Revista Viajes

Peñalba de Santiago y el Valle del Silencio: Viajar como terapia

Por Mundoturistico

Durante el verano, siempre es más fácil encontrar dos días para escaparse. Como otras veces, al planear la excursión de la que os voy a hablar hoy, elegí un lugar de salida relativamente cercano (mi pueblo de León, Quintana del Castillo) y una tarde libre. No obstante, el lugar me sorprendió muchísimo. Y sobre todo, me ayudó a dejar atrás el ritmo frenético del día a día. Peñalba de Santiago, el pueblo central del Valle del Silencio, fue de nuevo un paréntesis en la rutina; un lugar que me imprimió el sello de los lugares donde el tiempo pasa lento. Una terapia.

Como otras veces, no planeé demasiado y fue una sorpresa cuando al entrar en Ponferrada, el tiempo cambió radicalmente. El sol radiante y el cielo azul dejaron paso a una fuerte tormenta con el gris inundándolo todo. Supongo que confiábamos en que iba a pasar y continuamos el camino.

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Al dejar atrás Ponferrada, comenzamos advertir algo que nos habían avisado: la carretera de montaña es realmente serpenteante y vertiginosa. Era también mi primera excursión conduciendo, así que todo un reto, que finalmente superé sin sobresaltos. Seguía lloviendo, pero solo ese tramo ya hubiera merecido la pena. La sinuosa carretera avanzaba entre profusa vegetación, en ocasiones salpicada por una catarata en un lateral o árboles con enormes troncos, pasando por pueblos con construcciones antiguas y tramos por los que solo cabía un coche a pesar de que la carretera era de dos sentidos.

Territorio de la “Tebaida berciana”

Pronto comenzamos a ver carteles que anunciaban que estábamos en la “Tebaida berciana”, nombre asignado a la zona porque por sus características –montes recónditos y aislados-, los eremitas encontraban en él un lugar ideal para instalar sus paraderos y extender la fe.

Cuando tomamos altura, las vistas eran preciosas, teniendo como perspectiva tan solo altas montañas. La lluvia no empañaba la imagen… este lugar, aislado, ofrecía el ambiente adecuado para desestresar. De hecho, a pocos kilómetros ya del pueblo, paró y creímos que íbamos a tener suerte. Pero no fue así, pues al aparcar, comenzó de nuevo a chispear, para coger fuerza y finalmente, abocarnos a acabar en un bar (¡que tampoco es mal plan…si finalmente para!).

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Tras el arduo camino, llegamos a Peñalba de Santiago, reconocido ya como uno de los Pueblos Más Bonitos de España. De hecho, aún no conociendo su pasado –en este caso, sí lo conocíamos, pues me acompañaba mi padre, que había estado décadas atrás- uno aprecia que se han invertido fondos en su rehabilitación. Mantiene la confección original, las casas están en muy buen estado y el piso o el aparcamiento de la entrada lucen como si fueran parte de un decorado.

Si bien resulta algo superficial, no deja de ser bonito y sobre todo, está enmarcado en un paisaje espectacular. El Valle, amplio, verde y escarpado, hace gala de su nombre y nos recibe acompañados tan solo del sonido de los pájaros y el agua.

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Tras un parón en la cantina del pueblo, muy bien preparada y con constante regusto rural, visitamos la iglesia del pueblo, mucho más interesante de lo que pudiera parecer en un principio. Data del siglo X y pertenece al arte mozárabe, poco presente por estas tierras. No siendo demasiado grande, tiene dos altares y pinturas que aún no estando muy bien conservadas, dan cuenta de los siglos de historia del lugar.

Me recordaron mucho a las que adornaban las iglesias en la roca en La Capadocia, región recóndita de Turquía. Y seguramente no fuera pura casualidad, pues en esta zona también se instalaron ermitaños cristianos en lo que se conoció como la tradición cenobítica oriental.

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iglesia

Al salir de la iglesia, la lluvia había remitido, aunque la tormenta no había pasado. No obstante, poco a poco fui convenciendo a mi padre, que me acompañaba en este pequeño viaje para que hiciéramos la pequeña ruta –unos 4 kilómetros- que te lleva a la cueva de Genadio, el monje que eligió vivir en estas tierras fundando también varios monasterios en la zona.

Ruta a la cueva de Genadio

Más allá de la cueva, que no merece especial atención, este camino es digno de recorrido. Aquí el viaje como terapia alcanza su máxima expresión. Uno se ve envuelto por la naturaleza, dejando poco a poco todo el estrés o mala vibra que haya podido tener los días pasados. Las montañas y el aire puro te limpian. Y el agua del río Oza, que baja por la montaña y que cruzamos con puentes de madera creados para la ocasión, sana cualquier resquicio de negatividad. Además, hacemos un poco de ejercicio, que siempre ayuda a dejar atrás la mala energía.

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cueva

Surcamos así las montañas del Valle del Silencio, sin apenas construcciones humanas, más allá de un pequeño pueblo a lo lejos al final de la ruta; divisando un precioso paisaje que nos saca la mejor de las sonrisas.

Aunque la ruta es circular, nosotros decidimos venir por donde fuimos, reencontrándonos con la lluvia en el último tramo. Pero esta vez será la definitiva y tras esperar un poco debajo de los árboles, volveremos al pueblo para ver, al final del día como sale el sol. Tomamos las últimas fotos y cogemos el coche, decidiendo que ahora que está el tiempo como debe, podemos parar en el Monasterio de San Pedro de Montes.

Este monasterio fue creado en el siglo por VII, siendo uno de los más importantes del Bierzo. No obstante, no lo fue así en lo económico, por las usurpaciones de parte de la realeza y distintos señores. Hacia el año 895, San Genadio y doce discípulos lo reconstruyeron, pero diferentes episodios hicieron que lo que ahora se pueda ver, sean fundamentalmente ruinas. Lo único salvable es la iglesia, que aún así no está en el mejor estado de conservación posible.

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Lo más disfrutable de nuevo es el entorno, que es pura vida. Dejamos la zona con un genial sabor de boca… y un aire totalmente renovado.


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