Revista En Femenino

Por fin lo encontré

Publicado el 19 julio 2011 por Imperfectas

¡¡¡Por fin lo encontré!!! (por Ana)
¡¡¡Por fin lo encontré!!!! Llevaba treinta y tantos años buscándolo y no había manera. Es que ninguno me convencía, de todos me cansaba enseguida, no me duraban ni un mes... Pegas y excusas de todo tipo para abandonarlos sin ningún tipo de cargo de conciencia. Estaba claro que no eran ellos, que tenía que llegar el ideal... ¡Y por fin está aquí!... ¡EL PILATES! Solo él ha conseguido que yo me acerque mínimamente al deporte. Que me coloque unas mallas, una camiseta de algodón y unos calcetines tobilleros y me meta en el gimnasio. Y no solo que me llegue hasta allí, que vaya contenta y con ganas.
Yo siempre he odiado el deporte. En el colegio y el instituto, me inventaba mil y una excusa para no hacer gimnasia: desde alergia al sol a torcimientos de tobillos pasando por enfermedades inventadas y sarpullidos que supuestamente supuraban si hacía el más mínimo esfuerzo. Por supuesto, nadie ningún profesor me creyó nunca, así que me ponían a correr o saltar al potro como a los demás. Entonces intentaba utilizar otras tretas más elaboradas, como dejar pasar delante de mí a todos mis compañeros en la fila para hacer el salto de longitud (hasta que el profe se daba cuenta y me llevaba de las orejas) o hacerlo fatal en voleibol y fútbol para que mis mismos compañeros me echarán del campo (tampoco colaba porque lo cierto es que mis colegas tampoco estaban muy dotados para el mundo deportivo, la verdad, así que mi torpeza no destacaba nada). Pues eso, que para mí, intelectual donde las haya, la educación física fue mi tendón de Aquiles durante mi proceso educativo.
Una vez superado esta época, llegó el momento, a partir de los veinte más o menos, en el que empiezas a tener conciencia de tu cuerpo y de que, tal vez, y solo tal vez, no estaría mal que lo cuidaras un poco. Así que probé la natación... otro fracaso en mi cuenta. Me encantaba lo de tirarme al agua en invierno y estarme chapoteando tan calentita... pero luego miraba a mi alrededor y veía a locos deportistas hacer largos como si nada, bucear de punta a punta de la piscina sin sacar la cabecita, y yo me desdoblaba y me veía a mi misma desde fuera, nadando como un perrito, y más ocupada en mirar al socorrista que en dar brazadas, y la verdad es que no había color. Y eso de salir con el pelo mojado, con frío, lloviendo... qué va, eso tampoco iba conmigo. No sé si agoté tres pases del bono de 10 que me compré.
Más tarde, con mis primeras neuras adultas, todos los fisios que trataban mi espalda, y los especialistas en estómago que trataban mi colon retorcido por los nervios y el estrés, me recetaron el yoga para relajarme. Esto ya sí que fue el acabose: posturas imposibles, señores de 60 años que se quedaban como una vela con el único apoyo del cogote en el suelo... y lo peor, los mantras... Lo siento pero no puedo con el rollito espiritual del yoga... todo el mundo con las piernas cruzadas cantando extraños estribillos que yo, de natural un poco sorda, nunca llegué a aprenderme ni a distinguir. Y el momento relajación, aquel en el que todo el mundo se tumbaba y se fundía con el cosmos y la tierra (o algo así, nunca me enteré muy bien) y yo que tenía dos momentos: o me dormía, cosa que estaba muy mal vista, o empezaba a pensar en todas las cosas que me tenían preocupada o que tenía que hacer y me iba poniendo cada vez más nerviosa. Dos veces en cinco años he intentado el yoga y dos veces lo he dejado al poquísimo tiempo.
Y llegó el Pilates. Estiramientos, respiración, aparatos y suelo, pelota, etc. Me gusta, me divierte, me siento bien... Parezco otra, de verdad, que el otro día en H&M, en lugar de mirar los millones de vestiditos monos que había (bueno, vale, alguno cayó también) me dediqué sobre todo a buscar ropa deportiva para mis clases. Llevo ya como tres o cuatro meses (¡qué rápido pasa el tiempo cuando eres feliz!) y no me canso, me sigo divirtiendo y, lo mejor de todo, es que no me agobio, no compito con nadie ni conmigo misma. Me relaja la combinación de estiramientos y posturas que antes creía imposibles de hacer, con la respiración, me olvido de todo cuando lo estoy haciendo. Nadie se fija en cómo lo hacen los demás, por lo menos yo no lo hago. No me supone ninguna presión y llego hasta donde llego y sé qué en ocasiones lo hago bastante regular, es curioso verte retorcida en el espejo de la sala, pero me da igual no ser la mejor porque he conseguido lo que nunca pensé que conseguiría: ¡por fin encontré mi ejercicio físico ideal!


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