Revista Cine

Películas gancho

Publicado el 10 febrero 2016 por Manuelmarquez
No sería capaz de concretar, sin recurrir a anotaciones, cuántas veces he visto una película como ‘Frenesí’, de Alfred Hitchcock, con la que me topaba —en su enésimo pase por un canal especializado— la pasada noche, consiguiendo que el libro que ya tenía entre mis manos y abierto por la página en que había abandonado su último momento de lectura, volviera a su punto de origen. En cualquier caso, tengan la completa seguridad, amigos lectores, de que se trata de una cifra considerable.

Pero no les voy a hablar hoy de ‘Frenesí’ (de la que pueden encontrar amplia y detallada reseña en este mismo blog); ni siquiera de las pelis de Hitchcock, cualquiera de las cuales podría hacerme incurrir, sin género alguno de duda, en la misma forma de proceder descrita en el párrafo anterior. Hoy hablaremos de las ‘películas-gancho’.Película-gancho. Dícese de aquella peli con la que te tropiezas en una emisión televisiva y que, misteriosa e insidiosamente, te hace abandonar cualquier actividad que estés desarrollando en ese momento (o que tengas previsto desarrollar) para, trincando al efecto el sillón más a mano, entregarte, una vez más —ansioso y derrotado—, a su visionado, pese a que haga tiempo que perdiste la cuenta de las muchísimas veces que la has visto. Todo el mundo, por poco aficionado que sea al rollo este de las películas, tiene una, o varias, películas-gancho, que podría enumerar sin dificultad alguna, y yo, naturalmente, no soy ninguna excepción: al título arriba apuntado, podría sumar un buen puñadito más, ése que integra mi devocionario particular y del que, ya a estas alturas, va a ser difícil que desaparezcan.¿Y por qué sucede esto? ¿Cuál es el mecanismo ‘engatusador’ en virtud del cual te vuelves a dejar atrapar por una cinta que ya has visto en numerosas ocasiones y de la que, por tanto, conoces más que sobradamente detalles argumentales, desenlace de la historia y todo aquello que puede suscitar mayor  interés en el común de los espectadores? Lo ignoro con certeza, pero cabe suponer que juegan ahí con fuerza mecanismos de afinidad afectiva que escapan a criterios racionales claros, con lo cual casi resulta preferible no darle más vueltas a la vaina y limitarse a disfrutar de la circunstancia cuando se produce.

En cualquier caso, lo que sí tengo perfectamente claro es que estos episodios obedecen a un impulso tan irrefrenable como ineludible. Como (dicen…) el mismísimo amor. O algún impulso atávico difícilmente explicable. ¿Se tratará de eso? Quién sabe: habría que investigarlo con detenimiento. 

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