Revista Viajes

Phnom Penh, una frontera tan coimera que me desgana el relato...

Por Viajeporafrica

Durante las últimas horas en Ho Chi Minh fui atacado a traición por una de esas fiebres que repentinamente te debilitan y te retuercen los músculos por alguna indefinida cantidad de horas. Sin ningún tipo de aviso fui invadido por esa sensación en la que el mundo pesa muchísimo más de lo que vale la pena ser vivido, en el exacto momento en que acabábamos de entregarle la llave de la habitación al dueño del hotel; por lo que no me quedó otra opción que hacer el aborrecible espectáculo de hombre moribundo y sin esperanzas, en un sillón al costado de la recepción, ante un Vico muy preocupado como único espectador.

Luego de entregarme de lleno entonces a las garras del sudor y de la convalecencia por un buen rato, me vi obligado a parar de sufrir e incorporarme para hacerle frente al cruce de frontera que nos llevaría hasta Nos costaba entender lo que estaba pasando. Si le están entregando el dinero en la mano, Camboya... que por cierto debo decir que escribirlo en español me incomoda, ya que me parece mucho más bonito y elegante decir Cambodia. Para la concreción de tan particular y novedoso evento, habíamos reservado dos asientos en un colectivo un poco mal oliente, pero que prometía transportarnos bajo la luz de la luna hasta la capital del país, Phnom Penh.
Por desgracia, minutos antes de subir al colectivo, apareció el "tipito lo peor" del momento, anunciando en voz alta que había nacido para coordinarle el destino al turista y presentándose como el encargado oficial de lidiar con la oficina de migraciones en la frontera; para lo que además, por ende, y en consecuencia, concluyó en que había que entregarle el pasaporte con el dinero para el visado, y cinco dólares extra.
"No me digas capo. ¿A ver? Contame un poco más". La gente empezó a entregarle el dinero, pero sorprendentemente después de entregarlo, se empezaban a quejar y ponían cara de "¿A vos te parece?". "¿de qué se están quejando?". El muerto se asusta del degollado. La triste imagen de personas mofando, pero abriendo la billetera como hipnotizadas en una parada de colectivo clandestina... entregando su dinero a un pibito que lo único que tuvo que hacer fue meter un poquito de presión, y sacar a "Don Turisto" de su zona de confort. Un niño robándole los caramelos a un montón de adultos. Cuando nos llegó el turno, lógicamente le agradecimos mucho por sus intenciones, pero le pedimos que no se hiciera problema, que nosotros íbamos a hacer los trámites por nuestra cuenta.
Primero blasfemó un poco, después nos amenazó con que no podíamos subir al colectivo, y por último nos advirtió que si él terminaba el trámite antes que nosotros, nos abandonaba en la frontera. Insoportablemente pelotudo es lo que repentinamente me sale decir.

La cuestión fue que entre charla y charla, y varios intentos frustrados de apagar el coco durante la noche, llegamos a la frontera alrededor de las seis de la mañana. Ahí volvió a aparecer en escena el pibito de los pasaportes. La gente seguía mofando mientras reactivaba sus indirectas y tibias quejas, que por cierto distaban muchísimo de contener la fuerza necesaria para que "el tipito lo peor", con todos sus pasaportes en la mano, se les dejara de reír en la cara, mientras repartía la plata con el señor de migraciones.
Todo el cuadro era muy obsceno y totalmente absurdo. El funcionario a cargo de estampar las visas y poner los sellitos, agarró nuestros pasaportes, los puso a un costado, y empezó a sellar los del pibe del colectivo primero. Respiramos profundo para disimular las puteadas, nos relajamos, y muy pacientemente esperamos hasta que el oficial terminó con los "otros", y no tuvo más remedio que sellarnos los "nuestros". El mundo jamás deja de sorprenderme, y sea para bien o para mal, me sigue pareciendo una importante razón para seguir viajando.


Obviamente nos cobraron cinco dólares menos y nos dejaron pasar. Como contrapartida, y casi como una represalia a nuestra actitud "no te voy a pagar tu chantaje", cuando subí nuevamente al colectivo me habían robado impunemente uno de mis elementos musicales favoritos. El robo significaba bastante más que los cinco dólares, pero de todas maneras, y aunque sentí la compulsión de querer matar a tiros a varios, no me arrepentí. Al final, me genera mucha más impotencia ser testigo de cómo una gran cantidad de personas se dejan manipular y estafar por miedo, y lo primero que hacen cuando le sugieren que van a tener algún tipo de problema, es sacar dinero para resolverlo. Siento que esa actitud no hace más que colaborar con un circuito extorsivo y patético que genera seres humanos indignos de ambos lados... por lo que además me sale decir: hágase un favor y no entregue dinero, porque la consecuencia de su actitud la tenemos que pagar todos.
"Pero son cinco dólares, qué importa, estoy de vacaciones". No sea lelo, haga un esfuerzo y acomode sus patitos.


Pasado el episodio, no nos quedó otra que respirar y relajarnos. Aunque no habíamos recorrido una gran cantidad de kilómetros, el viaje se hizo muy extenuante. Cuando bajamos, me tuve que reprimir por última vez para no agarrar piedras y partírselas en la cabeza a los encargados del colectivo. Nos limitamos a asegurarnos que todas nuestras valijas y pertenencias estuvieran en orden y nos focalizamos en conseguir un lugar para dormir. A esta noble empresa se nos sumó "Martín", un joven argentino emprendedor que venía viajando en el mismo colectivo, y con el cual negociamos en un restaurant indio el famoso 3x2, en una habitación algo pulgosa pero muy espaciosa y bien ubicada.
La primera impresión con que Phnom Penh me invadió los sentidos, fue de mucha pobreza y de cierto dolor y resignación en sus habitantes. Como si la gente hubiera perdido todas sus esperanzas y no las fueran a recobrar nunca más. Inmersa en ese tipo nefasto de calor que todo lo pudre, bastante sucia, y casi sin energía... como esperando una limosna. La contracara del orgullo vietnamita, mezclado con duelo, y un aire y una energía atmosférica que remarcaban que las cosas estaban muy lejanas a andar bien.

De todas formas entre la fiebre, la frontera, el robo en el colectivo, y la llegada a Phnom Penh, puede que todo esto forme parte de una percepción distorsionada y de esas primeras impresiones que mejor callar. Re experimento el cansancio del viaje, el calor, la humedad y el sol martillando las neuronas con saña. Por todo esto supongo que mejor contener el relato, darnos una buena ducha de agua fría, acomodar los pensamientos y continuar con las experiencias de Phnom Penh en el próximo capítulo. Se me hace complicado de creer... Phnom Penh, Cambodia. En Fin...


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