Revista Cine

Pídala cantando/XXXI

Publicado el 14 marzo 2011 por Diezmartinez
Pídala cantando/XXXI
Estrenada el año pasado, no tuve tiempo de reseñar en este espacio El Asesino dentro de Mí, aunque esta crítica sí fue publicada en papel en uno de los diarios en los que escribo. Como el Exigente Duende Callejero pidió que la rescatara, aquí está, pues, por si alguien no ha visto la cinta y puede rentarla en el vídeo-club más cercano.
Vilipendiada en donde fue exhibida -supuestamente por glorificar los arranques de violencia enfermiza contra las mujeres de las que goza su protagonista-, El Asesino dentro de Mí (The Killer Inside Me, EU-Suecia-Francia-GB, 2010), chorrogésimo largometraje del prolífico, ecléctico e imprevisible Michael Winterbottom, ha llegado finalmente a la ciudad.    Se trata, en efecto, de un filme difícil de ver no porque su violencia sea excesivamente gráfica –aunque en algún momento sí lo es-, sino porque Winterbottom ha tomado el reto de adaptar lo más fielmente posible no sólo la trama sino el espíritu de la novela original homónima de Jim Thompson, publicada en 1952.   La premisa es tan simple como perversa: en la novela y en el filme seguimos las acciones del psicópata de modales untuosamente rancheros Lou Ford (un perfecto Casey Affleck), quien tras su meliflua voz esconde un peligroso asesino sádico de (dizque) inteligencia y educación privilegiadas. Ford, ayudante del sheriff en un pueblito tejano de los años 50 del siglo pasado, se mueve entre el arrebatado deseo por una suculenta prostituta (Jessica Alba, indeed) y la belleza (dizque) intachable del lugar, la maestra de escuela Amy Stanton (Kate Hudson).   El uso del adverbio dizque me parece justo: en El Asesino dentro de Mí, Lou Ford dista ser el único que finge algo que no es, aunque es claro que su caso es el más enfermizo. Nacida su psicopatía a partir de su primera experiencia sexual, Lou cree que puede engañar a todos, pero nunca se engaña a sí mismo. Su “enfermedad” es lo que es y, de alguna manera, él sólo es realmente él mismo cuando se deja llevar por esa “enfermedad”.   Winterbottom es un cineasta de innumerables recursos –aún no he visto un churro de él, aunque debo confesar que no conozco su obra completa-, así que este viaje al infierno de la mano del mismo Satán nunca deja de ser interesante y menos cuando Affleck está rodeado de actores del calibre de Elias Koteas, Ned Beatty o un desatado (para variar) Bill Pullman, todos ellos con impecable acento tejano.   La obra del escritor hard-boiled Jim Thompson ha sido llevada al cine en no pocas ocasiones, pero esta adaptación de Winterbottom debe estar sumada entre lo mejor de sus novelas adaptadas a la pantalla grande, al lado de la cínica Coup de Torchon (Tavernier, 1981), otro filme sobre una autoridad criminal que sólo puede lograr orden cuando se deja llevar por el crimen. Una especie de afable pariente del siniestro Lou Ford de Casey Affleck.

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