Revista Educación

Peleas entre hermanos

Por Mónica Soldevila @mosolvi

Una hermana es la que te da su paraguas en la tormenta y después te acompaña a ver el arcoiris.

Karen Brown

niños peleando

- Mónica Soldevila -

Las peleas de los hijos afectan a la armonía de la familia, ya que éstas suelen ser frecuentes. La forma en que los padres manejan la situación dará lugar a dos posibles desenlaces; podemos encauzarles hacia la superación del conflicto o podemos fomentar sus rivalidades hasta hacerlas persistir durante la edad adulta.

Por esta razón los padres no debemos permanecer indiferentes ante sus peleas ya que están en juego las relaciones familiares.

Los hermanos pasan mucho tiempo juntos; es normal que tengan sus diferencias, basta con que uno de ellos coja un juguete que no tenía nadie para que el otro lo quiera. Además tienen que aprender a compartir, no solo sus juguetes sino la atención de sus padres.

Con el roce aparecen las peleas, que pueden llevarte a situaciones desesperantes. Los hijos son capaces de poner a prueba nuestra paciencia varias veces al día y esto es difícil de soportar.

Podemos dejarnos llevar por la ira o desarrollar estrategias para enseñar a nuestros hijos a quererse y a respetarse. Por supuesto esto no se consigue en un día, ni en un mes, pues la educación, recordemos, es un proceso largo.

Debemos empezar mirándonos a nosotros mismos. Si queremos facilitar un ambiente positivo, tendremos que predicar con el ejemplo; evitaremos las discusiones delante de nuestros hijos, hablaremos con corrección y respeto, no levantaremos la voz. Los padres somos el modelo a imitar para nuestros hijos. Podemos expresar nuestros sentimientos incluso los de enfado y rabia sin pelear. Cuando estemos enfadados se lo diremos:

- Estoy muy enfadado porque me has gritado. Si hay algo que te preocupa, dímelo y buscaremos una solución.

Nunca debemos cometer el error de pensar que siempre que dos hermanos se pelean, uno es el malo. Eso nunca ocurre así. No porque uno de los hermanos sea más inquieto o mas travieso va a ser quien empiece todas las peleas. Los padres debemos ser muy cuidadosos en este aspecto para no intervenir, debemos observarles. A veces el niño más calladito y más tranquilo aprende a hacer perder la paciencia del otro, sobre todo si tiene el apoyo de sus padres. Lo habitual es que las riñas vengan promovidas por los dos hermanos.

También es importante no etiquetar a nuestros hijos: “el contestón”, “el llorón”, “el desobediente”…

No debemos intervenir en sus discusiones como si éstas nos afectaran a nosotros, ni ponernos de parte de uno de ellos. Si hacemos esto pasamos a formar parte de la pelea. Tampoco se trata de hacer de juez sino de que aprendan a resolver sus problemas hablando. Cuando son pequeños, menos de cinco años, es fácil distraerles para redirigir su atención hacia otra actividad:

- Mirad, esa señora camina tan rápido porque hoy es su cumpleaños y tiene muchas ganas de llegar a casa para ver si le han preparado una sorpresa.

Si estamos en casa, podemos comenzar otro juego menos competitivo, enseñarles algo de la televisión, contarles un cuento…

Cuando nuestros hijos son mayores y vemos que empiezan una discusión, les advertiremos de que sus discusiones son asunto suyo y les dejaremos solos para que lleguen a un acuerdo que beneficie a ambas partes.

Por ejemplo:

1-   Mamá, mi hermano no me deja ver los dibujos de la tele.

2-   Es que en el canal 2 están poniendo otros mejores.

Mamá: (apagas la tele) – Pues con la televisión apagada podéis hablar mejor. Os dejo solos para que lleguéis a un acuerdo que convenza a los dos y luego me lo contáis.

(Si puedes, obsérvalos. Te sorprenderás de la capacidad de negociación que tienen los niños.)

Si la discusión supone una pelea física, intervendremos para que no se hagan daño. Únicamente les diremos que se vayan cada uno a su habitación, o a cuartos diferentes, hasta que se tranquilicen y les pediremos que piensen en varias soluciones para acabar con el conflicto. Después pondrán sus ideas en común y resolverán el problema ellos mismos. Los padres podemos hacer de moderadores pero nunca de jueces.

No te desesperes si al principio tienes la sensación de que la situación empeora, es normal. Los niños necesitan un tiempo para acostumbrarse a la nueva forma de resolver los problemas.

Si notamos que los niños (o alguno de ellos) se enfada mucho y le entra una rabieta, le diremos, sin alterarnos: – Sé que te sientes mal y que te da mucha rabia, pero para poder solucionar ésto necesitamos que te calmes. Así podrás hablar mejor y entenderé por qué estás enfadado. Si lo prefieres puedes salir a la terraza a dar patadas a un balón o hacer un dibujo de cómo te sientes.

Es muy importante dedicar un tiempo especial a la semana a cada uno de nuestros hijos. Ellos deben saber qué momento les pertenece a cada uno.

Hay juegos que, al entender de un adulto, parecen absurdos, pero que con los niños funcionan muy bien. Algo tan sencillo como asignar un tiempo (30 minutos) a la semana únicamente para prestarse los juguetes mutuamente. Si además le pones un nombre “espectacular” vas a tenerlos deseosos de participar.

Por ejemplo: – Hoy es el día de LA GRAN COMPARTIDA DE JUGUETES. Desde ahora y hasta que os avise tenéis que compartir todo lo que podáis. Estoy segura de que lo haréis muy bien.

Hay algo que los padres debemos dejarles claro desde que son pequeños. Y es que está terminantemente prohibido pegar. No se puede pegar a nadie, jamás, bajo ningún concepto. Si aprenden esto comenzarán antes a desarrollar mecanismos propios de negociación que les ayudarán a mejorar su inteligencia emocional.

Un padre debe ser el observador que mejor conoce a sus hijos. Podemos aprovechar cualquier situación para hablar con ellos; comentar el comportamiento de otras personas, o el suyo propio, tanto el bueno como el malo.

Por ejemplo: si alguien va insultando y gritando por la calle, con el móvil en la oreja, podemos hablar del tema. Que los niños te digan por qué creen que no está bien comportarse de ese modo…

Puedes hacerles ver que insultando no se solucionan los problemas porque seguro que a la persona que está al otro lado del teléfono, no le gusta que le insulten.

Poco a poco enseñaremos a cada uno a tener en cuenta los sentimientos del otro y les haremos ver que su comportamiento, y en general el comportamiento de cualquiera, ejerce un efecto sobre las demás personas.

Una pelea puede originarse por muchos motivos. Estos irán cambiando a medida que los niños se hacen mayores. Solo hay un motivo de pelea que se mantiene con la edad, la lucha por conseguir la atención extra de los padres. Por esta razón procuraremos no dedicarles tiempo cuando se pelean. Les haremos reflexionar y dejaremos que resuelvan los conflictos por su cuenta.

Sin embargo, les prestaremos atención cuando estén jugando pacíficamente, sin pelear y nos interesaremos por lo que estén haciendo. Una manera de enseñarles a jugar es pasar tiempo jugando con ellos. Todo el tiempo que les dediquemos mientras son pequeños repercutirá en que sean personas más felices.

En resumen: las pautas que los padres debemos seguir para extinguir las peleas de los hijos son:

  1. Escuchar a cada hijo por separado antes de formarnos una opinión.
  2. Insistir en la idea de que las peleas no son la forma de solucionar los desacuerdos.
  3. Fomentar el dialogo y la negociación.
  4. Establecer normas y límites en el hogar (y hacer que se cumplan).
  5. No perder los nervios, ya que las peleas no se pueden extinguir de la noche a la mañana; es necesario llevar a cabo una labor conciliadora que los incite a la tolerancia y el respeto.
  6. No mostrar preferencias por ninguno de los hijos actuando con la máxima neutralidad, puede que el origen del conflicto sea conseguir la atención extra de los padres.
  7. No hacer comparaciones entre hermanos; cada uno es como es, igual que en la vida real, y debemos ser un ejemplo en cuanto a  aceptar a cada persona con sus virtudes y sus defectos.
  8. Aprovechar las peleas como una lección para la vida.
  9. Enseñarles a respetar la propiedad del otro así como a apreciar y a agradecer cuando recibes algo.

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