Revista Cocina

Por qué elegir una silla y un váter incómodos

Por Robertosancheze

María, de 54 años, padece osteogénesis imperfecta, más conocida como la enfermedad de los huesos de cristal. En su caso, la enfermedad le afecta básicamente a piernas y pelvis, aunque en realidad todos los huesos de su cuerpo son más débiles de lo habitual.

Después de varias operaciones de adolescente –en las que le colocaron multitud de placas y tornillos desde los pies hasta las caderas para que sus arqueadísimas piernas no se rompieran–, pasó toda su vida caminando con muletas, y utilizando una silla de ruedas excepcionalmente, hasta hace un par de años cuando, desafortunadamente, sufrió una caída y se fracturó ambas rótulas y una muñeca.

Después de otras tantas operaciones –en una osteogénesis imperfecta los huesos no se sueldan así como así…–, a base de muchísimas horas de trabajo, María ha conseguido recuperarse y, aunque todavía no camina con muletas, hoy ya consigue mantenerse en pie de nuevo, lo que le permite lavarse mejor, cocinar, fregar los platos, alcanzar los libros de la estantería. Todo un logro.

Pero esto no es lo más importante…

Coincidió que, justo cuando tuvo el accidente, María había decidido hacer reformas en su lavabo. Reformar el baño de una persona discapacitada es toda una odisea; hay que tener muchísimas cosas en cuenta: espacio para girar la silla de ruedas 360 grados, nada de bordillos ni escalones, todo colocado mucho más a mano y bajito, espacio libre por debajo de la pica para poder entrar de cara con la silla, etc.

Llegado el momento de elegir el váter, el especialista en baños para discapacitados que contrató le propone dos opciones:

1. Optar por una taza de váter y una silla chachipirulis que van a juego y pueden acoplarse. Con estos artilugios, para hacer sus necesidades, María no tendría que levantarse de la silla, ni necesitaría que nadie la acompañara, ya que la taza se coloca justo por debajo del asiento de la silla, que a su vez tiene un ingenioso mecanismo para dejar el hueco necesario para realizar tales quehaceres personales.

2. Quedarse con su silla y elegir un váter normal, y colocar un soporte en la pared para poder agarrarse fuerte, mientras hace sus transiciones, de la silla al váter y viceversa.

María, afortunadamente, y con mucho coraje, escogió la incomodidad, y le respondió literalmente: “No vayamos a condenarme antes de tiempo…”. O sea, incluso al principio, cuando no podía ni flexionar las rodillas, eligió tener que hacer un esfuerzo inmenso cada vez que fuese al lavabo. Esto es, como mínimo cinco veces al día, una diez transiciones de silla a “silla”.

No voy a dar consejos ni extraer moralejas, porque la mera elección de María ya resume la lección.

La única duda que me queda es… Si María hubiera elegido la comodidad, si no hubiera integrado el esfuerzo físico en su día a día, a pesar del resto de horas extras de trabajo de rehabilitación, ¿hoy podría mantenerse en pie? ¿Y mañana podría volver a caminar?

 


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