Revista Educación

Plazas

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Plazas

21 agosto 2014 por matthewfragel

dcJohn @ Flickr.com

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Al lado del cementerio, sobre el único aparcamiento privado del pueblo, quiso algún arquitecto posmoderno encasquetar una plaza dura. Sin sombras, sin asientos, sin baldosas de colores. Sin balaustres, sin columpios, sin laureles de Indias. La nada hecha espacio protourbano. Un erial con planta de diamante que de año en año solo ocupa algún famélico escenario de Carnaval. A falta de aulagas, el único aliento de vida son las bolsas rodantes del SPAR.

Supongo que ese concepto de dureza busca ahuyentar a los yonkis, a los ancianos, a los emigrantes y a los pobres de espíritu. A esa gente que vive de los subsidios, que exprime la teta del Estado y quesinotrabajaesporquenoquiere. Lástima que el remedio sea poco sutil y que por el camino se queden también los niños, las madres lactantes y hasta los ciudadanos de orden a los que espanta la solana.

Yo prefiero las plazas blandas y mullidas. Esas infraestructuras tan poco higiénicas e inseguras, cuajadas de rincones oscuros y papeleras rebosantes.

Me encanta ver, por ejemplo, la delicada coreografía social de los bancos. Esa centrifugadora invisible que dispersa en racimos a los yonkis, los ancianos, los emigrantes y los pobres de espíritu.

Visto así, el orden establecido no corre ningún peligro. Cada grupo mantiene su territorio de forma discreta y no violenta. Cualquier asiento vacante es pronto cubierto por un congénere, en tanto que los bancos mixtos no existen. El único inconveniente, menor en todo caso, es la falta de elegancia de algunas de esas tribus. Sobre todo a ojos de la ciudadanía posmoderna.

 


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