Revista Cine

Pídala Cantando/XVIII

Publicado el 07 junio 2010 por Diezmartinez
Pídala Cantando/XVIII
Un lector de este blog, José Candás, me pidió que publicara la reseña de Inteligencia Artificial porque, cito de memoria, fui uno de los pocos masoquistas a los que les gustó esa cinta. En efecto, Inteligencia Artificial me entusiasmó tanto que, al hacer mi lista de lo mejor de la década, estuve a punto de anotarla. Al final, quedó Sentencia Previa en lugar de Inteligencia..., pero eso se debe, qué remedio, a mi invencible inclinación hitchcockiana.
En todo caso, aquí va la reseña de Inteligencia Artificial, tal y como fue publicada en el diario REFORMA en el momento del estreno. ¿La volvería a escribir igual?: seguramente que no, pero he querido respetar a ese crítico de cine de hace casi diez años.
“Va a pasar lo mismo que con 2001,
algunas personas van a odiar la película.
No importa”. Jan Harlan, amigo, cuñado
y productor de Stanley Kubrick, refiriéndose
a Inteligencia Artificial.
“Una película de Steven Spielberg, una producción de Stanley Kubrick”. Para que los créditos iniciales de Inteligencia Artificial (AI, Artificial Intelligence, EU, 2001) llevaran este increíble título tuvieron que pasar casi 20 años y ocurrir muchas cosas –incluyendo la muerte de Kubrick. Después de dirigir Cara de Guerra, Kubrick tenía dos proyectos: adaptar el relato de ciencia ficción “Supertoys Last All Summer Long”, de Brian Aldiss, y hacer un filme sobre el holocausto judío. El primer proyecto lo pospuso debido a que todavía no existía la tecnología necesaria para hacerlo. El segundo llegó hasta la escritura del guión, pero Kubrick terminó desechándolo, pues nunca pudo aterrizar la idea de cómo hacer un filme sobre la muerte de 6 millones de personas. En su lugar, el cineasta decidió dirigir Ojos Bien Cerrados.
Mientras planeaba esta última cinta, Kubrick le planteó a su amigo telefónico Steven Spielberg que él hiciera la adaptación del cuento de science-fiction alegando que la historia estaba más cercana a su sensibilidad. Así pues, Inteligencia Artificial representa un Encuentro Cercano entre Dos Grandes Tipos: el frío, pesimista y cínico Kubrick junto al generoso, bienintencionado e infantiloide Spielberg. El resultado es el siguiente.
En un futuro cercano, los polos se han derretido, muchas urbes han perecido inundadas y la economía mundial se sostiene gracias a la ayuda de los “mechas”, robots inteligentes que causan en el ser humano la misma dependencia y desconfianza que sentimos frente a nuestra PC. Un científico, el Profesor Hobby (William Hurt), pretende dar un paso más allá: crear un robot que pueda genuinamente amar a los seres humanos. El prototipo se construye: es un niño llamado David (extraordinario Haley Joel Osment) que es dado en custodia a una pareja, Monica y Henry Swinton (Frances O’Connor y Sam Robards), quienes tienen a su verdadero hijo criogenizado, pues sufre de una enfermedad incurable. Después de un periodo en donde Monica se adapta con dificultad a su robot infantil, ella decide finalmente programarlo para que el “niño” sienta amor por ella. Desgraciadamente para David, el hijo real de los Swinton se cura y después de una serie de malos entendidos y accidentes, la pareja decide abandonar al pequeño robot a su suerte. David, quien conoce la historia del muñeco Pinocho, convertido por un Hada en un niño de verdad, decide, junto con su sexi Pepe Grillo, un robot programado para el placer femenino llamado Gigolo Joe (Jude Law), ir a buscar a la susodicha Hada para que lo convierta en un niño “real”.
Inteligencia Artificial es un cuento infantil, un cuento de hadas con héroes, villanos, dificultades varias, un hada madrina, bondadosos “padrinos” y un final (aparentemente) feliz. Sin embargo, como todo gran cuento de hadas que se precie de serlo, estamos ante un relato profundamente perverso. Si a ello le agregamos algunos detalles satírico-dramáticos que parecen provenir directamente del fantasma de Kubrick (¡ese oso de peluche parlante!), entonces el filme de Spielberg es todo menos una simple “feel-good movie”.
Al inicio del filme, alguien inquiere a Hobby, diciéndole que construir un robot que ame de verdad a su dueño, implica una responsabilidad enorme, pues el ser humano tendría que amar también a su criatura. Tema antiguo, ya tratado en Frankenstein y, si se piensa, un tema universal, porque ¿cómo obligar a alguien a que ame a otra persona? Por ello, la premisa de IA es tan perturbadora: al programar a David para que solamente pueda amar, Spielberg/Kubrick nos presentan a una humanidad fatua, vacía, irresponsable y perversa, una humanidad que construye sus sueños para luego aplastarlos cuando ya no le convienen. Por lo mismo, el desenlace se eleva muy por encima de la lectura más ingenua que algunos seguramente le darán: no estamos, señores, ante un final feliz, con David logrando por fin el amor de mamá. Estamos ante la culminación cruelmente irónica de una inútil obsesión (¡tan kubrickiana!) cumplida por un niño-robot con la ayuda de unos personajes que, desde la distancia, desde muy arriba (¿desde donde está Kubrick?), han construido un mundo más inteligente y más artificial que en el que ha vivido David.
Visualmente, la película recuerda en su diseño general a Kubrick (los autos, los fríos espacios interiores, la zona de tolerancia) pero la fotografía es Spielberg en estado puro, con el consabido uso de luces brillantes como fondo, al estilo de Encuentros Cercanos... o ET. El diseño de producción de Rick Carter es, por otra parte, impresionante (el circo anti-robots, la ciudad de Nueva York sumergida) y la música del sempiterno colaborador spielbergiano John Williams es, acaso, la más sobria de toda su carrera.
Inteligencia Artificial es un filme abierto a múltiples interpretaciones, el más ambiguo que ha hecho Spieberg en toda su carrera. Incluso su final dará para que corran ríos de tinta, acusando al dueño de Dreamworks de haber caído en un desenlace pueril e infantiloide. Difiero de ello. En ese falsamente beatífico final, se esconden sentimientos encontrados que dejan al filme y sus propuestas dramáticas rumiando sin descanso en nuestra mente. Es cierto: Spielberg no ha hecho su filme más perfecto, pero sí el más valiente y fascinante.

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