Revista Cultura y Ocio

Perfume. Capítulo 44

Por Jose Jose Lorente @LorenteCapitan
Contrario a mis pretensiones, el deseo de robar la vida de Sandra se sobrepone a los consejos del anciano. Pronto vuelvo a sentir que la traición, es algo que merece ser vengado de una forma que nunca pueda olvidar la víctima, o simplemente, que no pueda recordar nada nunca más. Se lo cuento a Joe, aunque es una persona muy pacífica, me da la razón. Me dice que él en mi caso también haría lo mismo. Le doy las gracias por haberme hecho pasar este buen rato y me despido con las ganas que se despiden dos amigos que se conocen de forma especial desde hace bastantes
años.

Monto en el Mercedes, el reloj marca las once de la noche, me pongo a deambular por las calles de Valencia en busca de respuestas que tardan demasiado en llegar, me siento solo y confundido. Sólo unas canciones de Selah Sue, que tienen demasiado tiempo y sin embrago nunca han dejado de gustarme, alegran algo mi actual existencia. No sé lo que quiero hacer, mañana he de trabajar y se está haciendo tarde. Pero no quiero volver a casa sin saber nada de Sandra. <<Dónde irías si acabaras de traicionar a tu compañero de trabajo y quisieras esconderte de él? —Me pregunto—. Piensa, Max, piensa>>, delibero en mis adentros. De pronto dos palabras logran resurgir de entre varias, con una voz que parece ser fruto de otra persona, y no, no es una de esas tantas voces que he escuchado por parte de los mini Héctors. Esta vez es una voz femenina, agradable, yo diría que casi alegre, que suena en mi cabeza diciendo: <<Mareny Blau>>. Claro, el apartamento de la playa de Sandra, <<¿cómo no me he dado cuenta antes? Seguro que está allí, la muy cerda, regocijándose de toda la pasta que está a punto de ganar con mis obras de arte, lo que no sabe es que ya no las tiene. Tú eres más listo, siempre lo has sido>>, me comenta una de mis voces internas. Mientras pensaba todo esto, he girado el volante para poner el coche en dirección a la pequeña pedanía marítima cercana a Valencia.

La carretera es oscura y los altos pinos ensombrecen todavía más la pálida luz de luna que cae sobre esta noche valenciana, sólo al cruzar la albufera, se puede percibir el reflejo del bonito astro dibujado sobre la superficie.

Las once y treinta y cinco de la noche, ya estoy en la puerta del residencial de Mareny Blau, en donde Sandra tiene un apartamento. Miro hacia su ventana, hay luz. <<Bingo. Bien hecho, Max>>, pienso mientras me acerco por la puerta trasera, despacio y con sigilo, como una pantera negra que acecha entre las sombras a su presa, hambrienta de carne fresca que llevarse a la boca o a la de sus cachorros, en este caso, los mini Héctors, que tienen un hambre voraz de que yo resuelva este asunto.

Desenfundo la Glok mientras me asomo por la ventana. No veo a nadie en el salón, la luz está encendida, pero Sandra no está. Escucho un ruido, me escondo un poco para luego volver a asomar los ojos cual extraterrestre espía a los humanos desconocidos. Veo a un tipo alto, no demasiado delgado, con el pelo bien peinado y barba de cuatro días; lleva una bata gris oscuro que le está pequeña, eso me hace pensar que es de Sandra y que es su invitado, pero, <<¿dónde demonios está ella?>> Sigo mirando por cada rincón, buscando esa melena morena que me la ha jugado, apretando la culata del arma, pensando en ponerla en funcionamiento contra la boca de la revienta braguetas de Sandra.

—Entra y cárgate a ese, —me dice una voz.

Miro hacia abajo y ahí están, los pequeños mequetrefes de genética hectoriana que me vienen acompañando durante días, ya no parecen desestabilizar mi mente, han pasado a otro plano, y tengo la certeza de que eso es gracias a la droga que me ha dado Joe. Este maldito chiflado siempre sabe cómo arreglarlo todo.

—Sí, cárgatelo y entiérralo en el jardín, nadie le echará de menos, —dice otro, tirándome del camal del pantalón.

—Vosotros dos, siempre igual, no sabemos si hay más gente dentro de la casa y ésta es la única ventana por la que se puede ver el interior. Debes vigilar un rato más, —previene otro.

Miro a unos y otros mientras debaten la mejor forma de actuar. Me va de maravilla, es como tener un séquito de amigos dispuestos a solventar cada decisión que tomes en la vida. Si es así, bienvenido, Héctor, te echaba de menos.

—Lo mejor es esperar a que venga ella y dispararle desde aquí, dice otro—, se lo merece, la cerda.

—Esa no sería la mejor solución. También tiene que saber cuál fue la motivación que la llevó a traicionarle, —discrepa otro, en parte tiene razón. Me fastidia la idea de que Sandra me haya traicionado de esa manera, pero casi fastidia más no saber el porqué.

—Es verdad, quiero saberlo, —razono con ellos.

—Está bien, tracemos un plan, —dice otro, que se aleja a recoger una rama seca, para después volver y ponerse a dibujar en el suelo con ella, al más puro estilo peliculero. Todos miramos atentos cómo va dibujando mientras habla—. Esto es la casa… estamos aquí… ésta es la entrada principal y ésta, la trasera…

>>Y esto es lo que creo que tienes que hacer, si falla, quizá te veas metido en un aprieto, pero si funciona, habrás ganado la batalla y habrás consumado tu venganza.

Asiento mientras me rasco la perilla mirando el cutre mapa dibujado en el suelo, que en realidad está en mi imaginación. Lo que no me ha quedado claro del todo es qué tiene que ver Sara en todo este asunto. El mini Héctor que dibujaba el mapa, decía que primero hay que obtener toda la información que tiene Howart para mí, de ese modo y no de otro, podré llevar a cabo el plan. No termino de entenderlo y formulo la pregunta que me tiene atormentado.

—¿Qué es lo que tanto tengo que saber sobre Sara?

Los siete mini Héctors me miran con cara de furia para después ponerse de nuevo a saltar entre ellos y cantar:

—No lo sabemos, no lo sabemos. Lo tienes que descubrir, —para luego esfumarse como el humo de un cigarro que se eleva en su efímero vuelo.

Un estruendo de chapas metálicas suena a mi lado, es un gato callejero que se ha encargado de volcar unos cubos de basura que hay en el jardín. Miro hacia dentro de la casa y veo al tipo acercarse hacia la ventana en la que estoy. Me veo obligado a camuflarme entre unos arbustos. Poco después, la puerta se abre, asoma la figura del hombre, que se pone a ordenar los cubos después de mirar en todas direcciones para tratar de encontrar la causa de los desperfectos. Cuando todo ha vuelto a la normalidad, decido volver al coche y dirigirme a casa para tratar de descansar algo, cosa que no sé si lograré.

Perfume. Capítulo 44
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José Lorente.




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