Revista Espiritualidad

Pesimismo y jovialidad

Por Josep Pradas

Los primeros elementos que Nietzsche asocia a la jovialidad son el pesimismo y la decadencia. En su "Ensayo de autocrítica", como prólogo a El nacimiento de la tragedia, se refleja sintéticamente lo que el autor quiso llevar a cabo en su primera obra: una discusión renovadora sobre la cultura griega a partir de sus contradicciones.

"La especie más lograda de hombres habidos hasta ahora, la más bella, la más envidiada, la que más seduce a vivir, los griegos _¿cómo? ¿es que precisamente ellos tuvieron necesidad de la tragedia?" (Nacimiento de la tragedia, pág. 26; la paginación corresponde a la edición de Alianza Editorial, Madrid, 1984).

Estas contradicciones pueden centrarse en la oposición entre dos conceptos: pesimismo y jovialidad, ambos presentes en el espíritu griego, pero no siempre coincidentes en el tiempo. El pesimismo suele asociarse a la crisis de la cultura, en tanto que la jovialidad a la ascensión de ésta. Nietzsche plantea en este prólogo que la relación puede ser inversa, que el pesimismo griego, en la época de esplendor de la tragedia, sea no un signo de enfermedad, sino de extraordinaria salud y fortaleza, "una predilección intelectual por las cosas duras, horrendas, malvadas, problemáticas de la existencia [...] predilección nacida de una plenitud de la existencia" ( Nac., pág. 26), un interés por aquellos aspectos de la vida que son dolorosos de tratar pero que hay que atreverse a mirar a la cara. Al pesimismo de considerar que hay dolor en el mismo ser de la existencia humana, que ese dolor es ineludible, a la superación estética de la sentencia silénica a través de la tragedia, Nietzsche relaciona la fortaleza de la cultura griega. Desde esta perspectiva el origen, muerte y posible renacimiento del espíritu trágico.

En cambio, la jovialidad es considerada como signo de decadencia de la cultura. No se trata de la aludida jovialidad griega presente en la tragedia, sino a

"aquello de que murió la tragedia, el socratismo de la moral, la dialéctica, la suficiencia y la jovialidad del hombre teorético _¿cómo? ¿no podría ser justo ese socratismo un signo de declive, de fatiga, de enfermedad, de unos instintos que se disuelven de un modo anárquico? ¿Y la jovialidad griega del helenismo tardío, tan sólo un arrebol del crepúsculo? ¿La voluntad epicúrea contra el pesimismo, tan sólo una precaución del hombre que sufre?" (Nac., págs. 26-27).

En este sentido, la jovialidad huye del pesimismo, que no quiere enfrentarse a esos aspectos duros de la existencia y prefiere acomodarse en los aspectos suaves, tranquilos y adormecedores. Así, la autocomplacencia, la apacibilidad del sabio (del que cree conocer, del teórico-moralista socrático), esa jovialidad en conjunto, son para Nietzsche signos del declive y decadencia del pueblo griego y de cualquier cultura.

Puestas así las cosas, Nietzsche contempla en la evolución de la cultura griega dos estadios consecutivos caracterizados el primero por los conceptos pesimismo / tragedia / esplendor y el segundo por jovialidad / comedia / decadencia ( Nac., págs. 30-31).

La explicación del pesimismo griego nos lleva necesariamente al tema del dolor y a la mitología olímpica, que es una mitología estética. ¿Por qué los griegos fueron trágicos?

"El griego conoció y sintió los horrores y espantos de la existencia: para poder vivir tuvo que colocar ante ellos la resplandeciente criatura onírica de los Olimpos. Aquella enorme desconfianza frete a los poderes titánicos de la naturaleza, aquella Moira [destino] que reinaba despiadada sobre todos los conocimientos [...] en suma, aquella filosofía del dios de los bosques [...] fue superada constantemente [...] por los griegos, o, en todo caso, encubierta, sustraída a la mirada, mediante aquel mundo intermedio artístico de los Olimpos" (Nac., cap. 3, págs. 52-53).

En este punto de su historia cultural, los griegos pasaron del temor a la implacable naturaleza, a la exaltación artística de ese temor y de esa implacable naturaleza, aportando un velo de belleza que no tapa, sino que permite mirar sin tener que apartar la vista, y sobre todo, permite no tener que olvidar esas duras verdades sobre la existencia. El pesimismo griego se basaba en la aceptación y la exaltación estética del hecho de que el hombre como sujeto individual es una criatura suspendida frente a la despiadada naturaleza titánica.

La jovialidad llegó en el momento en que toda esa sabiduría acabó olvidándose como tal, perdiendo su esencial virtud, descontextualizado su contenido y reconvertido el mito en historia, en religión olímpica. Y todo lo que el mito representaba dejó de considerarse una seria advertencia del Sileno en un momento en que la cultura griega iba más allá, se estaba sofisticando.

Sofisticación y barroquismo son dos componentes más de lo jovial que Nietzsche relaciona con lo decadente, con la Grecia senil. La muerte de la tragedia es la muerte de la cultura griega clásica en manos de un experto individualizador (apolíneo), Eurípides, que transformó la tragedia en teatro de tesis, en estudio psicológico del personaje, sofisticando la obra a base de "el instante, el ingenio, la volubilidad, el capricho", etc. Pero la muerte de la tragedia no es un fenómeno literario aislado, sino que responde a una acomodación de Eurípides a las exigencias de un público que había degenerado hacia esa forma de jovialidad basada en el bienestar no amenazado ( Nac., cap. 9).

El mismo pueblo que condenó a Sócrates acabó con la tragedia y acabó consigo mismo ( Nac., cap. 11, págs. 104-105). Sócrates, el héroe dialéctico de los diálogos de Platón, es un representante de ese optimismo dialéctico que asume la necesidad de la virtud y la verdad como valores excluyentes: "la virtud es el saber; se peca sólo por ignorancia; el virtuoso es el feliz; en estas tres formas básicas del optimismo está la muerte de la tragedia" ( Nac., cap. 14, pág. 122).

La decadencia de la cultura griega a partir de la muerte de la tragedia tiene para Nietzsche un paralelismo en la cultura de su tiempo, que heredó y acrecentó el legado alejandrino de lo helenístico y lo cristiano. Ese signo se ve en la ópera, pero también lo resalta Nietzsche en su crítica a los profesores y a los periodistas. Dice que desde la resurreción de la Antigüedad romano-alejandrina en el siglo XV, tras un prolongado entreacto difícil de describir _la Edad Media_, nos hemos aproximado de la manera más llamativa a ese estado de decadencia: la misma abundantísima ansia de saber, la misma insaciada felicidad de encontrar, esa mundanización enorme, y junto a ello un apátrida andar vagando, un ávido agolparse en las mesas extranjeras _la antropología moderna_, un frívolo endiosamiento del presente. Son síntomas que permiten diagnosticar en el corazón de la cultura europea un fallo, la aniquilación del mito ( Nac., cap. 23, pág. 183).


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