Revista Opinión

Pesimismo del futuro

Publicado el 25 noviembre 2013 por Moinelo @moinelo

Spiderman con las desaparecidas Torres Gemelas reflejadas en sus lentes

Spiderman y las desaparecidas «Torres Gemelas» reflejadas en sus lentes.

En los catorce años que transcurrieron desde el 1968 hasta el 1982, el mundo cinematográfico vivió tres revoluciones consecutivas. La primera fue 2001: Una odisea del espacio (Kubrick, 1968), cuya frescura e innovación continúan intactas en nuestros días, al contrario que otras producciones cuyo paso del tiempo les ha tratado francamente mal. Esta película tiene el extraño honor de ser de las primeras de ciencia-ficción que entendió poca gente, en una época en la que este género era tomado por regla general muy poco en serio, por lo simples y estereotipadas situaciones que relataban.
Siete años después la situación dio un curioso vuelco, muy significativo de lo que la ciencia-ficción podía dar de sí. No solo este genero podía servir para hablar de aspectos existenciales de la especie humana, sino que también era capaz de expandir nuestra imaginación a galaxias muy, muy lejanas, permitiendo una evasión que rivalizaba con los mismísimos relatos de «Las mil y una noches». Star Wars (George Lucas, 1975) pulverizó lo que hasta ese momento se entendía como cine de entretenimiento, sorprendiendo a propios y extraños.
La space-opera logró que al menos una clase de cine de ciencia-ficción se convirtiera en un género de gran aceptación entre el público. Sin embargo, hay quien piensa que la oportunidad iniciada por Kubrick de llevar la ciencia-ficción literaria más «seria» al cine se truncó, quedando ese hueco por llenar.
Este género había dado muestras de poder extrapolar los problemas de la sociedad más actuales, mostrándolos como ningún otro podía hacer. Como muestra de ello, en el año 1979 se estrenó un título que tal vez fuera el punto de inflexión que habría de definir los años siguientes, basados en futuros apocalípticos, menosprecio del género humano, dependencia tecnológica y crítica política encubierta: Mad Max (George Miller, 1979).
Ese mismo año, un director del mundo publicitario al que no le gustaba la ciencia-ficción estrenó Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979), una película de terror sin más pretensiones, pero que ya dejaba entrever cierta crítica a los «oscuros» intereses de las grandes corporaciones. La revolución vino definitivamente con Blade Runner (1982), para no dejarnos hasta nuestros días.
En los diecisiete años que pasaron hasta la siguiente revolución con Matrix (Hnos. Wachowsky, 1999), el escenario continuó con buenos estrenos pero escasas variantes argumentales. La mayoría de las veces éste giraba alrededor de una misma imagen negativa, militarizada, masificada, contaminada y corrupta de la sociedad: Predator (1987), Robocop (1987), Desafío Total (1990), Starships Troopers (1997), etc.
Esta paulatina «parálisis» creativa, que se manifestó también en otros ámbitos como el parón de la carrera espacial o las tendencias musicales repetitivas, se consolidó definitivamente con la caída de las Torres Gemelas. La entrada al tercer milenio se está caracterizando por la «repetición» de los últimos veinticinco años del siglo pasado: versiones, adaptaciones, remakes, segundas partes, precuelas.
Es difícil averiguar cuáles son los factores que han provocado una situación tan sólo mitigada por la creatividad que en ocasiones desbordan las series de televisión y algunos brotes de cine independiente. En cualquier caso, parece que se puede establecer una relación entre los defectos y virtudes de una sociedad, con las características que se manifiestan en la expresión cultural imperante de la misma. Volvamos la vista atrás por un momento para verlo:
Tras la época de gran creatividad y avances tecnológicos de la Revolución Industrial, surgió una generación de escritores que dieron forma a la ciencia-ficción que conocemos. Desde el optimismo de H.G. Wells y Julio Verne, a la desconfianza de Mary Shelley o Karel Čapek. Incluso en España, antes de los sucesos de 1898 que dieron origen al pesimismo y derrotismo de la llamada Generación del 98 de artistas, Enrique Gaspar y Rimbau escribía unos años antes que Wells su obra El anacronópete, considerada la primera obra sobre una máquina del tiempo.
De estas dos formas distintas de ver la ciencia-ficción, parece que al menos en lo literario fue el optimismo el que la caracterizó hasta los años 70 del Siglo XX. El paréntesis aciago de la Crisis del 29 y las guerras mundiales, provocó que la sociedad ansiara la llegada de héroes que les salvaran de aquella situación. Según Oscar Masotta, de dicha coyuntura surgió el género de superhéroes, el cuál precisamente en esta época actual de crisis socio-política, resurge de nuevo para evidenciar también la creativa.
Ya en nuestros días, el incomprendido autor de ciencia-ficción George R.R. Martin, que no obstante ha alcanzado fama internacional gracias a su intrusión en la fantasía épica con su obra Canción de Hielo y Fuego (1996), argumenta en una reveladora entrevista que la ciencia-ficción clásica, racional y optimista de mediados del siglo pasado está perdiendo popularidad a favor de literaturas de fantasía. El autor atribuye ésta situación a la falta de optimismo en el futuro y lo relaciona directamente con el surgimiento del cyberpunk, al cuál considera en la práctica como un género independiente de la ciencia-ficción, por su visión negativa.
Neil Gainman, historietista autor de éxitos como The Sandman (1988-1996), relaciona el gusto por la ciencia-ficción con la creatividad y la capacidad innovadora de una sociedad. Y lo hace entre otras maravillosas palabras de su conferencia pronunciada el 14 de octubre de 2013 en el Barbican (Londres), con estas:
me gustaría decir un par de cosas sobre el escapismo. Es frecuente oír el término como si se tratara de algo malo. Como si la literatura “escapista” fuera un opiáceo barato al que recurren los confundidos, los tontos y los engañados, y que la única ficción que lo vale, tanto para adultos como para niños, es la ficción mimética, un espejo de lo peor del mundo en que se encuentra el lector.

Es decir, ¿es la visión pesimista de la realidad la mejor de las actitudes para combatir sus defectos? Gainman parece querer decir que es justo al contrario, imaginar un mundo mejor es el motor necesario que estimula a la sociedad a buscar los caminos para construirlo, cuando los conocidos se han demostrado como inútiles. En este sentido expresaba mi opinión con el artículo El miedo al error, en la que la ciencia-ficción favorece la eliminación de prejuicios a la hora de buscar alternativas.
Otros autores que asistieron a dicha conferencia se muestran coincidentes con esta visión y piensan que tal vez el excesivo optimismo de aquellos años de la carrera espacial y el desarrollo de los computadores domésticos, no nos deja ver los relativamente pocos, pero no menos importantes, logros alcanzados en la actualidad.
La cuestión que cabe preguntarse es ¿la actitud de la sociedad es la consecuencia o por el contrario, es parte de la causa de sus males? Esta  pregunta que algunos nos hacemos intenta responderla el conocido escritor de ciencia-ficción Neal Stephenson, autor de obras como el Criptonomicon (1999). Stephenson cuenta en su artículo que la «necesidad ineludible de certeza a corto plazo» nos impide avanzar. El miedo y pesimismo del futuro es tal, que se busca con ansia el beneficio inmediato, de tal manera que el riesgo que todo gran proyecto conlleva, resulta inasumible. La ciencia-ficción tal vez pueda, y deba, ayudar a cambiar esta situación.

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