Revista Remedios

¿Por qué no recordamos nuestra infancia?

Por Míriam Lihi

El apagón de memoria que se da en los primeros años de vida sigue siendo un misterio. No tenemos recuerdos… Pero no es culpa de ser desmemoriado, la neuropsicología así lo explica…

Pocos adultos son los que puedan recordar episodios de sus primeros tres años de vida. Se cree que la memoria se desvanece desde los  años hasta edades inferiores.  El porqué sucede esto no está claro aún, pero el fenómeno ya había sido observado por Sigmund Freud y lo bautizó como “amnesia infantil.

Hace dos años una investigación llevada a cabo por la Universidad de Emory en Atlanta (EE.UU.), que fue publicada en la revista Memory, aclaró que la eliminación de nuestro archivo mental de lo sucedido en la primera infancia es un proceso gradual.

Los niños de 5 a 7 años recuerdan aproximadamente el 70% de los episodios que tuvieron lugar cuando tenían  tres años, pero a los 9 años el porcentaje se reduce al 35%. Según los investigadores esto sucede por dos razones: la primera es que los niños pequeños no saben usar el calendario, ni tampoco se dan cuenta de la alternancia de las estaciones y los años. Aunque parezca algo que no tenga nada que ver hay que tener presente que estos elementos ayudan a poner los episodios en un contexto temporal preciso, facilitando su almacenamiento.

La segunda razón es que ciertas estructuras y conexiones nerviosas aún no están completamente formadas y estabilizadas. En particular, el hipocampo, el área del cerebro más importante para la memoria a largo plazo, no madura al menos hasta los siete años. Según esta hipótesis, no se impide tanto la formación de recuerdos sino la capacidad de mantenerlos en el tiempo y volverlos a recuperar más adelante.

Otros eruditos ponen su énfasis en el desarrollo del lenguaje, que se enriquece entre los tres y seis años de vida. Las palabras nos permite pensar acerca de lo que nos ocurre y de esta manera ayuda a fijar las cosas en la memoria. Hace algunos años, una investigación estadounidense demostró que los niños de dos años con mejores habilidades lingüísticas eran más capaces de recordar su primera infancia cuando llegaban a los siete años.


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