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Platillos volantes, ranchos y lirismo barroco. "The Tempest" de William Shakespeare en seis películas.

Publicado el 05 septiembre 2011 por Crowley

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"Si con tu magia, amado padre, has levantado
este fiero oleaje, calma las aguas.
Parece que las nubes quieren arrojar
fétida brea, y que el mar, por extinguirla,
sube al cielo. ¡Ah, cómo he sufrido
con los que he visto sufrir! ¡Una hermosa nave,
que sin duda llevaba gente noble,
hecha pedazos! ¡Ah, sus clamores
me herían el corazón! Pobres almas, perecieron.
Si yo hubiera sido algún dios poderoso,
habría hundido el mar en la tierra
antes que permitir que se tragase
ese buen barco con su carga de almas."

(Miranda a Próspero)
"La Tempestad" comienza con el terrible sonido de los mares enfurecidos, plagados de olas gigantes, truenos y relámpagos que encabritan su superficie.
Un comienzo trepidante para una obra que no da lugar a la tranquilidad.
Esta dramática obra Shakesperiana es, para quien esto suscribe, la obra más maravillosa que escribió el dramaturgo británico, más allá de "Romeos", "Julietas" y "Hamlets" revisitados una y otra vez (muchas veces de forma magistral, todo sea dicho, que ahí tenemos a Kenneth Brannagh y sus portentosas visiones); y es, sin ningún género de dudas, el texto con el que uno querría despedirse del mundo de la escritura, como fue su caso.
Representada por vez primera en 1611 en el Whitehall,la obra, de clara tendencia romántica, y ahondando más allá de lo que su argumento nos pueda comunicar, está abierta a distintas interpretaciones, dependiendo del estudioso que la analice, pero yo, además del claro contenido personal y biográfico que encierra, con ese sentimiento de despedida que lo impregna todo, me inclino tamibén por ver la obra como un texto (anti)colonialista (la época en que se escribió da pie a ello) que analiza de forma ideológica y subyacente la relación entre el colonizador y el colonizado (Próspero y Caliban respectivamente) [1], sin olvidar que, más allá del interés histórico del que depende y con el que existe una conexión natural[2] , nos encontramos ante unas palabras y unos hechos surgidos de la mente y la imaginación de un escritor, así que no deberíamos dar demasiada importancia a los supuestos errores tanto geográficos como espacio-temporales, no deberían ser impedimento para disfrutar de ella.
Dividida en cinco actos, su argumento se podría resumir como sigue:
El barco del Rey Alonso de Napoles", que regresa de Tunez de la boda de su hija, naufraga cerca de una isla. El naufragio ha venido originado por Próspero. estudioso de la Magia y que vive en dicha isla (indeterminada en forma y en localización, aunque se le presupone mediterránea) junto a su hija Miranda, a Caliban (un ser deforme fruto de un íncubo y una bruja),a Ariel (espíritu del aire que sólo es visible a los ojos de Próspero) y con sus libros de magia.
Próspero le cuenta a su hija que él era el legítimo Duque de Milán, pero fue despojado de tal honor por su hermano, que se encuentra a bordo del barco del Rey y que cree que Próspero está muerto.
Ahora que su hermano está tan cerca, el Mago hará cualquier cosa para vengarse.
Como vemos, en la obra se encuentran prácticamente todos los temas que interesaban a Shakespeare, como son las contraposiciones de naturaleza y arte, realidad y ensoñación, venganza y perdón, civilización y barbarie. Temas que, logicamente, son perfectamente extrapolables al mundo del cine, un universo, el cinematográfico, hambriento de historias que hagan que el espectador se estremezca ante lo que se le presenta, como ahora veremos.
La primera adaptación que se conoce de la obra, y que por desgracia no he podido ver, data de 1905, y a pesar de ser una pieza de tan sólo 2 minutos de duración, es destacada en todos los estudios que se hacen sobre Shakespeare y sus adaptaciones fílmicas, por su espectacular representación de la tormenta y el naufragio inicial de la pieza teatral.
Más conocida es la de 1908 dirigida por Percy Stow [3], de uns 12 minutos de duración, y de la que cabe alabar la pericia del director para hacer suyos los recursos que el cine ponía a su alcance, descubiertos en su mayor parte por gente como Mèliés o Edwin S. Porter, y consiguiendo con ello deshacerse de ese excesivo aire de forzada teatralidad que solía ser la tónica predominante en esos primeros tiempos cinematográficos. Hemos de decir que es la única pieza de la época muda que ha logrado perdurar a lo largo del tiempo y, la restaurada pieza original, se encuentra archivada en el British Film Insitute de Londres.
Resulta curioso hasta cierto punto que, un género cinematográfico tan, a priori, atípico para el espíritu de Shakespeare como lo es el Western, haya sabido captar con toda fidelidad el espíritu de la obra del dramaturgo inglés en más de una ocasión. Tal vez la falta de localización de la obra que nos compete, su imposibilidad de situarla y concretarla geográficamente, más allá de especulaciones y suposiciones más o menos acertadas. Una de estas poderosas y más que recuperables adaptaciones viene firmada por el infravalorado William Wellman bajo el título de "Cielo Amarillo" [4].
Si algo caracteriza el cine de Wellman es su personal estilo, siempre arriesgado y sumamente poderoso [5], algo fácilmente perceptible en este "Cielo amarillo", original y atrevido western personal y melancólico. De elevada carga psicológica [6], sombrío, áspero como una barba de varios días, el film bien podría haberse desarrollado en un ambiente puramente noir. Muchas son las semejanzas que la película tiene con "The Tempest", a pesar de no ser una adaptación propiamente dicha sino una reelaboración, reescritura y readaptación (del mar al desierto) de las inquietudes imperantes en la obra; a saber: huídas agónicas precedidas de ecos de tormenta nunca perceptible, el sobrevivir a situaciones imposibles, la llegada a un paraje abandonado y de ubicuidad más que desconocida en la que viven una joven y su abuelo (en lugar de su padre, como sucede en la pieza teatral), sexualidad reprimida por parte de la joven que se ha criado sin más compañía masculina que la de su abuelo, la posibilidad de redención...
El género de la ciencia ficción ha revisitado en muchas ocasiones a Shakespeare; de hecho, y a modo de anécdota para curiosos, podríamos citar aquel capítulo de Star Trek, "Requiem for Methuselah", que asentaba su base argumental en "La Tempestad".
Pero vamos a centrarnos en una de las mejores obras de la ciencia ficción de los 50 y la que, al menos para mí, mejor ha sabido captar el espíritu de la obra shakesperiana es "Planeta Prohibido" [7] de Fred McLeod Wilcox, que refleja a la perfección la metáfora del Nuevo Mundo y del colonialismo al que hacía alusión al principio y que podría ser el leit motiv de la obra de Shakespeare.
"Forbidden Planet" fue la primera incursión de la Metro-Goldwyn-Mayer en la ciencia ficción y para ello, queriendo abarcar el género de manera más intelectual de lo normal, tomaron la obra del escritor inglés y la completaron, si es que ello es necesario o posible, con numerosos conceptos mitológicos (innegablemente representados en la civilización Krell) y freudianos (cuyo máximo exponente sería el Monstruo del Id).
Aquí, en esta película, la isla pasa a ser el planeta Altair IV, los marineros son miembros de una expedición miliar de rescate estelar, Caliban sería el citado monstruo del Id, Ariel pasa a transformarse en Robby, el famoso robot y finalmente comprenderemos que la sexaulidad, palpitante y reprimida de Miranda, que pasa a ser por Altaira, hija de Morbius (émulo de Próspero), será el desencadenante de la tragedia. Tanto Morbius como Próspero son personajes aislados de la sociedad, sumidos en sus estudios que les confieren un poder capaz de casi cualquier cosa.
Derek Jarman (pintor, diseñador, decorador de jardines, escritor...) es un director como pocos, de clara tendencia transgresora, con pinceladas de melodrama barroco, con querencia al período isabelino, altas dosis de inconformismo punk y de homosexualidad (petarda y alocada en según qué momentos) latente; su cine siempre se presenta ante nosotros como un ejercicio de estilismo, cuanto menos, sorprendente.
Su peculiar representación de "La Tempestad" [8], en esa mansión que se erige como la isla, una casona derruída, oscura, como una representación metafórica de la Inglaterra de aquella época (1979), está plagada pues de lirismo barroco, con cierta dosis de goticismo oscuro, claustrofóbico, y una personal reflexión sobre el poder y el amor, pero a pesar de todo eso, de esa impronta propia y característica de su cine que domina todo el metraje, la esencia del Shakespeare permanece vívida, imperturbable.
Aquí, como en la obra original, el espacio en el que se desarrolla la acción, es un lugar atemporal, fantasmal, aislado y posible únicamente en su propia existencia. Un universo en el que la locura y el sueño son los principales protagonistas. Y esto es un logro que hace del film una de las mejores adaptaciones que se han hecho, ya que, como si nosotros fuéramos naúfragos, nos sentimos como los protagonistas, desorientados y confusos, sin saber bien dónde estamos; algo a lo que el eclecticismo de vestuario y ambientación, que refleja sin ningún tipo de pudor prendas y objetos de distintas épocas imposibles de coexistir, ayuda bastante.
Al igual que Jarman, en cuanto a posmodernismo, pero mucho más obsesivo, grandilocuente, cargante y ostentoso, Peter Greenaway se acercó al tema que estamos tratando a través de la figura de Próspero, con su película "Los Libros de Próspero"[9] haciendo del barroquismo (visual, estético, de montaje) su excesiva bandera y convierte al delirio y al mundo onírico en su meta principal. Resulta curioso hasta cierto punto que a pesar del vanguardismo que desprende el film, Greenaway se decante tan descaradamente por una lectura tradicional que no termina de encajar con su propuesta insustancial, en la que tanta pirueta formal y visual no evita que nos demos cuenta de lo pobre de la historia que nos cuenta, que pareciera que emplea, única y exclusivamnte, como mera excusa para hacer lo que le gusta de verdad, llenar la pantalla de innecesarios excesos.
Julie Taymor se ganó mi eterna simpatía por su brillante adaptación, también shakesperiana, de "Tito Andrónico" [10]. Años después, vuelve a la figura del maestro inglés para adaptar, de forma muy personal, "The Tempest". Si hay algo que debemos alabar de Taymor y por lo que ya vale la pena echar un ojo a esta deliciosa adaptación, es su capacidad de reinvención y de imaginería visual. Así, de este modo, Próspero pasa a convertirse en Próspera, magistralmente intrepretada por una deslumbrante Helen Mirren y esto, lejos de convertirse en un lastre, hace que todo el conjunto funcione mucho mejor, y que la relación paterno/materno-filial de mucho más juego, más que nada por la posibilidad de poder colocarse en el lugar del otro y saber qué es exactamente lo que siente en tales circunstancias. Sin duda, una adaptación exquisita y un must have.
Debemos destacar, también, que la obra de Shakespeare es singular por diversos motivos, pero el que la hace más atractiva y que consigue que se le puedan distribuir diferentes interpretaciones y localizaciones, es el hecho de que la isla y cuanto le rodea esté simplemente esbozado, sin saber exáctamente cómo es en realidad semejante paraje mágico; de ahí que en sus adaptaciones fílmicas, la acción se haya podido enmarcar en tan divergentes universos y siga siendo siempre válido, ya sea en un contexto de Western como de Ciencia-Ficción, o reinvenciones varias, en las que la imaginación del director de turno se ha encontrado sin trabas ni limitaciones, con todo un mundo que inventar y (re)crear. Esto ha dejado como fruto, como poso, el que las adaptaciones de "La Tempestad", cualesquiera de ellas, sea infinítamente más interesante y atrayente que muchas de las reiterativas visiones que el cine ha dado de "Othelo", "Romeo y Julieta" o "Hamlet".
[1] Como han expuesto en multitud de conferencias los estudiosos Francis Barker y Perter Hulme de la Universidad de Essex.
[2] Ahí están las obras de Michel Montigne y su "De los caníbales", o la historia de Nicéforo y Dardano, para erigirse como plausibles fuentes precursoras del relato shakesperiano.
[3] Que posteriormente sería conocido por sus películas de corte aventurero y de ciencia-ficción.
[4] "Yellow Sky", 1948.
[5] Fuerza y majestuosidad que, en este caso, se debe en gran medida al estupendo trabajo fotográfico de Joseph MacDonald.
[6] Como sucede también en la contemporanea "Pursued" de Raoul Walsh.
[7] "Forbidden Planet", 1956.
[8] "The Tempest" 1979.
[9] "Prospero's Books", 1991.
[10] "Titus", 1999.
Artículo publicado originalemente en CINEUA, aquí.

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