Los comentaristas políticos coinciden en afirmar que la contundente reafirmación de Pablo Manuel Iglesias como líder de la tercera fuerza política española es un triunfo para el PSOE más moderado, el que no obedece a Pedro Sánchez, cada día más satélite de Podemos, y para el PP del también moderado Mariano Rajoy.
Será bueno para ambos partidos, pero que Iglesias Turrión le haya ganado al que parece más templado Íñigo Errejón no tiene por qué ser lo mejor para España, sino que puede resultar mucho peor, como quizás veremos ya este otoño.
Obsérvese que todas las intervenciones de Iglesias muestran una violencia latente, un deseo de choque, de enfrentamiento quizás físico con quienes no lo siguen: es el dictador que aún no ha alcanzado el poder para imponer sus deseos. Chávez también era así.
Enseguida veremos cómo purga a quienes le hicieron oposición en ese aparente II congreso de Vistalegre; continuará y reforzará otras limpiezas anteriores que habían laminado ya a muchos no pablistas por casi toda España.
Dominado el partido, y con su dialéctica bélica caudillista, lanzará a los suyos contra el Estado, aunque presentando los conflictos como acciones defensivas contra el gobierno reaccionario de Rajoy.
Iglesias Turrión es un predicador de lo que algunos llaman “la pasión sentimentaloide” del populismo; es el maniqueísmo por el que él es el único bien.
Los demás son el mal, incluso en Podemos, por eso sus constantes purgas, y los prudentes del PSOE, Ciudadanos, el PP..., y los ciudadanos moderados.
Cualquier desgracia, cualquier error desde el poder o la sociedad lanzará turbas de matones a la violencia callejera como los Alfon, Bódalos, “ejemplares luchadores democráticos”, y a mangantes profesionales como Cañamero y los comunistas de Marinaleda.
Iglesias dejó escrito en un tuit que le encanta ver cómo apalean brutalmente a la policía.
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