Revista Psicología

Prendada en el asombro

Por Rms @roxymusic8

Me gustaría volver a ser una niña y quedarme mirando a las cosas y a las personas sin vergüenza, sin preocuparme del transcurrir del tiempo, sin pensar en otra cosa. Me gustaría mirar y quedarme prendada en el asombro sin que me lo quiten, sin sentir que estoy en terreno privado. Me gustaría que todos viviéramos inmersos en el asombro para que ninguna de esas miradas se tergiversaran, se sacaran de contexto, se enjuiciaran. ¿Por qué no se puede vivir cautivados en el asombro? Quizás porque las personas adultas hemos olvidado la capacidad de sobrecogernos, o más que perderla, la tenemos atrofiada; y no es de extrañar en una sociedad que vive al segundo, con prisas, mirándonos el ombligo. Dicen que el asombro es la experiencia de conocer, y un conocer por primera vez. Eso explica que los niños estén en un continuo asombro, con la boca abierta, con los ojos fijos en lo que tienen delante, con los brazos agitándolos arriba y abajo de la emoción, soltando gritos de alegría...

Si retomáramos la ilusión veríamos más, seríamos capaces de volver a asombrarnos a pesar de conocer y reconocer cuanto tenemos en nuestra vida. Y de ésto sabe mucho Catherine L'Ecuyer, a quien tuve el honor de escuchar no hace mucho en un congreso para educadores. Hablaba de educar el asombro y que éste da sentido a la rutina. ¿Cómo puede ser que una repetición de actos o sucesos puedan tener un sentido importante para nosotros? Si dejamos que la mecanización entre en nuestras vidas no podemos disfrutar con lo que hacemos, en cambio, cuando dejamos que el asombro asome en las pequeñas cosas del día a día, despertando en nosotros un interés nuevo por aquéllas, la rutina tendrá un sentido, dará paso a un gustar nuestro trabajo o lo que tengamos entre manos. Y ahí, aquella repetición de actos y sucesos se transforman en el engranaje para el asombro, pues ya nada queda al margen de la novedad.

El cambio está en ver tanto las cosas como a las personas como un regalo. Pensar que esas cosas son, pero podrían no haber sido; pensar que esas personas son, pero podrían no haber sido. ¿Cómo reaccionaríamos sabiendo que lo que tenemos o lo que somos podríamos no tenerlo ni serlo? Nos lanzaríamos de lleno en retenerlo y en serlo, en disfrutarlo y en mostrarlo. El asombro está en este cambio de pensar que las cosas y personas son pero podrían no haber sido o ser otra cosa. Ahí, en ese percatarse, en ese querer conocer está el asombro. Santo Tomás decía que el asombro es el deseo para el conocimiento. Muchas veces nos invade el desconocimiento y esto provoca inseguridad, pero justo el misterio es una oportunidad infinita de conocer, de caminar en el asombro de ir descubriendo. Pero, hoy nos matan el deseo de conocer, no hay lugar para la experiencia personal, ese recorrer uno mismo y a su tiempo el camino.

¿Y quién se para a pensar estas cosas? Sólo los niños y las personas que viven el presente, es decir, el momento presente. Que reciben y deciden vivir el regalo, pues eso es el presente. Y, además, viven el silencio para la reflexión y para degustar lo que han conocido, para llevarlo a su interior, para construir en ellos. El asombro es, más que nada, una actitud interior donde se da rienda suelta a los sentidos (en el buen sentido) para percibir la Belleza. La sensibilidad conecta con ella. Me gustaría que no mataran esta sana sensibilidad, que la dejaran volar libre hacia lo que percibe como bello, que pudiera conectar con lo bello todo el tiempo que quisiera y necesitara. Me gustaría poder decir que vivo prendada en el asombro y que mi vida reflejara ésto, que no es una utopía ni una quimera. Me gustaría decir que lo único que nos mantiene vivos es el anhelo por conocer, el asombro, que nos lleva a conocer la Belleza de las cosas y de las personas.


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