Revista Opinión

Pequeñas historias entre tenebrosas y negras (II).

Publicado el 21 junio 2017 por Fran Laviada Francisco Álvarez Arias @FranLaviada

Pequeñas historias entre tenebrosas y negras (II).El despiadado asesino entró en la casa, y se puso a disparar como un auténtico loco a todo lo que se movía. En un abrir y cerrar de ojos, se cargó a todos los que allí estaban.

   Era increíble comprobar, como en poco menos de un minuto, el suelo había quedado completamente encharcado y teñido de un intenso color rojo, como si la sangre hubiese salido de una manguera a toda presión.

   Y en un dantesco espectáculo se podían ver desparramados por el suelo los cadáveres de la familia asesinada, cuya expresión, mezcla de sorpresa y terror había quedado retratada para siempre, como si el rostro de los muertos se hubiera convertido en una careta. Cuando la policía llegó al lugar de la masacre, y comprobó el número de fallecidos, se echó en falta al abuelo, que se salvó de milagro, gracias a que, a la hora de la carnicería, había asistido a su habitual clase de tango. Aunque otras versiones, aseguran que el viejo, falleció de muerte natural, unos días antes, incluso alguna fuente que presumía de tener información de primera mano, daba por hecho, que en realidad, el anciano, que no se fiaba para nada de su familia, e intuyendo que sus hijos querían recluirlo en una residencia geriátrica, optó por coger todo su dinero y aprovechar para disfrutar el poco tiempo que le quedaba, viviendo la vida loca, y de ahí que optase por fugarse la noche anterior, con su amante, que por edad podía ser su nieta, y al final parece que lo consiguió. Cuentan que exprimió a tope su última etapa terrenal, muriendo casi al mismo tiempo que el último billete de cien dólares se deslizaba entre sus manos, y cosas de la vida, duró bastante más que su familia, esa, que pretendía olvidarlo en un asilo y al mismo tiempo quedarse con todo su dinero.

   Pasado un tiempo, la policía acabó deteniendo al asesino a sueldo, ejecutor de la masacre, y una vez que confesó ser el autor de los hechos, también reconoció, que la persona que lo contrató, fue precisamente, el abuelo. Del que dijo con admiración, que además de ser esplendido a la hora de pagar, de tonto no tenía un pelo, y de ahí, que para finalizar este relato, sea muy adecuado decir aquello, de que sabe más el diablo por viejo, que por diablo 

Fran Laviada


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