Revista Cine

Política empresarial: 711 Ocean Drive. La serie b como negativo de América

Publicado el 19 enero 2013 por Esbilla

Publicada originalmente en Cinearchivo: 

http://www.cinearchivo.com/site/fichaDvd.asp?idRubText=7181

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*Hay un detalle en 711 Ocean Drive especialmente tenebroso; uno de esos que valen más que las advertencias patrocinadas por el FBI que fueron un peaje para la existencia del thriller semidocumental de la posguerra. En el Mal Granger (Edmond O’Brien)  decide contratar a un asesino profesional para que elimine a un rival tanto sentimental como de negocios. El tipo al cual se lo encarga no es un elemento torvo encontrado en un callejón oscuro, sino el dueño de una elegante sastrería y el crimen se negocia a plena luz,  actuando los contratantes mediante subterfugios apenas disimulados, irónicos y extrañamente naturales.

El crimen, bien a decir Newman en esta secuencia, se encuentra oculto a pleno sol, disfrazado de sociedad aunque en realidad la parasite como un Sistema dentro del Sistema que replica, parodiadas de modo grotesco, las apariencias y usos del cuerpo del cual es huésped. Resulta estremecedor ver a esos gangsters que se comportan como empresarios en lo cual hoy puede verse como un cruel paradoja en un tiempo presente en el cual los empresarios se comportan como gangsters.

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Con sus maneras suaves, su dicción perfecta y su atildada elegancia pocos villanos más repulsivos ofreció en cine policial USA de la época como Carl Stephens interpretado de modo genial por Otto Kruger. Es cierto que el mensaje inmediato de “el crimen no compensa” queda demostrado en la persona de Granger, quien protagoniza la consabida historia de auge y caída, pero ni siquiera el carácter aleccionador del film puede soslayar el hecho de que este, el verdadero mal encarnado, la verdadera enfermedad, permanece intocable; manipulando hombres como si fuesen intereses comerciales, guiando a la policía y dirigiendo un país desde la sombra.

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Agazapado tras un discurso que buscaba tranquilizar al público USA sacudido por la presencia del crimen y las secuelas psicológicas de la 2ª Guerra Mundial, 711 Ocean Drive presenta una minuciosa descripción de la cara b de la Norteamérica boyante, bien vestida y soleada de la década de los 50, una particularmente siniestra pro cuanto tenía de sepulcro blanqueado. Algo que la inspección laboriosa del cine del periodo revela como expuesto en directo por un cine mucho menos complaciente de lo que pueda parecer, que a través de los géneros exponía una serie de realidades negadas.

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Era cierto que en la América de los 50 había grandes oportunidades, en especial si como Mal Granger no tenías ningún escrúpulo y la suficiente ambición como para cogerlo todo y cogerlo ya. Como dice Víctor Arribas en el libreto que acompaña la excelente edición de Bang Bang Movies el personaje encarnado por O’Brien es un selfmade-gangster, la contrafigura del hombre hecho a sí mismo que es el ideal individualista norteamericano.

Captado por una red de apuestas ilegales por su trabajo en una compañía telefónica Granger asciende rápido en la estructura, en principio doméstica, gracias a su ingenio y pericia a la hora de modernizar el entramado mediante procedimientos tecnológicos que agilizan el proceso de transmitir la información, convirtiendo de manera literal y metafórica lo que era un pequeño hilo de comunicaciones en una vasta red que pronto cubrirá California. De acuerdo a la lógica empresarial del nuevo crimen organizado de los 50 –magnífica la secuencia de presentación de los mafiosos como si fuesen el consejo de dirección de una gran holding reunidos en un despacho aséptico de un moderno edificio- indiferenciable en su superficie, en su disfraz, de cualquier white collar, los tipos que dirigen el negocio deciden

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una fusión con la empresa emergente californiana: por un método o por otro.

Su frialdad para tramitar el crimen, su indiferencia ante el daño personal a terceros –representados aquí pro en magnífico personaje femenino que interpreta la frágil Joanna Dru, uno de esos desechos, un daño asumible- estremece más que cualquier exhibición de brutalidad. El Crime Inc. Solo se diferenciaba de cualquier otra empresa legítima en que, cuando el trato no se hacía sobre la mesa se hacía mediante una bala o una paliza. La metodología era lo único que les hacía diferenciables, paro como se ve que la presente cinta de Newman y en otras de la época de idénticas intenciones realistas, también habían aprendido a disimular los métodos, y aquí Stephenson no tiene problemas en manipular a la policía en su favor (ni estos a dejarse manipular para cazar a un pez pequeño que justifique las inversiones gubernamentales en cuerpos especiales de la ley como los que menudeaban en el periodo.

Seca y pesimista validad cualquier reivindicación sobre su director Joseph M. Newman, uno de esos profesionales a los cuales merece la pena mirar más de cerca y que aquí demuestra su entrenado sentido de la narrativa y la puesta en escena, de lo que se ve y de lo que no se ve todo ello culminado en un poderos clímax localizado en un presa; escenario al tiempo simbólico –una masa indiferente que genera la electricidad de la cual Granger se ha servido que terminará por ser un laberinto fatal- y estrictamente físico.*

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