Revista Ciencia

Personajes empotrados

Por Biologiayantropologia
PERSONAJES EMPOTRADOS
Publicado en Levante 9 de octubre de 2013
La novela moderna refleja de un modo agudo una patología del subjetivismo. El personaje, empotrado en los hechos históricos, a la vez que los va relatando, es la clave para su explicación, aunque haya de hacer cabriolas históricas, inverosímiles, para que puedan encajar las partes en un todo. Él es el centro en el que convergen todas las miradas. Con él todo puede explicarse y, sin embargo, ¡sin él! se dieron los hechos: es una pura invención del novelista. Técnica avispada. Me refiero a la novela histórica, que tanto éxito tiene y que, con un poco de esfuerzo documental, hace pasar un buen rato al lector, aunque quede mediatizado por la visión del supuesto protagonista, que no es otro que el propio autor de la novela. No me parece mal, si se tiene en cuenta que el modo de explicarlo, y la interpretación de los hechos, se hace de manera anacrónica: se insertan valores, percepciones, vislumbres, conceptos que son actuales, pero no históricos.
Además, hay gradación de estados afectivos que tienen poco que ver con lo relatado, aunque sea fácil que el lector los asimile y se identifique precisamente porque están pensados para su sensibilidad actual, su cultura y su tiempo. Y es muy moderno, en cuanto que hace que nada adquiera relieve ni sentido, si no es puesto por la mirada penetrante del sujeto que mira. Y aquí es dónde aprecio ese egotismo, esa patología del yo: al hacer parecer que la historia sin mí no adquiere realidad. No sucedió lo que pasó, si no es con mi aquiescencia, interpretación, etc… No captamos que, en el fondo, toda realidad, aunque quede reflejada en mi interior, no se produce en mí. Y esto nos enerva: el mundo sin mí no tiene sentido. Es más, captamos el yo como una realidad imperial e imperante. Es tener el sí mismo como apoyándose en un sí mismo como fundamento. Tal cosa no es posible sin, al mismo tiempo, la autodepauperación del propio yo, que no llega tan lejos como su loca fantasía le ha halagado.
Quizá venga bien recordar lo que Lévinas afirma de que el comienzo de la filosofía no es el “yo pienso” cartesiano ni la intencionalidad de la conciencia, sino el encuentro de un hombre con otro hombre, encuentro en el que el Otro es primero, y el rostro del Otro el lugar originario del sentido. Y esto sirve también para repensar la historia, lo que nunca dejará de haber sido, lo que fue, sin que yo hiciera nada y, sin embargo, condicionó lo que ahora soy y pienso. Hemos de regresar a la mirada contemplativa, a mirar al otro, distinto, para darnos cuenta que, como dice la canción, sin ti mi vida no vale nada.
Pedro López
Grupo de Estudios de Actualidad

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