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Películas que nos marcaron: La visita de Lula. Jeremiah Johnson

Publicado el 13 marzo 2010 por Crowley
Tenemos hoy en este apartado la visita de Lula Fortune, mujer incansable, sensual y amante de Wild at heart, que siempre nos deleita con su prosa, poesía, cine y pensamientos en ese estupendo BLOGque dirige. Se enfunda hoy Lula su vestido de aventurera y, acompañada de Robert Redford, se adentra en lo más profundo de un atípico western que servidor aún no ha visto (pero se pondrá a ello. Prometido).
Lula. Todo tuyo...
Las aventuras de Jeremiah Johnson (o el camino por el que divagas es el que has elegido)
LULA FORTUNE
Posiblemente sea ésta una de las películas que más haya influido, no diré en mi vida, así de forma directa, pero sí en mi modo de considerar la vida a través del cine, el cine a través de la vida.
Y lo que más me gusta de este descubrimiento es que fue el delicioso fruto del azar, de un tremendo error cometido hace ya muchísimos años, en una lejana galaxia infantil. Por aquel entonces era yo una insaciable devoradora de cine de barrio que tragaba sin criterio todo lo que ponían en las sesiones continuas del desaparecido cine Victoria. Pero aquel sábado, siguiendo la pista de un famoso héroe de spaguetti-western (por favor, no me hagáis decir el nombre), me aventuré hasta el centro de la ciudad y entré en el cine sin mirar siquiera la cartelera. Evidentemente, no tardé ni dos minutos en darme cuenta de que me había equivocado de cine y de película, pero me quedé. Me quedé allí pegadita al asiento porque aquello que tenía delante era más, mucho más que un western, algo que me descubría una nueva dimensión del cine, que iluminaba la oscura sala de mi entendimiento desde la luz brillante y poderosa que salía de la pantalla.
Tardé varios años en saber que Sidney Pollack, uno de mis directores favoritos, había filmado aquella delicada y perfecta obra de arte; que Robert Redford, el actor que más lágrimas y sonrisas (y placer, ¡aiss!) ha arrancado a mi vida de espectadora, era el hombre peludo, parco en palabras, que cabalgaba entre las montañas.
La vida sin Internet fue posible en otro tiempo. Y ese regusto placentero, esa pequeña tensión, la expectativa agazapada de sentarse en una sala sin saber ni jota de lo que va a desplegarse ante ti, sigue siendo una de las formas que prefiero para ver el cine.
La historia arranca en el valle, el lugar donde el hombre blanco establece las reglas de su mundo, la civilización. De allí parte Jeremiah Johnson, vestido con los restos de una guerra de tantas, una mula, su rifle Hawkins calibre 50 y la firme voluntad de alejarse de todo. La primera parte podría considerarse un aprendizaje, una adaptación a las nuevas reglas: cómo hacer fuego y dónde, cómo cazar con éxito, cómo relacionarse con las tribus indias hostiles, cómo establecer contacto con otros seres humanos: el viejo cazador de osos, el escurridizo y falso De Gue.
La llegada a la granja de la mujer loca, que habla con los cadáveres de sus hijos masacrados por los terribles y despiadados Crows, inicia una etapa diferente de su recién estrenada vida y supone un cambio en el hilo narrativo. La compasión hacia la mujer le hará llevarse al pequeño y enmudecido superviviente de la familia. Más adelante y para no ofender al jefe de una tribu amiga, aceptará como regalo a su hija. De esta forma, establecido en una cabaña junto a un río, con una esposa india que no habla su lengua y un hijo adoptado que no habla nunca, Jeremiah encuentra un efímero reducto de estabilidad para su vida.
Movido, de nuevo, por cierto sentido del deber, decidirá ayudar a un grupo de soldados en busca de tres carretas de colonos extraviados en los desfiladeros. La determinación de atravesar el prohibido cementerio Crow marcará la ultima etapa de la historia con los tintes de una sangrienta venganza.
Se cierra así la narración, sencilla, perfecta, redonda, con la vuelta de Jeremiah a los escenarios iniciales, al encuentro de los viejos conocidos. Sólo en el reflejo de sus ojos podrá ver todo lo que había venido a buscar a las montañas, todo lo que encontró o perdió:
- ¿Y ahora a dónde vas, Jeremiah? –le pregunta el viejo cazador-
- Al mismo sitio que tú. No lo sé.
Lo más evidente de la historia es, sin lugar a dudas, el mensaje de reencuentro con la naturaleza que se desprende de la renuncia inicial del protagonista a vivir en la civilización. Algo que conectaba perfectamente con la incipiente pasión ecologista que empezaba a sustituir a las inquietudes políticas de los años 70. Sin duda, parte del éxito del film se debió a esa conexión con el espíritu post-woodstock presente en múltiples aspectos: el pacifismo (Jeremiah ha sido soldado), el rechazo al consumismo en beneficio de una vida sencilla, la negación de los convencionalismos hipócritas en defensa de la libre unión de personas (la pintoresca “familia” que Jeremiah acaba formando) y en definitiva, la búsqueda de la felicidad a través de la libertad del individuo.
Aunque no creo que Pollack quisiese quedarse en una dicotomía tan simple y tan manida. La visión que se nos ofrece del mundo natural está alejada de toda complacencia. Las condiciones de vida son duras, se necesita una adaptación que no siempre se consigue (Jeremiah hereda su rifle de un hombre congelado en la nieve). Los peligros nos sorpenden sin previo aviso y una manada de lobos hambrientos no forman parte de ningún mundo idílico. Las relaciones humanas, aunque más escasas, también requieren de un esfuerzo de conciliación, de comprensión. El rechazo a la violencia no siempre puede llevarse a cabo, es necesario cazar, matar, para sobrevivir. La crueldad y la sangrienta venganza también llegan a las tribus indias y, al final, siempre se trata de hombres contra hombres.
El sentido de la búsqueda de Jeremiah no se dirige tan sólo hacia la naturaleza sino a la necesidad de dejarse llevar por el río de la vida (título de otra gran película, por cierto, dirigida por Redford). Todos sus actos están movidos por la voluntad de hacer lo que la vida le pide en cada momento, nunca como fruto de una planificación. Y en el hecho de saber enfrentarse a cada reto con honestidad reside toda la grandeza o miseria del héroe. Cada elección, tomada en soledad, llevará aparejada una renuncia, una consecuencia, que deberá estar dispuesto a asumir.
Quizás una visión más pesimista nos demuestre la imposibilidad del hombre civilizado, urbano, de huir de la civilización. Por más lejos que Jeremiah intente ir, siempre llegarán hasta él unos soldados en busca de ayuda, unos colonos desprotegidos e incluso la propia leyenda de su vida.
En este punto, naturaleza o civilización no me parecen tan distintas. Todos los lugares tienen unas reglas que seguir, romperlas, aunque sea como un acto de suprema libertad, supondrá pagar un alto precio. Comprenderlas, intentar vivir en armonía con ellas, será un pequeño paso hacia la felicidad.
Inspirada libremente en las novelas Mountain man de Vardis Fisher y Crow killer de Raymond W. Thorp, la película debió sortear algunos escollos en su producción ya que el señor Pollack se empeñó en rodar en escenarios naturales, próximos a la localidad de Sundance, lugar en el que años después, Robert Redford establecería la sede del famoso festival. Todos los aspectos técnicos del film se desarrollaron con absoluta veracidad: las trampas, la forma de cazar, de pescar o de curtir las pieles, las vestimentas de las distintas tribus o la forma de acampar haciendo un hoyo y recubriéndolo con brasas para soportar el frío gélido de las noches.
Gran parte del encanto de esta película reside también en la manera tan respetuosamente poética, en la autenticidad con que su director ha sabido trasladar los silencios, el crepitar del fuego, el vuelo de un halcón, la mirada perdida del protagonista como máxima expresión del dolor.
Tampoco la película sería lo que es sin la presencia de un Robert Redford dueño y señor de la expresión de todos los sentimientos de Jeremiah Johnson. Nadie más que él sabría engordar sin palabras la materia humana del personaje. Llevarlo desde el imberbe soldado del embarcadero inicial al hombre salvaje y atormentado que alza su mano en son de paz, mientras aprieta los dientes de rabia en la inolvidable y fantástica escena final.
Y con esa imagen del protagonista nos dejamos envolver por la melancólica balada de Tim McIntire, mientras los títulos de crédito nos recuerdan, una vez más, las delicadas fronteras entre el sueño y la vida.

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