Revista Ilustración

Porto o la ciudad de las librerías que nunca cerraban

Por Davidrefoyo @drefoyo
Porto o la ciudad de las librerías que nunca cerraban
I.

Somos cientos de turistas atravesando los sacos de arena, superando las balizas y asestando el golpe de gracia, bayoneta mediante, a los ancianos que hasta hace un par de semanas -tal vez tres- languidecían en estas calles. Adiós a las tascas, al bacalao cocinado como siempre, con ese sabor tan característico de la desembocadura. Despedidas ya las librerías de viejo y los negocios con sabor añejo, nos queda el parque temático. Los puentes. La importación del diseño centroeuropeo y, por qué no decirlo, las postales al alcance de cualquier cámara fotográfica de precio significado.

II.Bajo la casa hay una docena de historias y todas son verdad. Se escuchan motores y pasos, perros chillando al amanecer, pero nunca se ve a nadie. Las hojas del castaño se balancean en silencio, fingiendo ser un castaño cuando podría ser cualquier otro árbol. Abro la ventana y expulso el humo del salón que, como era de prever, hace las veces de cocina, baño y habitaciones. El diseño blanco y sencillo ha contaminado el estilo portugués, tan definido y exacto en su barroquismo. Como si no hubieran superado hasta hoy esa etapa de la historia del arte. Como si nosotros, que apenas oteamos el renacimiento hace pocos años, pudiéramos dar lecciones a nadie. En la calle, además de parkings y pizzerías, hay una docena de historias en cada acera. Y todas son verdad.III.Las sábanas blancas concentran toda la atracción sexual de este mundo. No existen escenas legendarias en películas o libros, ni siquiera en cuadros, cuyas sábanas pendan de otras tonalidades. El blanco, a pesar de Butragueño, viste y luce. Tus senos blancos lindan con la tela blanca y se pierden entre la memoria y el deseo. Entre el ahora y el mañana intacto. Puede ser el color y puede ser la temperatura. Un poco más calurosa cada minuto que pasa.IV.La noche portuguesa es la noche definitiva de cuantas noches he comprendido. Al tiempo que cierran las librerías, los camellos rodean los barrios tumultuosos. Se apostan en las esquinas como vigilantes. Ofrecen sus mercancías. Sus sonrisas. Su aspecto gangster. Pocas cosas hay menos fiables que un mafioso hablando portugués -excepción hecha de Durâo Barroso, claro-. Una copia falsificada. Una cantidad exacta. Una negociación paralela con precios estipulados dependiendo de la procedencia. Simpatía. Diversión. Y unos chicos imitando a REM sobre un escenario improvisado.

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