Revista Cultura y Ocio

Prostitutas y Barraganas en la Edad Media I

Por Pablet
Resultado de imagen de Prostitutas y Barraganas en la edad mediaEl comercio sexual con mujeres fue corriente entre los judíos desde los tiempos bíblicos, de forma que en el Antiguo y Nuevo Testamento se mencionan varios casos de mujeres prostitutas, sin que los relatos veterotestamentarios induzcan a pensar que los israelitas consideraran como especialmente censurable la conducta de estas mujeres. 
A lo largo de la Edad Media, la prostitución debió ser una práctica usual en todas las comunidades hispano-hebraicas de cierta importancia, pese a que la documentación no ofrece noticias al respecto. 

No obstante, es seguro que las prostitutas judías no atendían tan sólo a la población hebrea sino también a la cristiana, ya que, como quizá es conveniente recordar, el mantenimiento de relaciones sexuales entre miembros de diferente credo religioso solo se prohibía en el caso de judío o musulmán con cristiana, pero no a la inversa. 
Resultado de imagen de barraganas edad mediaPor otra parte, y aunque no pueda considerarse como una actividad propiamente profesional, hay que dejar constancia de que en ocasiones las mujeres judías servían también a los cristianos como concubinas o barraganas, que gozaban de ciertos derechos reconocidos por la costumbre tradicional. 
Pero, en buena lógica, esta práctica era mucho más frecuente entre miembros de la misma religión, pese a que la documentación no ofrezca tampoco muchas noticias al respecto. Asimismo serían muy frecuentes estas relaciones entre judíos y judeoconversos.
En la Edad Media la prostitución era considerada un fenómeno inevitable; de hecho sólo hacia la mitad del siglo XIII se le ocurrió, por primera vez, a san Luis (Luis IX) rey de Francia y su séquito franciscano la idea de suprimirla. En general no existía tanto un desprecio moral de la prostitución así como una hostilidad social hacia las propias prostitutas que eran consideradas la hez de la sociedad y que los buenos “burgueses” de las ciudades detestaban ver cerca de sus residencias. La primera solución tomada consistió casi exclusivamente en expulsar a las prostitutas de las calles “buenas” de la ciudad (en Toulouse ya en 1202) y en limitar lo que podríamos llamar sus derechos civiles. Se les prohibía tocar los productos en el mercado, llevar los mismos vestidos y velos que las mujeres honradas y se permitía a los ciudadanos “honorables” infligir castigos (arrancar velos, golpear a una prostituta que hubiese insultado a un burgués, echarlas de las calles “buenas”).
De hecho los barrios dedicados a la prostitución surgieron inevitablemente en las afueras de la ciudad, en parte porque cualquier prostituta que actuase en una calle “buena” corría el peligro de ser expulsada por las autoridades municipales o incluso por los vecinos enfurecidos. Poco a poco la política pública pasó de expulsar a las prostitutas de las calles “buenas” o prohibir su presencia dentro de las murallas de la ciudad,a designar definitivamente un distrito oficial, una zona donde las prostitutas podían y debían residir. Fijar ese lugar y convencer a los ciudadanos de que lo aceptasen no fue tarea fácil y requirió mucha colaboración por parte de los ciudadanos.
Pero la creación de un barrio oficial para las prostitutas valió la pena, pues permitió la imposición de un orden público y garantizó una cierta estabilidad. La idea de crear barrios dedicados a la prostitución se extendió rápidamente. Las primeras noticias son de Francia, donde en los años posteriores a la peste negra o muerte negra, 1348-1350, en la segunda mitad del siglo XIV muchos municipios decidieron que la mejor manera de resolver los problemas relacionados con el control de la prostitución era crear un burdel que fuese propiedad de la ciudad.
Al mismo tiempo que se establecieron los burdeles municipales, se adoptaron otras medidas para controlar la prostitución. Las mujeres públicas fueron obligadas a llevar un distintivo para evitar cualquier confusión con las mujeres “honestas”.
Al convertirse el arriendo de los burdeles en un comercio oficial, la alcahuetería particular, que había sido tolerada en el pasado, pasó a ser una actividad prohibida. La prostitución municipal era monopolio muy bien protegido. ¿Cómo justifican los contemporáneos semejante sistema? La respuesta era consecuente: un centro de prostitución se creaba para “evitar un mal mayor”.
Los historiadores han especulado acerca de lo que podría ser ese mal mayor; algunos piensan que la causa era porque su existencia iba habitualmente unida a la de la explotación de prostitutas por rufianes, de modo que el enlace con el mundo del delito era casi inevitable; otros la homosexualidad; otros la amenaza que constituían los clientes potenciales para las mujeres “honestas” de la ciudad. Pero la verdadera amenaza para las mujeres “honestas” no venía tanto de los clientes de las prostitutas como de las propias prostitutas.
La sexualidad femenina, a menudo considerada insaciable en la Edad Media, angustiaba al hombre medieval que temía que su mujer o sus hijas pudiesen estar tentadas de seguir el ejemplo de las prostitutas, sobre todo teniendo en cuenta las ventajas materiales que podía reportar una vida libertina. Por ello los hombres consideraron prudente aislar la prostitución en una zona definida de la ciudad, lejos de la vista de sus mujeres e hijas.
https://www.durango-udala.net/portalDurango/RecursosWeb/DOCUMENTOS/1/0_520_1.pdf
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