Revista Cultura y Ocio

Policeman, de Nadav Lapid

Publicado el 16 diciembre 2013 por María Bertoni

Policeman, de Nadav LapidEl cronograma anunciado mes y medio atrás estaría a punto de cumplirse: en principio las salas porteñas estrenarán el próximo jueves Policeman, película que ganó la competencia internacional de la 14ª edición de nuestro BAFICI. A priori el largometraje israelí no podría haber elegido mejor momento para (volver a) desembarcar en la Argentina (así lo sugiere el protagonismo mediático que nuestra propia policía adquirió en estos últimos días). Sin embargo, al fresco que Nadav Lapid escribió y dirigió sobre la problemática de la (in)seguridad en su país le falta sustancia para adquirir una dimensión universal. En este sentido la superan las comparables Polisse de Maïwenn Le Besco y Policía adjetivo de Corneliu Porumboiu.

Lapid ofrece un fresco crítico de Israel a partir de dos historias que terminan cruzándose: el policía de elite Yaron protagoniza la primera, cuatro jóvenes con aspiraciones revolucionarias protagonizan la segunda. El cruce entre ambas cierra esta suerte de ensayo sobre la violencia en ese país de Medio Oriente, más allá del conflicto con el mundo árabe (que por supuesto aparece, aunque en un segundo plano).

El film tiene sus méritos técnicos indiscutibles (fotografía de calidad, buena actuaciones) pero quizás adolece de cierta capacidad de síntesis que por momentos le quita contundencia a la tesis propuesta. Algunos espectadores incluso nos preguntamos si no hubiera sido mejor que Lapid se concentrara en un solo relato (preferentemente aquél que gira en torno a Yaron; el segundo parece demasiado inspirado en Los edukadores).

La presentación de Policeman en el BAFICI antepasado coincidió con el anuncio de las autoridades israelíes de nombrar persona non grata el escritor alemán Günter Grass. En aquel entonces, el largometraje de Lapid contribuyó a contextualizar la reacción que la intelectualidad internacional consideró desmedida (cuando no absurda y ofensiva) pero que fue/es perfectamente coherente en un Estado incapaz de aceptar la crítica y cuya obsesión por la lucha antiterrorista lo acerca cada vez más a un ejercicio cada vez más autoritario del poder.


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