Pilar Bardem

Madre de un afamado actor, antiimperialista convencida, defensora del comunismo y progresista donde las haya; Dª Pilar comentó a su acompañante hace pocos años, cuando éste fue interrogado por periodistas de un medio poco afín a sus ideas: “No contestes a estos hijos de puta”. Elegancia en estado puro, debate enriquecedor; tiros largos para ver como su hijo era galardonado con un óscar, por el país denostado siempre por la izquierda trasnochada y al que acuden, si se trata de cosechar elogios o arreglar el cuerpo achacoso, que una cosa es la defensa encarnizada del régimen de Fidel y otra bien distinta, ponerse en manos de los galenos caribeños. Lo entendió bien su nuera, que dio a luz en un hospital judío y estadounidense, tremendamente caro, y todo ello sin que a su estimada suegra le surgiese una urticaria o entrase en la lujosa habitación de Pe con el pañuelo palestino anudado al cuello. Los tiempos del progresismo militante quedaron atrás, y a Dª Pilar solo le queda tiempo para protagonizar películas sobre nuestra triste guerra civil, encarnando sufridas féminas torturadas por el régimen que diezmó a inocentes republicanos. Ahora, treinta y cinco años después, cualquier tipo de derecha ha de purgar los pecados del franquismo, cargada con la cruz de la demagogia, el totalitarismo y la absoluta falta de respeto a los derechos sociales, ante la defensa noble y desinteresada de esta actriz dispuesta a todo por el pueblo al que no representa, pero en cuyo nombre habla, no desde el derecho que dan las urnas, sino desde una popularidad ajena a la política. Pañuelo palestino en Sahara y traje de noche en Nueva York; el mimetismo es la virtud de una gran actriz. La pena es que le falte educación.

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