Revista Viajes

Pregúntales a ellos. Tetovo. Gostivar

Por Marikaheiki

Cada día a esta hora hay un momento rosa en el cielo y todo parece estar construido con piedra caliza, incluso las nubes. Pimi se acerca y me dice: “everything is about business or about school. I failed school, you know? Here we have a very poor system, so I do it: I learn by myself, I’m my own school”. Pimi se sienta con nosotros y nos pregunta si sabemos cuál es la relación que tienen los albaneses con Cataluña. Nos cuenta con detalle de dónde proviene el pueblo albano, de la resistencia a desaparecer, de lo distintos que ellos se ven de los macedonios y de los búlgaros y de los serbios, porque son de un padre distinto. Cuando yo les miro también veo esos rasgos mediterráneos de los que habla: no hay sangre turca ni eslava que lo esconda.

Si hubiera venido a Macedonia y después pudiera haber elegido el proyecto que quería desarrollar, lo tendría mucho más claro: escribiría, grabaría, hablaría sobre la cuestión de Albania. Antes de llegar no teníamos ni idea  de nada y ha sido la gran sorpresa del viaje al oeste. Ya en Serbia el teniente alcalde nos había dicho que con los albaneses, cuidado, pero fue al llegar realmente a Skopje cuando empezamos a darnos cuenta de la división tan grande que se palpa por todo el país. “No crucéis el rio de noche”, nos dijo un macedonio, “es allí donde viven los albaneses”. Y nos dice Caballo, que es macedonio también: “los albaneses son unos malditos bastardos”, y nos cuesta comprender el porqué  de ese odio unidireccional, porque cuando preguntamos a los albaneses de Struga, no escupen sobre tierra macedonia, sino que reconocen que ellos forman parte de otra raza y otra historia, y también tienen otros sueños de volver a formar parte de un país completo uniendo todos los pedacitos regionales que se han ido perdiendo entre países.

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Después de la división de Yugoslavia una parte importante de la población albanesa quedó aislada en territorio macedonio, donde han creado un país propio y secreto muy particular. En las calles, en los coches, ondea la bandera roja y negra albana, ondea su orgullo, diría. Pimi nos cuenta que nadie se ha dedicado a recoger la historia de los albaneses, porque está prohibido intentar convertirlos en un pueblo con idiosincrasia propia, aunque los bordes fronterizos se equivocaran al dibujarse sobre el papel, y a la mitad los dejara fuera. En Tetovo y Gostivar, las ciudades con una mayoría amplia de población albanesa, por fin han conseguido crear una universidad en albanés, aunque no esté reconocida oficialmente. Paseamos por las plazas y entramos a las mezquitas, y vemos rostros que no son los mismos que en el resto del país, los albaneses tienen la piel de aceituna y unos llevan el plis blanco porque ya peregrinaron a la Meca, y durante el día, igual que en el barrio musulmán de Skopje, Caršija, las calles permanecen mudas y solo se escuchan nuestras pisadas, porque la gente duerme y respeta el Ramadán. Entonces vamos a la Šarena Džamija, la mezquita pintada, y la sonrisa amable de un señor nos invita a pasar. Primero me cubre el cuerpo entero: las piernas, los hombros, la cabeza, con pañuelos de flores de colores y entonces pienso en que cuando vaya a África y a Oriente me raparé la cabeza y me dejaré barba para poder convertirme en hombre un rato y llegar donde las mujeres no pueden. Pero él es amable y se deja hacer fotos con su obra de arte que cuida, la mezquita pintada en colores fuertes que se entrelazan y crean mundos naturales en las paredes.

 

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Para nosotros, que vivimos en Barcelona, es una gran sorpresa que cada vez que decimos de dónde venimos a un albanés, nos diga: vosotros tenéis el mismo problema, queréis ser independientes y poder decidir y hablar en vuestra lengua. Yo siempre asiento, porque en realidad yo soy una madrileña-sin-raíces, que se siente más de ningún sitio, pero entiendo lo que nos quieren decir. Incluso cuando nos preguntan de dónde somos, si decimos que de Barcelona, en algunas zonas se nos mira raro, como si fuéramos a hacer nosotros la revolución. Para mí es más una cuestión de idiosincrasia, y precisamente entre albaneses esa energía diferencial se siente y se palpa, se huele en las calles y se nota en la lengua, en la música, en el modo de saludarse. En Kalishta, Pimi nos trae bebidas a cada rato y nos señala a los hombres del fondo: “es nuestra tradición invitar a las mujeres”. Y nosotras agradecemos con la cabeza los cafés y los zumos que nos traen mientras ellos esperan que caiga el alba para romper el ayuno.

A veces jugábamos a elegir. Nos preguntábamos unos a otros: ¿quiénes te gustan más, los macedonios o los albaneses? Como si se tratara de algo tan sencillo como elegir una guarnición en el plato. No se puede. Pero lo que si podemos es escucharlos un ratito y comprender lo que quieren contarle al mundo, porque creo que ya nadie más los escucha.

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