Revista Cultura y Ocio

Primeras páginas de “Alas de arcángel” | Ariana D. Aldaz

Publicado el 09 febrero 2018 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom

Por Ariana D. Aldaz

(Publicado originalmente en la red Wattpad por la autora, en la cuenta Ayria-97, el 2 de agosto de 2017)

PARTE 1 (Aaron): Capítulo 1: Sólo es el comienzo…

“La vida está colmada de momentos tristes, los felices escasean, disfrútalos con cada fibra de tu ser, nunca sabremos cuando habrá otro igual”

Primeras páginas de “Alas de arcángel” | Ariana D. Aldaz
Era una mañana tranquila y serena en el planeta Thesrave, el cielo estaba despejado, los arcángeles revoloteaban alrededor del castillo, parecían abejas que iban en busca de una flor.

Los veía pasar por mi ventana, unos muy atareados; otros disfrutando de los incomparables parajes que adornan nuestro planeta.

La vida últimamente ha sido muy tranquila, aún recuerdo aquellas épocas de guerra, cuando mi misión era proteger este enorme palacio. Cada pared, cuenta una historia. Cada rincón guarda un secreto. Aquí, todo es silencio a pesar de los cientos de arcángeles que trabajan. Las almas de los seres humanos son guardadas celosamente en el cuarto secreto del castillo. Nadie conoce con exactitud su ubicación, pero un arcángel como yo, líder de numerosas proezas, batallas y encuentros letales, tengo el honor de conocer el escondite secreto.

Me encontraba allí de pie junto a mi cama, me disponía a dar un vuelo de rutina, cuando alguien llamó a la puerta de mi habitación.

–Aarón, ¿estás allí?

Ésa era la voz de mi dulce esposa, mi compañera, el audaz ser que estuvo junto a mí en todo momento. A pesar de las duras y agotadoras batallas, nunca me dejó solo. Zaira y yo, somos un dúo inseparable, gozamos de los mismos derechos y privilegios. Arcángeles legendarios, eso es lo que somos; el honor y la valentía, es nuestra descripción.

–Sí, aquí estoy –respondí.

La blanca puerta se abrió frente a mí y dejó ver a la dueña de mi corazón. Allí estaba: de largos cabellos rojizos, de piel blanca como la nieve. Sus ojos color de sol, me recordaban un atardecer. Esos labios cual carmín se posaron suavemente sobre los míos, siempre tan cálidos y llenos de ternura…, simplemente, ella era perfecta.

Zaira dando unos pequeños pasos hacia atrás me dijo:

–Aarón, la princesa ha nacido, su madre le ha dado el nombre de Ayzel, pero la bebé tiene algo extraño que a mí me aterra – dijo con un tono de preocupación.

–¿Algo extraño? ¿Cómo qué? –pregunté angustiado.

–Es mejor que lo veas por ti mismo – respondió.

Inmediatamente salí de mi habitación; los grandes ventanales, dejaban penetrar la luz del sol, alumbrando así, los largos y fríos pasillos. Los techos eran muy altos; puedo asegurar que un gigante de quince metros caminaría por aquí sin problemas.

Un poco de polvo cayó sobre mi nariz, alcé la mirada y vi cómo mis compañeros, con esos trajes blancos e imponentes alas, iban de un lado a otro; muchos de ellos llevaban libros y objetos antiguos cubiertos de polvo. Supongo que debe ser por la limpieza diaria del castillo, pero eso es lo que menos importa ahora.

Zaira se detuvo en la habitación principal, en los aposentos de la reina Emel. Con los dedos abiertos, completamente extendidos y firmes, pasé mi mano por la cerradura y, con movimientos lentos iba formando una espiral. La puerta, se abrió frente a mí dejando ver la habitación de la reina. «¡Vaya!: su cuarto es más grande que el mío; ¡claro!, su majestad tiene más privilegios», pensé. Era la segunda vez que entro a este lugar. De las paredes colgaban cientos de espadas muy bien alineadas, la última vez que las vi, no eran tantas. Me pregunto: ¿Cómo las habrá obtenido? Todo arcángel nace con una espada en su interior, se pueden obtener más mediante méritos. Llevo cientos de años trabajando para Emel y, de las paredes de mi habitación, cuelgan únicamente treinta y cinco, todas ellas hechas de oro, plata, cristales y diamantes. Lo que siempre me llamó la atención, era aquella poderosa hoz que flotaba en el centro de su habitación, protegida por una vitrina trabajada cuidadosamente en un material brillante, resistente, dotado de luz propia al igual que los astros.

La Interfectrix, un arma mortal, que, con sólo tocarla, puede causar la muerte inmediata, debido a grandes descargas eléctricas que ésta produce. El mango es de oro macizo, con preciosas formas geométricas grabadas, la cuchilla muy alada, elaborada con cientos de piedras preciosas, colocadas cuidadosamente. Muchos arcángeles han muerto en el intento de dominarla; el único que ha podido manejarla a la perfección, era Kanfei; él, no era igual a nosotros, nació sin alas. Las vestiduras blancas de un arcángel, en él, eran negras, tan negras como una noche sin estrellas y, lo más curioso era que, en los viajes que realizaba a la Tierra, montaba un caballo negro, éste le brindaba esa habilidad con la que no nació: volar. Vestía una capa obscura, que cubría su cuerpo por completo, ocultando su identidad. Poseía un rostro de lomás hermoso; parecía tallado por los mejores artesanos: ojos marrones que brillaban al mirarlos, un cabello negro azabache, muy suave y sedoso cubría su largo cuello; ese tipo y color de cabello, eran únicos, ningún arcángel en la historia había poseído tales características. Su corazón estaba lleno de maldad, poseía un odio inexplicable hacia todo ser viviente. Cada vez que intentaba recolectar almas humanas, éstas se consumían en fuego.

Hace doscientos años, Kanfei frustrado por esta situación, dejó caer la máscara que ocultaba su podrida alma; él, planeaba dominar Thesrave y convertir a sus habitantes en arcángeles obscuros. Muchos arcángeles intentaron detenerlo, pero terminaron convirtiéndose en seres iguales a él. Fue entonces, cuando los cinco arcángeles más poderosos de aquella época: Aritsa, Roy, Galen, Zenlao y Zoe, juntaron sus fuerzas para poder encerrar a los arcángeles obscuros en un sólo lugar. Kanfei no murió en aquel entonces, simplemente cayó en un sueño eterno, del cual despertará el día del juicio final.

Fue imposible purificar las almas de los arcángeles caídos. Los cinco arcángeles con las pocas energías que les quedaba dividieron a nuestro mundo en dos territorios; fue así como una parte de Thesrave quedó inmerso en las sombras, producto de la crueldad que encerraban los corazones débiles de aquellos arcángeles; así, ellos junto a Kanfei, fueron exiliados a las penumbras.

Nunca más se supo de los cinco arcángeles, seguramente murieron aquel día.

Antes de lo sucedido con Kanfei, la principal misión de los arcángeles era la recolección de almas; la protección del reino era secundaria, pues, todo era paz y tranquilidad. Muy pocas veces había enfrentamientos, pero después de esa guerra legendaria: arcángeles níveos contra arcángeles obscuros, el planeta quedó devastado. Toda clase de monstruos se aprovecharon de estas condiciones. ¡Muchas familias separadas! ¡La peor catástrofe que pudo sufrir Thesrave! Los arcángeles, luchaban sin energías. La mortalidad de nuestros habitantes era extremadamente elevada. En aquella batalla, el rey y la reina murieron, pasando así a ocupar el trono real, su única hija Emel.

Después de unos años, nuestra nueva reina contrajo matrimonio con su prometido Revelor, el líder de la tropa de guardianes; ahora él, es el rey, y yo pasé a tomar su lugar.

Hoy es un día muy especial, ha nacido la nueva heredera del trono de Thesrave.

Zaira me daba pequeñas palmadas en la espalda para que pusiera atención. Me había distraído.

Al ver la Interfectrix, se agolpaban en mi mente varios recuerdos.

–Disculpe mi imprudencia su majestad, sólo he venido a ver a la hermosa princesa –dije, e hice una reverencia a la reina.

Emel se encontraba de pie junto a su ventana, siempre tan hermosa con sus largos cabellos grises. Pude notar cierta tristeza en sus ojos.

Desvié mi mirada hacia una pequeña cuna dorada, cubierta por nos velos que, combinaban perfectamente con la delicadeza de un recién nacido; ésta se encontraba junto a la cama de Emel, me incliné sobre la cuna para observar a la futura reina.

Me horroricé al ver el color de cabello de la pequeña, era de un negro intenso, pero ¿cómo había sido esto posible? Ningún arcángel posee tal color de cabello, el único en toda la historia había sido Kanfei. Sentí frío recorrer mi espalda, quizá la historia se volvería a repetir. El color negro significa ausencia de luz. Debemos estar preparados. Me quedé observándola por un instante, tenía unas mejillas rosadas y redondas, sus pequeñas manos sostenían un Stellanimus (la palabra stellanimus, proviene del latín “stella”: que significa estrella, y de “animus”: que significa alma; podemos atribuir que “Stellanimus” quiere decir: estrella del alma. Es un instrumento plateado y negro brillante, en forma de estrella de cinco puntas, cruzada por dos espadas perfectamente detalladas. Stellanimus es el que activa los poderes de los arcángeles; se lo podría comparar con una central eléctrica en miniatura. El stellanimus se forma en la ciudad de Amatista, justo en la cima de la montaña más alta (Dea) del plano elemental aire.) Aún no se lo habían incrustado.

La bebé despertó, me miró fijamente con pureza única, me llené de ternura por sus ojos marrones, que brillaban al compás de la luz del día. Fue en aquel instante que me dije a mí mismo: ella es distinta, su mirada me transmitía amor y calidez, no podía ser como Kanfei. Me sentí más tranquilo.

Incorporándome nuevamente, dejé la habitación, iba en busca del rey para felicitarlo por tan hermosa niña y, por supuesto, expresarle mis mejores deseos.

Lo busqué por todo el palacio. El sol se había ocultado hacía un par de horas, así que decidí dormir un poco, continuaría mi búsqueda a la mañana siguiente, antes de acostarme quería darle las buenas noches a la princesa, realmente con el sólo hecho de verla se había ganado mi cariño.

Me dirigí al cuarto de la reina, estaba sólo a un par de habitaciones de la mía. Cuando me disponía a tocar la puerta, pude escuchar ruido dentro de éste, y a la bebé llorando desconsoladamente, algo andaba mal; abrí la puerta de golpe, todo estaba muy obscuro, pero pude percibir un olor nauseabundo, como a muerte. Me cubrí la nariz con el brazo izquierdo, hacía tanto tiempo que no percibía este tipo de olores.

No podía ver nada, con un chasquido de dedos, encendí una llama azul; la sostenía en la palma de mi mano, quería llegar a la princesa. Su llanto me indicaba que se encontraba viva y al mismo tiempo me guiaban hacia ella.

Sentí algo bajo mis pies: ¿Qué era lo que había pisado? Era demasiado blando como para ser una espada, pero demasiado duro como para ser una almohada. Alumbré hacia abajo y, justó allí frente a mí, pude ver una escena macabra. No podía creer lo que estaba viendo: El rey, se encontraba en el piso boca abajo, con las alas completamente destruidas, su cuerpo estaba rodeado por un gran charco de sangre, sus dorados cabellos teñidos al rojo vivo, arañazos profundos marcaban su pecho. Me quedé paralizado. De pronto, a mis espaldas, pude oír tacones de zapato, resonando en el suelo; giré bruscamente arrojando el fuego de mis manos hacia lo que estuviese detrás de mí; la llama, al chocar contra ese ser, se apagó completamente, quedándome nuevamente entre penumbras.

–Aarón. Podías lastimar a alguien –dijo una voz femenina.

Las luces de la habitación se encendieron, develándose la identidad de ese ser. Pude ver a la reina, que, recargándose contra una de las paredes de la habitación, sonreía malévolamente. Su blanco vestido, estaba cubierto de sangre, de sus manos goteaba la culpa, era evidente que tenía que ver con el asesinato del rey.

Emel se incorporó, desvió la mirada de mí, dirigiéndola hacia el cuerpo sin vida del rey. Empezó a caminar con pasos lentos, las plumas de su ala izquierda se desprendían poco a poco, hasta que quedó únicamente con su ala derecha.

–Estas alas inservibles, me tienen harta – gruñó.

Pasó junto a mí rozando uno de mis hombros; ignoró mi presencia en aquel instante, giré mi rostro para observar a la reina y, con una expresión de asombro, pude ver como la reina se inclinaba sobre el rey y, poniendo la punta de sus largos tacones sobre la espalda del rey, sacó la espada que llevaba al cinto. Un par de gotas de sangre cayeron sobre mi rostro ¡Esta escena era de lo más repugnante!

Empezó a mirar la espada detenidamente.

–¡Una más para mi colección! –exclamó la reina mientras reía malévolamente.

Se arrodilló suavemente en el suelo junto a su fallecido esposo, pasando las manos sobre su espalda; el cuerpo se iluminó y empezó a desaparecer en pequeños destellos azules, éstos entraron uno a uno rápidamente en el cuerpo de la reina.

–El rey era impuro –dijo.

–¡¿Qué está diciendo?! ¡Explíqueme! –dije perturbado.

–Ahora sabes cómo obtengo las espadas para adornar mi pared – dijo sin responder a mi pregunta.

Se puso de pie.

Desenvainó la espada y la apuntó hacia mí.

–Las espadas se obtienen mediante méritos, y con varios años de práctica, no puedo creer que usted, mate a los arcángeles para robárselas y succionar sus almas:

–¿Qué clase de monstruo es usted? –le dije mientras daba unos pasos hacia atrás.

–Esos métodos obsoletos no van conmigo, las almas de los arcángeles me permiten hacerme cada vez más fuerte. Basta de explicaciones, ¡vamos!, desenvaina tu espada, tu alma me será de gran utilidad.

Me quedé perplejo, la habitación quedó en silencio, los sollozos de Ayzel se habían apagado.

–¡Vamos!, ¡qué esperas, lucha a muerte contra mí! –gritó la reina.

–Sabe que no podrá hacerme daño con su espada –dije confiado.

–Mira bien la espada que estoy utilizando –dijo sonriente.

Entrecerré los ojos para mejorar mi vista. Emel sostenía la Interfectrix.

Sentí miedo por unos instantes.

–Podrá tener esa espada, pero sé que le causa problemas; si la sostiene más tiempo, su mano quedará achicharrada –dije más tranquilo.

–¿Quieres probar? –me retó.

Justo en el momento en que me disponía a blandir mi espada, pude escuchar una enérgica voz que venía de lo lejos.

–¡No, deténganse! –gritaron.

Era Zaira que entraba a la habitación con un vuelo ágil y perfecto, golpeó a la reina en una de sus manos, haciendo que ésta soltara el arma. El ruido del choque de la espada contra el suelo de cristal resonó por toda la habitación, no sabía qué iba a pasar exactamente en ese instante, de lo único que estaba seguro es que Zaira estaba en problemas, pero yo estoy aquí para protegerla, no dejaré que la lastimen.

–¡¿Cómo te atreves a tocarme?! –gritó Emel.

–Me disculpo su majestad, pero no dejaré que se derrame ni una gota de sangre de mi esposo, así que primero tendrá que luchar contra mí –dijo Zaira, blandiendo su espada.

–¡Me parece perfecto! Este día ha sido muy productivo, las espadas de tres arcángeles se verán hermosas en mi pared –dijo la reina, recogiendo su arma del suelo.

No pensaba dejar sola a Zaira, así que saqué mi espada de su funda, sé que mi arma no podrá lastimarla, pero al menos ésta me protegería. Me dispuse a enfrentar a la reina.

–Dos contra uno, es un poco injusto, ¿no lo creen? Muy bien, igualemos esta pelea –dijo decidida.

Emel, se acercó a la cuna de la princesa y tomándola bruscamente la puso contra su pecho.

–¡Bien! Si muero yo, la princesa también lo hará –dijo Emel mientras ponía su espada frente a mi rostro.

Regresé mi mirada hacia Zaira, sus ojos me decían que tenía un plan, en ese instante, guardó la espada. Se elevó por los aires, la seguí con la mirada, Zaira, con movimientos ágiles, imposibilitaba ver su ubicación. De un momento a otro, envistió con su hombro derecho a la reina, haciéndola caer y soltar a la bebé.

Zaira tomó a la niña entre sus brazos.

–¡¿Cómo te atreves?!¡Insolente! ¡Pagarás por esto! –dijo la reina mientras intentaba ponerse de pie.

En ese momento, lo único que quería era proteger a mi amada. Con mi espada en alto me dirigí rápidamente hacia Emel. Recogí la Interfectrix del suelo, debido a mi entrenamiento, mi cuerpo resistía un poco más las grandes descargas eléctricas. Acto seguido tomé a Emel por la espalda, deposité el filo de la cuchilla sobre el cuello de la reina, un poco más y le quitaría la vida; devolví mi vista hacia Zaira, su expresión era de espanto, «¿En qué me he convertido?», pensé. Lo mejor que podía hacer en ese instante era huir junto con ella y la bebé, pero… ¿qué hacer?, ¿a dónde podemos ir?

Muchas veces debemos tomar una decisión rápida, sin que podamos volver atrás, a veces pienso que la vida es injusta únicamente conmigo, pero trato de convencerme a mí mismo que no es cierto, hay altos y bajos. En este momento la angustia y la desesperación me van destruyendo a una celeridad increíble, tan rápido como el latir de un corazón enamorado. Todo lo que fui, los increíbles proyectos que tenía en mente, lo que pude haber hecho, destruido en cuestión de segundos, todo, por culpa de un ser tan egoísta como Emel.

En esos instantes, no me arrepentía de mis actos, mis intenciones no eran malas en ningún momento, arriesgar la vida al empuñar mi espada a pocos centímetros del cuello de esa despreciable reina; sólo quería proteger a mi esposa y a la princesa. Ya era suficiente, no podía aguantar más tiempo, esa reina había causado tanto daño, pero ¿Quién era yo para quitarle la vida? Me contuve lo más que pude, pero en verdad quería sentir su sangre recorrer mis manos, en verdad quería…, me detuve, no pensaba convertirme en un ser tan vil como ella.

–¡Cómo te atreves! –bufó Emel.

Aquellos ojos, se tornaron más rojizos que nunca; su mirada denotaba un odio profundo, su boca se abrió dejando ver unos largos y brillantes colmillos, un escalofrío recorrió mi cuerpo, ahora me daba cuenta del riesgo que estaba corriendo, al enfrentarme a la reina de los Arcángeles. Me encontraba inmóvil, lo único que deseaba mi corazón en esos instantes, era que mi esposa Zaira estuviera a salvo.

–¡Contesta! ¿Por qué osas desafiarme? Perfectamente sabes que un arcángel inferior como tú, no podrá vencerme –vociferó.

–Mi reina, no pretendo enfrentarme a usted –arrojé la espada–. Yo, Aarón el legendario arcángel guardián de la reina, sería incapaz de hacer uso de la Interfectrix, sobre su frágil cuerpo.

–Puede que tú no, pero yo no tengo que proteger tu vida.

Me quedé estupefacto.

Con sus afiladas garras, se dispuso a cortarme el rostro, asustado logré esquivarlo de un salto cayendo sobre mis rodillas. Aún en el suelo, regrese la mirada, Zaira se encontraba en una esquina con la pequeña en sus brazos, miraba perpleja a Emel que intentaba infringirme daño con sus garras; estuve a punto de ser cortado, pero la reina se detuvo.

–Sé que planean huir y créanme, que lo harán, pero antes, recibirán mi maldición. Cuando el ave regrese al nido, después de haber estado inmersa en un mar de confusiones, se escuchará el último aleteo de los cuervos que sin plumas quedarán –dijo Emel, mientras nos miraba fijamente.

Tenía las pupilas completamente dilatadas, sentí cómo esas palabras se clavaban en lo profundo de mi alma.

–¡Zaira, vámonos de aquí! –grité.

Mi esposa regresando la mirada hacia mí y, con un ligero movimiento de cabeza, habíamos fijado la vista en el otro, ¿acaso estaba pensando lo mismo que yo?

–¡La Ventana! –dijimos en coro.

Sin dudarlo, me incorporé del suelo, corrí hacia la ventana, seguido por Zaira que cargaba a la bebé. Rompí con mi cuerpo el gran ventanal; salí intacto, no había recibido ningún corte.

Miré hacia atrás, pero Emel tan sólo se quedó observando y se alejó de la ventana con pasos lentos.

–No podemos quedarnos aquí –dijo Zaira.

–Lo sé, escaparemos de palacio y también de este planeta, pues ya no es seguro para la princesa –dije apretando los labios.

Mi plan era viajar a la Tierra, ocultarnos allí para siempre, vivir como humanos. La reina no podrá seguirnos hasta ese lugar.

Emel creció entre la realeza, no tuvo nunca la necesidad de recolectar almas humanas, su obligación era purificarlas, desde muy pequeña aprendió ese oficio, ella no está acostumbrada a las condiciones terrícolas. Si pisa el planeta, morirá al instante y, si ella muere, la raza humana se extinguirá. Humanos sin almas purificadas, sería un caos total, se destruirían unos contra otros.

Esa noche los astros brillaban con fuerza, el obscuro cielo se iluminó por completo. Era hermoso, aunque el frío no pasaba desapercibido. Era la primera vez que volaba a tan altas horas de la noche, mis dientes castañeaban por el frío.

Volamos durante horas, hasta que por n llegamos al Palacio de Roy, ubicado en el centro de una pequeña localidad, construido en honor a uno de los cinco arcángeles guardianes. Este sitio a pesar de su lejanía era el más importante de nuestro mundo. Aquí, ángeles y arcángeles viajan a la Tierra, cada uno con una misión específica.

Este palacio tiene únicamente dos entradas: la terrestre y la aérea.

Encontrándome en pleno vuelo, creí más cómodo entrar por la puerta superior; más que una puerta, era un gran agujero protegido por un campo de energía. Al pasar, se iluminaba y se podía sentir una chispa recorrer el cuerpo.

Una vez dentro, descendimos con cautela, de pronto, todas las miradas se clavaban en nosotros, pareciere como si todos supieran lo que había pasado o, quizá por no haber estado aquí desde hace mucho tiempo. ¡A quien engaño! La noticia se ha esparcido por todo lado. Traté de ignorar las miradas y caminar con pasos firmes, siempre mirando al frente.

Al fondo de los anchos pasillos se encontraba el portal que conectaba a la Tierra con el planeta Thesrave. Me paré justo al frente de ese enorme portal luminoso, lo observé por unos instantes, tomé a Zaira de la mano, suspiré profundamente, cerré los ojos y entré en ese lugar.

Me quedé así por un instante, abrí los ojos y me encontraba entre las nubes, pude ver la Tierra desde arriba en todo su hermoso esplendor. Sabía que este era el comienzo de una nueva vida, las cosas cambiarían drásticamente; pero no me importaba, junto a mí estaba la persona más importante, Zaira.


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