Revista Cultura y Ocio

Pequeños relatos de Ciencia Ficción-35: ¡Sorpresa: soy telépata!

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez
Pequeños relatos de Ciencia Ficción-35: ¡Sorpresa: soy telépata!
Mi mente lo estaba repitiendo una y otra vez: 
- ¡Concéntrate! ¡Deja el estudio! ¡Vuelve la vista! ¡Vamos: te estoy llamando!...
Era esta una experiencia que me fascinaba. Solía intentarlo en algún momento de aburrimiento durante las largas horas  que, durante meses, tuve que dedicar a estudiar la odiosa oposición. En realidad nunca había funcionado y solía retornar al cabo de un rato a mis estudios, tras alguna mirada avergonzada y precavida alrededor. 
El estudio municipal tenia capacidad para medio centenar de personas. Sobre las mesas alineadas se inclinaban sobre todo estudiantes jóvenes aunque también un buen número de opositores como yo, incluso conocía a algunos de ellos. A mí, el kafkiano temario de las oposiciones a magisterio me resultaba, incongruente y soporífero. Periódicamente sonaba un "clac" sobre las cabezas y la monótona respiración del aparato del aire acondicionado arrastraba las pesadas columnas de humo que flotaban sobre los ceniceros. Me gustaba este estudio, me recordaba continuamente la obligación moral de estudiar. Apenas un leve susurro se filtraba de cuando en cuando entre las filas de mesas. Los cerebros se reconcentraban allí en un mar de cifras estadísticas, intrincados supuestos empresariales o solucionaban molaridades dudosas. En mi caso mis áreas corticales intentaban componer la árida geografía de las rocas metamórficas. Solo yo parecía querer soñar. Por un rato me sustraje  a mis obligaciones morales y repetí el juego de días atrás. un juego solitario que, de descubrirse, me hubiera avergonzado y hecho sentir como un chiquillo. Miré fijamente a la nuca de la chica que estaba dos mesas por delante de mí: había elegido mi objetivo en función de su belleza, era realmente bonita. Dentro de mi timidez nunca se lo hubiera declarado, pero con la salvaguarda de la distancia y la impunidad de los sueños se lo estaba diciendo: 
- ¡Vamos, te estoy llamando! ¡Deja ya esa maldita carpeta azul con sus pesados apuntes! ¡Escucha, me gustas; te deseo con todo el alma, mírame...
- ¡Maldita sea,  -pensé- esto no funciona, parezco memo! 
Me dispuse a dejar el experimento sintiéndome ridículamente infantil, un reprimido devorador de Ciencia Ficción barata, cuando la chica que acuchillaba con los ojos momentos antes se movió levemente. Un instante después giró bruscamente la cabeza y me miró sonriendo.  Quedé paralizado por la sorpresa  y aterrorizado por el éxito. Mis ojos la miraron implorando su perdón, casi llorando cataratas de disculpas... Los suyos, eran unos ojos intensamente verdes, sobre un rostro pálido y hermoso. Me miraban risueños, divertidos, con pícaros destellos intermitentes. Sonrió de nuevo antes de volver la cabeza a su posición anterior. 
- ¡No era posible! ¡Tenia que haberlo soñado!  - Ahora, más que nunca, me negaba admitir la posibilidad de leer el pensamiento ajeno; necesitaba creerlo así,  había insertado algunas escenas subidas de tono en el trascurso de mis pensamientos telepáticos. Comprendí que la sangre se agolpaba en mis mejillas. Miré  tímidamente alrededor : todos estudiaban. Tranquilo, nada había pasado. Retomé aliviado el estudio de las arcillas montmorilloníticas: "Son las arcillas absorbentes comercializadas con el nombre de Bentonitas..." ¡No, definitivamente no podía concentrarme ya! ¡Era superior a mis fuerzas! ¡Había desbocado  el inquieto caballo de mi imaginación! ¿Era realmente eso lo que había ocurrido? Daba igual, el resultado era que había perdido la mañana irremediablemente.   Recogí con rapidez mis mis libros mientras lanzaba miradas de reojo a la chica telépata temiendo a cada momento que volviera la cabeza y sonriera con irónica malicia. 
Pasaron dos días antes de que reuniera el valor suficiente para volver al estudio municipal; dos días casi perdidos en la vieja ciudad donde la tibia primavera hace imposible concentrarse en los fríos temas de la oposición. Entré con paso decidido y ocupé una de las últimas mesas. Con la mirada recorrí precavido las mesas ya ocupadas temiendo encontrarme una hermosa y perturbadora mirada telepática y suspiré aliviado cuando descubrí que ella no estaba allí. Más relajado busqué el tema cincuenta y nueve de mi manual de geología y continué mi exploración por los áridos desiertos de las arcillas caoliníferas, montmorilloníticas, silíceas... Al cabo de una hora de viaje por aquellas agrestes latitudes   buscaba con desesperación un oasis de emoción. Con mirada rapaz recorrí la sala buscando una hermosa paloma que asaltar mentalmente. En la primera mesa volaba en su cielo literario una presa ideal: hermoso pelo castaño, nariz pequeña pero proporcionada, ojos oscuros; un busto destacado tras una camisa blanca, casi translúcida, cubierta  por una delicada chaquetilla de lana violeta. Suspiré unos instantes pensando lo que daría por salir con ella mientras mis dedos se crispaban como garras sobre su presa. Entonces ocurrió de nuevo.  Me asaltó un extraño presentimiento al observar que alzaba la cabeza. Lo hizo en con un movimiento rápido que me pilló por sorpresa. Me miró directamente a los ojos, desconcertada, sorprendida. Sostuvo la mirada largamente en escorzo, en posición algo forzada para ser casual. En sus ojos se leía la reprobación. 
No pude mantenerla. Volví los ojos al tema cincuenta  y nueva y así permanecí diez minutos abochornado, tratando de no pensar en nada. Acababa de comprenderlo todo: era yo; la solución estaba en mí, yo era el telépata, ellas eran las receptoras y algo así como la emoción o el deseo era lo que alimentaba la transmisión. Pensé, preocupado, en cómo sería mi vida futura. Tal vez debiera refugiarme en una cueva solitaria y practicar una vida eremítica... Al final decidí afrontar  la vida acompañado de este extraño poder y pronto aprendí a manejarlo mejor. En realidad logré un dominio total apenas dos meses después del "incidente". No pude sustraerme, en tanto, de realizar algunos experimentos en calles y lugares públicos. Recuerdo un día en el autobús, un día en el que este iba repleto y yo me encontraba asfixiado por la aglomeración que me rodeaba. Bastó pensar un momento en la chica de al lado para que ella bajara despavorida en la primera parada. Aunque no siempre resultaba así; una pelirroja se apretó contra mí desde el momento en que conectó con mis pensamientos. 
Así he continuado desde entonces. Obligo de forma inexcusable a mis pretendidas a definirse en el momento. He derribado las barreras de la conveniencia y el decoro: esto me ha producido felicidad extraordinaria y tristes decepciones. Y, te aviso, desprevenida lectora: hace tiempo que descubrí que también puedo comunicarme telepáticamente en el medio escrito. ¿No lo notas ahora? ¡Escucha... escucha atentamente desde el texto que lees. Alguien te está llamando! ¡Escucha...!

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