realiza De Paoli le obstruye la capacidad de abstraer lo que pretende transmitir Rosa: allí se manifiesta un posicionamiento historiográfico que disiente del revisionismo nacionalista y ultramontano que intuye el catolicismo y la hispanidad como elementos espirituales que no permite discusión alguna. José María Rosa, alineado como dijimos a las discusiones que dialogaban con la problemática sociocultural de la década, observaba a la religión como un elemento cultural que también podía ser utilizado políticamente, realizando una lectura más abierta a la clásica y reaccionaria del “catolicismo hispánico ante el liberalismo masónico extranjerizante”. Sin dudas, la expresión de determinado posicionamiento lo realizaba el propio De Paoli al aseverar que “para destruir la nacionalidad y darnos una mentalidad colonialista liberal –imperialismo inglés –había que destruir ese sentimiento. Y a ello iba (Rivadavia). Propósito que recién será cumplido en 1884, con Sarmiento, Roca, Wilde, Leguizamón, Oroño y otros, al sancionarse la ley de enseñanza laica”[11]y, más adelante, “¿Qué le hace suponer al Dr. Rosa que Facundo y Rosas usaran la religión como instrumento de sus intereses, o miras políticas? Es rebajar mucho a ambos patriotas suponer semejante manejo de la religión. Revelaría en ellos una carencia absoluta de escrúpulos, lo que demostraría que ambos personajes serían totalmente distintos a cómo los ha descripto siempre el revisionismo histórico. Sería, precisamente, un mentís a todo lo que los revisionistas hemos sostenido durante treinta años.”[12]Por último, el otro tema en que discute De Paoli con Rosa es con respecto a la relación “pueblo y caudillo” y la procedencia de éste último, donde se le atribuye un sentido aristócrata del mismo, esto es, el que cuenta con “la condición de anteponer los intereses de la comunidad a los propios intereses”. Una vez más, De Paoli lo interpreta como una apelación de sentido antidemocrático que no definiría el verdadero rol del caudillo: “Gobierno de pueblo y gobernante aristócrata son términos tan antitéticos que bien cabe al respecto la definición del helenista Mandler: “El gobernante aristócrata procura cuidar celosamente los intereses del pueblo, tal cual el ganadero cuida su rebaño, pero sin sentirse nunca, ni creerse, parte integrante del rebaño, sino para sacarle el mayor provecho en beneficio propio”. Que el Dr. Rosa medite un poco sobre esta definición de Mandler. Le será de provecho. “(…) con esa simpleza y esa inexactitud el Dr. Rosa quiere llegar a esta conclusión: el general Juan Perón no pudo haber sido caudillo de movimientos populares porque no era estanciero, ni vivía con los peones en la estancia.“Hay además, otro impedimento, según el doctor Rosa, para que Perón sea caudillo: No es aristócrata, ya que Perón es pueblo, tiene alma popular. No puede, entonces, ser caudillo.”[13]Pero, una vez más, quien termina desviando lo expuesto por Rosa es el propio De Paoli: como él mismo cita, Rosa ya advierte el sentido de “aristócrata” que pretende aplicarle al texto, se los advierte a los intelectuales del “izquierdismo” que aplicaban el concepto de feudalismo a la época en cuestión[14]. Sin embargo, la crítica que no esperaba Rosa era que viniera desde el propio revisionismo. De Paoli desvirtúa la aplicación (desde luego discutible) de “aristocracia”, atribuyéndole un sentido antidemocrático al pensamiento de José María Rosa cuando en realidad es una discusión de apreciaciones que poco tiene que ver con “desviaciones”: lo  que Rosa denomina como “aristocracia” para De Paoli, en sus trabajos, fue “democracia gaucha” (obviamente diferente a la liberal). Pero resulta interesante que el denostador de “Rivadavia y el imperialismo financiero” realice, nuevamente, una desacreditación de Rosa dentro del imaginario político: diciendo que él “quiere llegar” a la conclusión de menospreciar la calidad de conductor y líder de Juan Perón (algo que en ninguna parte del texto figura ni hace alusión), cuando, por el contrario, la intencionalidad de Rosa es diametralmente opuesta: “El aristócrata, el verdadero aristócrata, es un hombre visible de un agrupamiento que él sabe comprender e interpretar. No hay orgullo de clase: hay conciencia, que es bien distinta”[15]. En la concepción de José María Rosa estos conductores natos son verdaderos intérpretes del alma colectiva. Encontramos esta idea desde su primer obra “Interpretación religiosa de la historia” de 1936, donde inicia una análisis desde la sociología criticando las tesis de Le Bon que encontraba en la “sugestión” que causaban ciertos individuos la causa del “estado de multitud” y daba al “contagio” el vehículo para trasmitirse de hombre en hombre esta sugestión[16]. Por el contrario, Rosa nos dice que “no es ante un ser de carne y hueso, no es ante el sugestionador de multitudes que los hombres integrantes de la masa deponen sus personalidades: puede no existir ese sugestionador, y aun en el caso de que existiera, este mismo ha renunciado también a su propio yo, identificándose totalmente con la multitud que en apariencia conduce. (…) No es que un individuo se posesione de la mas: es que la masa se posesiona del individuo. En los conductores de pueblos debe verse a hombres identificados con su pueblo, antes que a pueblos identificados con su jefe. Así Quiroga y Rosas fueron en nuestra historia la “realidad argentina”, la vida misma de la pampa oponiéndose al europeísmo artificial de Buenos Aires. De allí que fueran en realidad, “conductores de hombres”, en un grado que no poseyeron ni podían poseerlo, los “progresistas” que formaron el “unitarismo”[17].Entonces, haciendo un breve racconto de lo mencionado, la sobrevalorada[18]crítica de De Paoli podemos extraer distintos aspectos intencionales: El primero es de índole historiográfica: De Paoli iniciaba su trabajo describiendo cuales eran los objetivos del revisionismo. Sin embargo, el revisionismo que defiende De Paoli resulta anacrónico con respecto a la problemática de los sesenta. Es un revisionismo nacionalista reaccionario que se lo puede enmarcar dentro de los tiempos de la “década infame”, es decir, antes de la experiencia peronista. Lo segundo, y relacionado a lo anterior, es el proyecto social que defiende. De Paoli expresa su pertenencia al peronismo y a buscar, remover y deslegitimar a Rosa del mismo. Es que la obra de José María Rosa, luego del derrocamiento de Perón, retoma la discusión de la experiencia rivadaviana y el rosismo en clave “sesentista”, el Rivadavia “entreguista”, justificado dentro de la “colonización cultural” y el sometimiento al “imperialismo” significa un dialogo histórico con el presente, insertándose dentro del marco por la lucha de la liberación nacional. Es la clave de su éxito y la clave de la irritación de los sectores nacionalistas más conservadores que ven en el trabajo de Rosa un revisionismo falso y oportunista. Esta constante discusión que traspasa el mero debate historiográfico terminará usando la discusión sobre el rosismo para cuestionar el uso partidario del mismo y el proyecto social de Rosa. La agresividad y la descalificación se apreciarán de manera definitiva en la discusión generada por la obra “La Caída de Rosas” generada por José Raed, José Antonio Soares de Souza y Elías Giménez Vega.

Pedro De Paoli – José María Rosa, o dos visiones del revisionismo

[1] “Advertencia” en Ortega Peña, R. – Duhalde, E. L. Baring Brothers y la historia política argentina. Buenos Aires. Arturo Peña Lillo. 1974. [2] Rosa, J. M. Defensa y pérdida de nuestra independencia económica. Buenos Aires. Arturo Peña Lillo. 1986. P. 62. [3] De Paoli, P. Peronistas, moriremos ahorcados? Buenos Aires. Theoría. 2006. Pp. 33-83. [4] De Paoli, P. El revisionismo histórico y las desviaciones del Dr. José Ma. Rosa. Buenos Aires. Theoría. 1975. Pp. 7-8. [5] Rosa, J. M. Rivadavia y el imperialismo financiero. Buenos Aires. Arturo Peña Lillo. 1986. P. 181. [6] De Paoli, P. Op. Cit. P. 20. [7] De Paoli, P. Op. Cit. P. 21. [8] Halperín Donghi, T. Ensayos de historiografía. Buenos Aires. El Cielo por Asalto. 1996. P.129. [9] De Paoli, P. Op. Cit. P. 52. [10] Rosa, J. M. Rivadavia y el imperialismo financiero. Buenos Aires. Arturo Peña Lillo. 1986. P. 197. [11] De Paoli, P. Op. Cit. P. 52. [12] De Paoli, P. Op. Cit. P. 56. El destacado es mío. [13] De Paoli, P. Op. Cit. Pp 46-49.. [14] Rosa, J. M. Rivadavia y el imperialismo financiero. Buenos Aires. Arturo Peña Lillo. 1986. P. 196. [15] Rosa, J. M. “Los caudillos populares en la República Argentina” en Estudios Revisionistas. Buenos Aires. Fundación Ross. 2012. P. 29. [16] Le Bon, G. “Psicología de las multitudes”. Buenos Aires. EMCA. 1945. P. 170. [17] Rosa, J. M. “Interpretación religiosa de la historia”. Buenos Aires. El Ateneo. 1936. P. 97. [18] Su referencia sin detallar la misma es una constante en las obras que se dedican a cuestionar la obra de José María Rosa. Veáse Halperín Donghi, T. Ensayos de historiografía. Buenos Aires. El Cielo por Asalto. 1996; Gimenez Vega, E. Revisión al revisionismo. Buenos Aires. 1969;

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