Revista Ciencia

Prevención de los desastres

Publicado el 01 abril 2015 por Oscar Ercilla Herrero @geologoentuvida

Una de las peores cosas que le puede suceder a una sociedad es olvidarse de su pasado. La historia ha demostrado que no recordar de forma apropiada lo sucedido en tiempos lejanos avoca a la gente a seguir cometiendo los mismos errores, y a lamentarse de las desgracias que piensan que tal vez no tienen solución, una y otra vez.

Uno de los desastres más o menos imprevisibles de la naturaleza, son las trombas de agua. Recuerdo como al final de una tarde de verano en Cáceres, comenzó a caer granizo. Aquella fue la primera y única vez que vi como caía en la ciudad. Un fenómeno extraordinario que la mayor parte de las veces no pasa de la anécdota, pero que durante treinta minutos me tuvo concentrado, junto a mi novia, mirando a través de los cristales como aquel granizo se convertía en torrentes generados por más de un litro de agua por minuto y metro cuadrado.

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Por fortuna no pasó nada grave, salvo algunas goteras y el susto. Pero por desgracia en Valencia son conocedores de lo que el Turia llegó a hacer en su momento. O los Pacenses que en ocasiones deben temblar al ver llover y pensar en el no tan lejano año 1997. Por no decir Biescas, que cualquier español con mi edad, recordará como un desafortunado camping situado en un mal sitio y al que se le sumó demasiadas desgracias para hacer que una tormenta de verano arrastra con él tiendas, caravanas y decenas de vidas.

Algo así parece que ha sucedido en el norte de Chile, especialmente en las regiones de Atacama y Antofagasta, donde las quebradas han canalizado el agua generada por lluvias poco habituales en intensidad, sepultado ciudades y pueblos, destruyendo infraestructuras, llevándose por delante casas, recuerdos, enseres con los que recordar una vida y, por desgracia, vidas humanas.

Se puede pensar que lo sucedido se trata de algo fortuito. Se puede alzar el puño al aire gritando malhumorado al cielo traicionero, arrastrando nubes cargadas con agua en un nuevo ciclo causado por El Niño. Se puede acusar a las autoridades de no avisar con la necesaria anticipación para que la gente estuviera alerta por lo que podía suceder. Se puede pedir ayuda para reconstruir parte de lo ahora perdido.

La cuestión no es si debe volver hacer, si no el modo en el que deberá hacerse.

Solo es necesario buscar para encontrar que lo sucedido en la zona no se trata de algo fortuito, sino de algo que ocurre con cierta periodicidad, unas veces más fuerte y otras más débiles. Y no me refiero a registros del último siglo, sino a relatos desde la llegada de los españoles a estas tierras, y recopilados por el gran político e historiados chileno Benjamín Vicuña Mackena y otros estudiosos.

Recorrer las quebradas secas de la región ya hacía prever la magnitud de acontecimientos de este tipo. Cuando transitas dentro de una camioneta, puedes ver como rocas tan grandes como el vehículo se asientan tranquilas en la planicie por donde circulaba el agua, dando sombra a la escasa vegetación que crece junto a ella, verde y arraigada en una zona desértica, diciendo al despistado que bajo el suelo reseco hay agua.

La vida va a continuar y se debe seguir adelante. En Biescas se tomaron las

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medidas necesarias. En Valencia el cauce del río se desvío y por donde corría el Turia ahora hay un magnífico parque. En Badajoz se encauzaron los arroyos, igual que en mí querida Palencia, donde el arroyo de Villalobón más de una vez dio voz de aviso de que en el futuro podía convertir los sustos en pesadillas.

Lo que posiblemente ha ocurrido en el norte de Chile es la acumulación de demasiadas desgracias. Puede que solo los más viejos de las ciudades recordaran algo similar. Es posible que las autoridades no estuvieran preparadas para algo de este volumen. Es seguro que se construyó sobre zonas donde no se debía construir. Muy posiblemente se ha subestimado a la naturaleza, más proclive a asustar con movimientos sísmicos que por arrastre de las aguas.

En los estudios realizados por historiadores, advierten sobre los registros en la historia sobre acontecimientos excepcionales relacionados con el clima. Desde el siglo XVI hasta el siglo XIX se contabilizan hasta 96 eventos provocados con seguridad por el cambio cíclico del Niño y la Niña. De esos 96, 7 están calificados como fuertes, algunos saltándose hasta cuatro generaciones completas que pierden la noción de que los torrentes pueden ocurrir hasta en el lugar más seco del planeta.

Si realmente los chilenos y sus autoridades quieren que esto no vuelva a ocurrir deberán abrir bien las orejas y escuchar a los que realmente saben de esto. Primero enterrar a los muertos, honrarlos y cuando la tierra este seca, comenzar a reedificar usando el cerebro más que la cartera. Pensar que lo que acaba de suceder volverá a ocurrir en unas décadas, quien sabe si tal vez antes o más tarde. La naturaleza no va a avisar.

Señores políticos chilenos, aprendan de su antecesor Vicuña Mackenna. No se olviden de lo sucedido, no lo lamenten solo por unos días, no pongan dinero para acallar a los que se han quedado sin casa, no reconstruyan sin pensar. Por una vez no hagan promesas para cuatro años. Si en el futuro no se quiere volver a enterrar a gente, ver casas destruidas y perder lo edificado durante toda una vida, hagan las cosas con pausa y escuchando a los que saben. Por el bien de sus votantes.


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