Portfolio 15-FEBRERO / 15-MARZO

• La noche y la ciudad (Night and the city, Irwin Winkler, 1992): nueva y horrenda versión de un supuestamente (no he visto todavía) superior ejemplo de noir de 1950, a cargo de un productor, que sacó adelante algunos de los mejores trabajos de Scorsese más toda la saga de Rocky, reconvertido en artesano cinematográfico, cuyo mayor interés reside en la realización de Caza de brujas (Guilty by suspicion, 1991). De Niro, aquí, no está acertado, sino escandalosamente sobreactuado para una interpretación que no cuadra con el tipo de film en el que está, (un hombre acechado por el crimen organizado de su barrio mientras intenta hacerse un nombre en el negocio de los promotores del boxeo) además del descuidado look y tono que Winkler imprime al producto, insultantemente cercano a la comedia. Uno de los peores trabajos en los que intervino el protagonista de Taxi driver.

• Negocios ocultos (Dirty pretty things, Stephen Frears, 2002): interesante drama social que tardó más de dos años en llegar a España tras su paso por Venecia, realizado por un director británico cuya filmografía ha ido perdiendo algo (no mucho) de fuelle e interés desde que se destapara en sus inicios con Las amistades peligrosas (Dangerous liaisons, 1988), Los timadores (The grifters, 1990), Mary Reilly (1994) y, algo más reciente, la fabulosa Alta fidelidad (High fidelity, 2000), firmando aquí, y demostrando su notable polivalencia, un trabajo ambientado en el subLondres, es decir, el Londres poblado por inmigrantes de toda clase (nigerianos, turcos, indios… y hasta un español, el malo) que luchan por legalizar su situación y donde los londinenses quedan reducidos a  personajes muy secundarios (a una trama de tráfico de órganos humanos donde el catalán Sergi López tiene mucho que decir y donde la película abraza ciertos códigos del thriller). Un guión afilado, que fue nominado en los Oscar de su año. Crudo aunque en última instancia un film optimista… y amargo.

• Soñadores (The dreamers, Bernardo Bertolucci, 2003): crónica del desvirgamiento, literal y figurado, de una generación para con diversos aspectos de la vida, destacando, cómo no, el sexo, pero también el arte (en particular el cine, pues es un continuo homenaje al propio realizador italiano, así como a sus admirados miembros de la Nouvelle Vague y a ciertos clásicos norteamericanos de los años 30) en una cinta ambientada en la capital de Francia- la ambientación es lo mejor de la película, y de lejos-, donde se inició el movimiento contracultural en la primavera de 1968. Sin ser mala, tampoco es una obra que se acerque a los mejores trabajos de Bertolucci (pienso en la monumental y fascinante Novecento, así como en El conformista). El film cuenta más bien poco, más allá de una relación incestuosa entre dos hermanos franceses y un estudiande norteamericano en la ciudad del amor, conduciéndonos a la remembranza de su popular, en su momento escandalosa y también excesivamente celebrada El último tango en París (Last tango in Paris, 1972). Es un film que debería interesar más por su contenido histórico y social que por su contenido sexual, más allá de la clarividente belleza de Eva Green y su cuerpo.

• Coherence (James Ward Byrkit, 2013): pequeño no, pequeñísimo (fue rodado en casa del director con actores poco menos que desconocidos) thrillerde ciencia-ficción que ha estado en boca de todo aficionado a lo fantástico y que se alzó con el Premio al Mejor Guión en el Festival de Sitges hace un par de años. Rompedora al menos en teoría (su propuesta es asombrosamente intrigante y sugerente: el paso de un cometa hará que una panda de amigos, de cena en casa de uno de ellos, piense que ha entrado en una realidad paralela a la suya, con múltiples dobles, poco abordado en el cine y más en otros medios), sus resultados distan de lo prodigioso de su iniciativa. Triangle, por citar algo con un universo parecido, es infinitamente mejor. Pese a todo, debe incluirse en esta pequeña oleada y posterior antología, en unos años, de sci-fide bajo presupuesto la cual, a falta de medios, necesita de grandes ideas. Otra cosa es cómo las transmitan, para eso no hace falta tanta pasta.

• The conspiracy (Christopher MacBride, 2012): mockumentary (o falso documental, para entendernos) que acaba retirándose al terreno del found footage de terror menos inventivo, en el cual dos jóvenes cineastas investigan sobre las sociedades secretas y selectas que hay detrás de la dominación mundial y las conspiraciones de este compendio de club Bilderberg, masonería, the eye of providence, el billete del dólar, etc.  Hubiera sido más interesante de haberse construido como un falso documental 100 %, en lugar del twist que sus autoes efectúan a mitad de relato.

• Candyman (Bernard Rose, 1992): adaptación de un libro de Clive Barker, aclamado creador de horror, la cual desembocó en un habilidosothriller con eficientes momentos de violencia que tuvo su limitado aunque merecido interés gracias al auge de los videoclubs (principios de los 90) y a lo bien filmado que estaba, entre la intriga y el terror sin terminar de decantarse por ninguno de los dos y que provocó admiración. Todo eso le ha hecho adquirir un cierto estatus de culto entre los aficionados a lo fantástico, ayudado por alguna que otra idea original de la trama, como resulta evidente al leer cualquier sinopsis. Más que aceptable propuesta, que generó varias secuelas que ni he visto ni veré.

• The imitation game: descifrando Enigma (The imitation game, Morten Tyldum, 2014): elegante, muy estimable (pese a que está realizada con un evidente tufillo a aplauso y premio, de ahí su factura con clase y el consiguiente prestigio académico que carga) y algo tardío contrapunto europeo- britishaunque el director es noruego- a El buen pastor (The good shepherd, Robert de Niro, 2006). Con un relato edificado a medio camino entre la historia de espías y el melodrama clásico, y concluyendo con un alegato a favor de la libertad sexual, es en esencia la (medio)biografía de un matemático inglés, joven y homosexual (realmente soberbia la interpretación de Cumberbatch) que contribuyó de forma extraordinaria a la victoria aliada en el mayor conflicto armado que ha vivido la humanidad, mediante la descodificación de los mensajes nazis con un complejo y sofisticado aparato. El film reivindica la importancia de un personaje clave de la tecnología del siglo XX. Nada desdeñable pese a aroma a "hecho para agradar".

• Inocencia y juventud (Young and innocent, Alfred Hitchcock, 1937): notable título del maestro todavía en su etapa británica, del cual sobresale una sólida construcción del relato, ya más maduro y depurado que de costumbre hasta ese momento, aunque apoyándose en  constantes temáticas ya visitadas con anterioridad (el falso culpable), pese a no tratarse de su mejor título filmado en su isla natal: Alarma en el expreso (The lady vanishes, 1938) o Los 39 escalones (The thirty-nine steps), curiosamente esta última anterior en el tiempo, en 1935, se llevan la palma de obras mayores e inglesas de Hitchcock). Pese a ello, la escena del baile buscando al hombre del tic en los ojos para demostrar la inocencia del acusado perseguido es uno de los momentos cumbres de todo el cine de su autor.

• El capital (Le capital, Costa-Gavras, 2012): interesante film de uno de los, si no el que más, exponentes del cine de denuncia  y agitador de conciencias, el cual propone aquí una sarcástica visión de cómo los bancos nos han llevado a donde nos han llevado. Una excesiva y repetitiva tendencia a acentuar lo que es obvio (la pérdida de los valores humanos de los banqueros, ejemplarizada en su personaje protagonista) no invalidan sus resultados, pero sí los menguan. El cineasta griego ofrece, como contrapunto a esta limitación, un ritmo dinámico y una estética a la última, que hacen la función apetecible.

• Poker night (Greg Francis, 2014): horrible thriller de pseudo-terror, que mezcla el policíaco con la saga de Saw con muy poca fortuna . Fatalmente dirigido y todavía peor montado,  a pesar de la supuesta originalidad de la que hace gala en su narración (nada más lejos de la realidad: resulta confusa y caótica), que no merece mayor comentario que no sea desaconsejarla.

• Éxodo: dioses y reyes (Exodus: Gods and kings, Ridley Scott, 2014): esta enésima y artificiosa mega adaptación del segundo libro de la Biblia- o sea, el del tormento judío bajo el yugo egipciosin, las plagas y las tablas de la ley legadas por Maradona, perdón, Dios, a Moisés, tras liberar éste a su pueblo, algo que ya narró, mucho mejor y eso que equivalió al mismo tipo de producción que esta, Cecil B. de Mille en su Los diez mandamientos (The ten commandments, 1956) - sin llegar a ser nefasta del todo, ya cansa lo indiferente que deja a uno/a el Ridley Scott de los últimos años- y por últimos me refiero quizás a desde que estrenara Black hawk down (2002), que tampoco era ningún prodigio de inventiva pero sí estaba rodada con vigor y convicción, con la honrosa excepción de la magnífica Prometheus (2012); entre medias, un cúmulo de mediocridades, gusto personal aparte- un cineasta de un talento en apariencia notable en sus inicios que se dejó llevar por la marea de Hollywood hace ya demasiado tiempo, siendo considerado seguramente el mejor artesano de la industria mientras despacha encargos (superproducciones en su mayoría) con profesionalidad y un sentido de la factura visual que roza la perfección…nada más. En Ridley Scott ya casi todo es estética. Lo que hay detrás no importa. Quizás porque entiende que el cine es un medio visual más que cualquier otra cosa. No sé.

• Under the skin (Jonathan Glazer, 2014): fascinante visualmente, es este uno de esos trabajos arthouse que aburrirán hasta a las ovejas debido a su tratamiento pero que resulta ser magnífica a nivel sensorial y connotativo, donde se plantea la, tratada de modo abstracto y naturalista, interacción y humanización de una supuesta criatura extraterrestre (o esa es una de las interpretaciones posibles), con apariencia de la bella Scarlett Johansson, en la Tierra (concretamente, Escocia). Firmado por el realizador de las excelentes y muy distintas Sexy beast (2000) y Reencarnación (Birth, 2004), que está creando una filmografía harto interesante.

• Starry eyes (Kevin Kölsch & Dennis Widmyer, 2014): unos realmente impactantes 20 minutos hacia el final de esta cinta de género ya harán las delicias del respetable aficionado al fantástico muy brutalgore, pero el resto de esta nueva muestra de supuestamente renovador cine de terror norteamericano es verdaderamente cansino. Construida bajo el axioma de la fama a cualquier precio y lo indeseable que puede llegar a convertirse una persona con tal de ser famosa. Peca de irregular, aunque la obra alcance, momentáneamente, cotas de calidad considerables (parte del clímax ya mencionado arriba). Retoza con el thrillerpsicológico para finalmente, y en ese último tercio, abrazar el terror más físico y carnal. Es de prever que la pareja de realizadores se quede unos años entre nosotros.

• Las dos caras de enero (The two faces of January, Hossein Amini, 2014): una portentosa recreación, más una fotografía deslumbrante,  son las únicas virtudes que se asoman en esta vacía aunque, en su honor debe decirse que chapada a la antigua, o clasicista, adaptación de una de las novelas de Patricia Highsmith que si la pasamos por el filtro de los códigos contemporáneos no pasa de vagamente correcta, dirigida por Amini, guionista iraní educado en Inglaterra y que recibió parabienes por doquier gracias al guión de Drive (2011), en su ópera prima tras las cámaras. Con (discretas) ínfulas hitchcockianas, es una producción la cual, de haberse realizado hace 50 años, obtendría un reconocimiento mayúsculo, pero hoy no pasa de alimenticia, por no hablar de fallida. Signo de los tiempos, aunque gustará a los amantes de lo clásico, virtudes que un servidor sabe apreciar pero que no considera suficientes.

• El rapto de Bunny Lake (Bunny Lake is missing, Otto Preminger, 1965): técnicamente  impecable (su preciosista fotografía es un regalo para la vista), un Preminger ya en el inicio de su declive propuso un ejercicio de intriga psicológica narrado con una habilidad más que satisfactoria, pese a que realizaría films mejores (Anatomía de un asesinato o Tempestad sobre Washington), todos anteriores en el tiempo a este ya de por sí y todavía desasosegante, poderoso y diríamos que moderno trabajo . Una película evidentemente recomendable.

• La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014): notable y escandalosamente celebrado thriller español,  el cual viene a ser un True detective (dos policías, un entorno rural, un argumento extremadamente similar y una atmósfera turbia, a lo que ayuda una estética igualmente descarnada y asfixiante y una muy pulcra puesta en escena) castizo y con menos medios que homenajea a un clásico americano del terror como La cosa (The thing, John Carpenter, 1982) en su escena final. Bien mirado, y mal que pese, las producciones españolas que sobresalen, al menos en el género noir, destacan precisamente por su apego a lo norteamericano: siempre acabamos copiando de los mejores, aunque al menos en este caso se ha copiado lo norteamericano bueno, no lo que proviene de Hollywood. Lo que es cosecha propia no está nada mal: estamos en 1980, con lo que la Constitución acaba de nacer, y los dos agentes (no se conocen entre sí y deben resolver un caso de asesinato de niñas en un pueblo de Sevilla) son de una ideología opuesta: uno de ellos representa el poli de vieja escuela, violento y facha, mientras el joven pertenece a la nueva, progresista y haciendo uso de métodos más ortodoxos. Sus mayores aciertos, a mi humilde entender, y más allá de todo lo que comparte con la serie de la HBO, son su narración, estructuralmente milimétrica, entre las que hay que destacar su esqueleto, es decir, un guión de hierro. Una de esas (pocas) producciones que hacen a uno perdonar (no olvidar, al menos hasta nueva orden) al cine español.

• Confesiones de una mente peligrosa (Confessions of a dangerous mind, George Clooney, 2003): vigorosa y virtuosa creación, la primera en la dirección, de Clooney, quien, y a riesgo de exagerar, ofreció aquí su mejor película hasta la fecha, apoyándose en un excelente guión de Charlie Kaufman (algo menos estrafalario que sus trabajos para Spike Jonze). El film posee un pulso y una articulación envidiables, ayudado por una estimulación visual y un ritmo portentosos para narrar la historia de un presentador de televisión, digamos, de baja estima y nivel cultural (un inmenso Sam Rockwell), el cual se metió a dicho trabajo porque era un golfo, y que acabó compaginándolo con agente secreto de la CIA, liquidando a quien le encargaban liquidar en pos del capitalismo y el American way of life. Uno de los films norteamericanos independientes más poderosos de la década pasada.

• Ultimátum a la Tierra (The day the Earth stood still, Scott Derrickson, 2008): muy endeble nueva versión de la muy admirable y admirada obra de ciencia-ficción homónima realizada en 1951, donde la amenaza extraterrestre tenía un trasfondo nuclear, mientras aquí, signo de los tiempos, coleguea con el ecologismo. Hollywoodizadamente torpe y estropeada desde que finaliza el prólogo, discurre con muy poco (si no se ha visto el capital film que versionea) o sin interés alguno (si se es familiar con él). Sobra la aparición de John Cleese ni me pronuncio. Su director incursionaría, posteriormente y de manera harto interesante, en el género de horror con la estupenda Sinister (2012). Mejor tirar por La guerra de los mundos como ejemplo de remake sci-fi moderno.

• Mapa a las estrellas (Maps to the stars, David Cronenberg, 2014): facilona crónica satírica de las vicisitudes del Hollywood actual, firmada por un Cronenberg muy alejado tanto del género que le dio reconocimiento como así también de lo que es articular una buena película, pese a lo arriesgado de la propuesta (a fin de cuentas hablamos de un auteur, no de un artesano), pues critica duramente la Meca del Cine y sus mundillos de drogas, egos, envidias y filias. Una estructura desastrosa y un guión e historias sin interés, más una dirección apática, convierten a esta, junto con su inmediatamente anterior Cosmopolis, en dos de las películas menos estimulantes de toda la carrera del realizador canadiense.

• Birdman, o la inesperada virtud de la ignorancia (Birdman, or the unexpected virtue of ignorance, Alejandro González Iñárritu, 2014): magnífica comedia dramático-fantástica de Iñárritu, aquí ya en su segundo proyecto sin Guillermo Arriaga, colaboración que parió la excelente 21 gramos(21 grams, 2003)…y poco más. Ambientada en Broadway y en los entresijos de un teatro donde un antiguo superhéroe cinematográfico decide reinventarse y adaptar, dirigir y protagonizar una obra de teatro, digamos, seria y adulta (alejado de su rol en el cine) que viene a ser una extraordinaria disertación sobre el artista y su arte. Sus célebres planos-secuencia, los cuales, casi en totalidad, sostienen el montaje del filme, han sido aplaudidos en todas partes, aunque la película es, afortunadamente, mucho más que esa forma de filmar, como el gran elenco de secundarios - destacando a un inspiradísimo Norton, el cual deja frases lapidarias como “la popularidad es la prima pequeña y puta del prestigio”- que acompañan a Keaton, quien, por cierto, puede ver su participación en el film, en un ejemplo de metacine, como una analogía de la celebridad que le produjeron sus trabajos de Batman allá por los tempraneros años 90…”eso fue en 1992”, dice, curiosamente el año de producción de Batman vuelve…- o la extrema originalidad de su puesta en escena, aquí con muchísimo más valor que de costumbre al tratarse del tipo de producción que es. Un film ampliamente recomendable, con una energía ejemplar.

• La señal (The signal, William Eubank 2014): visualmente atractivo y alienante trabajo de ciencia-ficción psicológica, que viene a ser la cara B de este díptico, formado por esta y por Orígenes (bastante mejor), de producciones independientes norteamericanas fantásticas que han puesto el género patas arriba este año. Sin desmerecer sus méritos, hace uso de una resolución en la que sus bandazos previos pesan, lo cual no exime a su director del atrevimiento que ha mostrado en ciertos pasajes del relato pese a que su inexperiencia (narrativamente hablando) juega evidentemente en su contra, y se nota. En resumen, es sugerente e interesante, pero se queda poco menos que en la superficie de lo que podría haber dado, aunque da cierta grima lo que muestra.

• The monuments men (George Clooney, 2013): curioso aunque inesperadamente ligero- nadie esperaba una película así, pues la expectativas creadas y la ambición de lo que narraba (un grupo de más o menos soldados norteamericanos, más un británico y un francés, todos con más miedo que hambre y expertos en arte, debe recuperar, en Europa y durante los últimos aletazos de la Segunda Guerra Mundial, las obras de arte robadas por el ejército nazi)- trabajo firmado por quien fuera el autor de la inspiradísima Los idus de marzo(The ides of March, 2011). Interesante perspectiva del clasicismo cinematográfico, del que Clooney forme parte, junto con Eastwood, el último bastión de Hollywood. Para los fans del cine bélico-aventurero de los 60, al cual homenaje continuamente en su épico tratamiento de la puesta en escena pero, en conjunto y como gran parte de dicho tipo de cine pretérito, un trabajo poco disfrutable.

• No confíes en nadie (Before I go to sleep, Rowan Joffé, 2014): producción british de misterio, firmada por el hijo del firmante de La misión hace 30 años, el cual no pasa de simplemente entretenido ya que no aburre, pero tiene que recurrir a, por una parte, tramposos aunque por otra obvios recursos narrativos para hacer avanzar el débil relato y que no decaiga la atención en el espectador que, de no ser así, se desvanecería en los 10 primeros minutos. A una mujer (Kidman) tienen que recordarle cada día su vida, pues tras un accidente despierta amnésica todas las mañanas. Ni sabe quién es, ni qué hace allí, ni con quién está, ni por qué. Lejos de ofrecer la encomiable calidad que otros films sobre la pérdida de la memoria (Recuerda, Memento) sí obtuvieron, queda la atmósfera (limitada esta al ritmo y la fotografía), la cual, como digo, hace mantener el limitado interés y hacen que uno se olvida de la alarmante previsibilidad de la función, algo terrible en una película de estas características y que la traspasa al umbral de lo televisivo.

• Infiltrados en clase (21 Jump Street, Phillip Lord & Chris Miller, 2012): puesta al día, en clave de  nueva comedia americana y con ilimitada y cinéfila gracia- el lanzamiento de un dardo que impacta en la cara de Terence Stamp caracterizado como el general Zod de Superman II (Richard Lester, 1980) o el comentario de “estamos en el final de Jungla de cristal, sólo que esta es nuestra vida de verdad”, resultan los gags más emblemáticos- de lo que en los últimos 80 fue la popular serie Jóvenes policías, que lidiaba con la delincuencia juvenil, transformada aquí en una alocada buddy movie sobre dos adolescentes, los cuales eran antagónicos en el instituto (Hill & Tatum) que se volverán a ver las caras ya de post-adolescentes en la academia de policía, siéndoles asignada, una vez, graduados como agentes, la misión de acabar con el tráfico de drogas en un instituto, para lo que tendrán que actuar de incógnito en él como alumnos. Envidiablemente fresca, divertida y con una joya de personaje como el que interpreta Ice Cube.

• Homefront. El protector (Homefront, Gary Fleder, 2014): vehículo escrito por el Stallone de los 80 (el original) para el Stallone de ahora (Statham) en el que sin duda es el más acertado (junto a Redención,curiosamente más cercano al drama) de todos en los que se ha visto envuelto el antaño protagonista de la genial Snatch (Guy Ritchie, 2000), en el que, quién lo firma es lo de menos, aunque esté muy bien facturado, que lo está. Un hombre, exagente de la DEA (o sea, a efectos del cine americano, particularizando, el género del thriller y, ahondando un poco más en sus códigos ochenteros y sus one man armies y sus action heros, un arma de destrucción masiva total) se va a vivir al campo de la América profunda con su hija cuando una antigua misión no sale todo lo bien que debería haber salido y que terminó amenazado de muerte por unos malechores que, casualidades de la vida, le encuentran tiempo más tarde y deciden cobrar su venganza. Filmado con las habituales piruetas para el lucimiento personal de Statham y con ese aire ochentero que dan, además del ya de por sí carácter de la cinta, sus sintetizadores en la banda sonora. Inusualmente sólida, además de presentar a un James Franco que no para de dar sorpresas en cada una de sus apariciones en la gran pantalla.

• Los últimos días en Marte (The last days on Mars, Ruairi Robinson, 2013): correcta producción fantástica británico-irlandesa que fusiona el terror (temática zombie) con la ciencia-ficción (temática futuro y Marte) de forma ya no tan original ni tampoco escandalosamente efectiva pero sí honrada y bien construida, en la cual títulos como Alien (Ridley Scott, 1979), La cosa (The thing, John Carpenter, 1982) o más recientes como 28 días después(28 days later, Danny Boyle, 2002) vienen instantáneamente a la cabeza del espectador curtido en el cine de género. Topicazos a nivel de personajes y lugares y situaciones arquetípicos no la eximen de su aceptación pese a su ausencia de ínfulas de trascender y escasa ambición (efectos y ambientación marciana simplemente correcta) a pesar de contar con actores medianamente conocidos, al menos para el aficionado (Liev Schreiber, Elias Koteas, Olivia Williams, Tom Cullen). El propio film sabe lo que propone y no lo esconde, evitando el engaño y llenándolo de honradez. En España no tuvo un estreno comercial en salas.

• Tokarev (Paco Cabezas, 2014): la falta de libertad, más o menos absoluta, es el peaje que cualquier cineasta extranjero debe pagar para promocionarse en Estados Unidos, y así ha sido con este violento thriller de venganza con mafias irlandesa y rusa de por medio realizado por un sevillano, con Nicolas Cage, otrora buen actor pero que en los últimos años se ha empecinado en protagonizar continuamente mediocres y estrictamente alimenticios films de género (Bangkok dangerous, Bajo amenaza, Contrarreloj) los cuales han terminado por poco menos que destrozar su carrera. Este, al menos, se ve con cierto aunque evidentemente limitado interés debido a algún eco trágicoshakesperiano que acaba abrazando la trama en su tercer acto, más el depurado tono visual con el que Cabezas dota a la producción. Cage interpreta a un respetado hombre de negocios legal cuyo pasado estuvo ligado al crimen, mundo al que decide volver cuando su hija desaparece. Parece que la carrera de Cabezas en Hollywood será más larga.

• El increíble Hulk (The incredible Hulk, Louis Leterrier, 2008): sorprendente y acertada (a instantes impecable) segunda producción de los estudios Marvel tras la excelente Iron man, con un film de acción avasallador y altamente efectivo, que viene a ser la (buena) respuesta a aquella tontería viñetera (esto es cine, no comic) realizada por un auteur como Ang Lee en 2003. Sin engañar a nadie (es puro cine-espectáculo rodado por un artesano sin personalidad alguna), sorprende por ciertas elecciones artísticas, como su estructura (viene a ser, según su construcción, una secuela, aunque no declarada, del film de Lee, en lugar de un nuevo enfoque sobre el personaje) o la elección de un intérprete tan alejado de este tipo de producciones como Edward Norton para el papel de La Masa Verde. Sus dos batallas principales, la del parque y la final en la ciudad, resultan ejemplares. Produjo controversia por las diferencias entre el estudio, que querían la versión que se estrenó (más acción y menos diálogo), y el tándem formado por Leterrier y Norton, que perseguían una versión más larga con bastante más drama, que acabó en el cubo de la basura. En fin, lo que no entiendo es porqué Hulk nunca habla, sólo grita, y Abominación sí. Pero esto es Hollywood y esta peli, altamente disfrutable