Revista Comunicación

Pequeños estímulos, grandes cambios.

Publicado el 03 octubre 2016 por Josueth Acevedo @tedyblood

​Durante los Juegos Olímpicos de St. Louis, Missouri en 1904, en la prueba de maratón, Fred Lorz fue el primer competidor en cruzar la línea de meta y como ganador se le premió con una corona de laurel que le colocó en la cabeza Alice Roosevelt, hija del entonces presidente norteamericano Theodore Roosevelt.

De inmediato fue descalificado por tramposo.

 Transcurrida la mitad de la competencia, Lorz empezó a sentirse mal, así que decidió subirse al coche de un funcionario que pasaba por allí. Le pidió a este que lo llevase hasta el estadio para recoger su ropa, debido a su indisposición. Recorrió en el automóvil los 11 kilómetros que aún lo separaba del estadio y una vez en la puerta, encontrándose ya recuperado, se le ocurrió bajarse del auto, a manera de broma, entrar corriendo al estadio olímpico y cruzar la meta. La gente se entusiasmó a su llegada creyendo que era el legítimo ganador y él se dejó llevar por la emoción de los acontecimientos.

Una vez descubierta su trampa fue despojado del galardón.

La vergüenza, el orgullo y el deseo de premio, incentivó a Fred Lorz para que al año siguiente ganara el maratón de Boston, esta vez sin trampa alguna.

 Los incentivos son el alimento natural de la acción; busque los propios y aplíqueselos usted mismo, encuentre los que afectan a los demás y adminístreselos. 

Deme un incentivo y moveré la tierra. 

“Mujeres…Y si habitaran la Luna, habría más astronautas que arenas en el mar”. Ricardo Arjona


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