Revista Opinión

Proyección exterior de China en el S.XXI

Publicado el 07 febrero 2015 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Tras el final de la Guerra Fría, el status internacional de las hasta entonces superpotencias tuvo que ser replanteado. En el mundo occidental, sobre todo en Estados Unidos y empujados por el optimismo de haber vencido en el largo conflicto de la Guerra Fría al bloque soviético, no tardaron en aparecer nuevas teorías unipolaristas, guiadas por algunos célebres autores como Francis Fukuyama y su famosa teoría de “Fin de la Historia”. Estas teorías se vieron reforzadas a lo largo de la década de los 90, cuando Estados Unidos se autoproclama como “Gendarme Mundial”, actuando como tal en las crisis internacionales de Kuwait, Somalia y Yugoslavia. La década de los 90 fue para muchos el comienzo de la Pax Americana, en la que el imperio norteamericano parecía consolidarse definitivamente como gran hegemón mundial. El reforzamiento del valor del dólar, junto con las políticas de saneamiento económico de la administración Clinton, parecía consolidar esta idea. Aunque la Unión Europea experimentaba un momento de gran bonanza económica, Estados Unidos parecía no tener rival para consolidarse en su posición de hegemón.

Han pasado veinte años desde ese momento y podemos comprobar que la perspectiva de las relaciones internacionales ha cambiado notablemente (o mejor dicho, ha comenzado a cambiar notablemente). La supremacía norteamericana de la que se presumía a finales del siglo XX se ha visto sacudida por una grave crisis financiera que ha llegado a hacer peligrar los mismísimos cimientos de la estructura económica norteamericana. A ello debemos sumar el desgaste al que la amenaza del integrismo islámico (una amenaza que ni siquiera era percibida como tal en la década de los 90) ha sacudido a la sociedad y a la clase política norteamericana en la última década y que ha marcado de manera notable su agenda internacional en los últimos doce años. Estos hechos contemporizan con otro fenómeno que apenas era tenido en cuenta durante la época dorada de las teorías unipolaristas, el auge de las potencias emergentes.

A lo largo del siglo XX, las conocidas actualmente como potencias emergentes eran consideradas como actores secundarios en el gran escenario global de la Guerra Fría. La China comunista no suponía más que un incordio para ambos bloques. El bloque occidental no la percibía más que como una amenaza regional en el área del Sudeste Asiático-Pacífico. Para el bloque soviético no era más que un miembro disidente, gobernado por tendencias marxistas equivocadas, al que podía eclipsar fácilmente en el terreno de las relaciones internacionales debido a su, aparentemente, descontrolada estrategia de gobierno. El caso indio era similar. India, uno de los miembros más notables del Movimiento de Países no Alineados, se encontraba inmiscuida en sus disputas fronterizas y, a pesar de que mantenía buenas relaciones con el bloque soviético en el mercado armamentístico, nunca dio visos de jugar un papel de importancia entre las disputas este-oeste.

Si comparamos la percepción de ambos Estados entonces,  con su situación actual, podremos concluir que han experimentado cambios  en todos los niveles a una velocidad vertiginosa. Hace tres o cuatro décadas, las conocidas actualmente como potencias emergentes no eran otra cosa que grandes países tercermundistas, cuyos principales problemas eran asegurar el abastecimiento alimenticio para su población.  Actualmente, y siguiendo el patrón de evolución socioeconómica de los Estados, comprobamos que ya han pasado a convertirse en países en vías de desarrollo. No son unos países en vías de desarrollo cualquiera, sino que sus particulares condiciones apuntan a que, una vez superen este estadio, pasarán a convertirse en grandes superpotencias una vez alcancen el status de países desarrollados. La característica particular más importante que condiciona la situación de dichos países es su increíble peso demográfico, entre ambos países suponen un tercio de la población mundial. Su increíble potencial humano ya las sitúa como claras candidatas a potencias globales.  La disposición de abundante mano de obra y la transición de sus economías de subsistencia a economías de producción es un paso lógico en su carrera hacia el alcance del status de potencia global. Con un crecimiento anual en las últimas décadas entorno al 9-10% anual, el desarrollo socioeconómico de ambos países supone uno de los modelos de desarrollo más vertiginosos de la Historia mundial. Este rápido crecimiento socioeconómico supone que el siguiente paso está próximo, pasar de países en vías de desarrollo a países desarrollados.

Aunque el paso de una economía de subsistencia a una economía en vías de desarrollo es una evolución sencilla, la conversión de ésta en una economía desarrollada presenta múltiples y complejos desafíos. La población de una economía desarrollada es sumamente demandante y consumista de multitud de recursos y productos. Este es el principal reto para una nación de más de 1.300 millones de consumidores-usuarios, ¿cómo cubrir las demandas y necesidades de todos ellos? Un país desarrollado con una población muy inferior numéricamente puede mantener un moderado modelo de desarrollo gracias a su comercio interno y a una balanza comercial exterior armónica. En el caso chino esta situación se hace mucho más compleja al tener que extrapolarla a un nivel mayor. Para poder satisfacer su creciente demanda interna y poder importar todos los productos y recursos naturales que necesita, su economía ha necesitado consolidarse como sumamente exportadora hasta la actualidad. Dicho modelo de desarrollo debe tener una proyección internacional acorde para poder ser llevado a cabo.

Occidente sigue llevando mucha ventaja a China en la apertura y consolidación de nuevos mercados, la historia reciente occidental gira en torno a este hecho, el establecimiento de grandes imperios comerciales que aseguren este modelo de desarrollo. China ha comenzado a dar tímidos pasos en las últimas décadas hacia este modelo evolutivo. Después de las reticencias iniciales, pasó a convertirse en miembro de pleno derecho de la Organización Mundial del Comercio y ahora pugna por establecer también su propia esfera de influencia político-económica. En este último aspecto se le han presentado algunos obstáculos para abrirse camino en mercados ya consolidados, incluso en su entorno más cercano. Su proyección hacia el Pacífico es claramente natural, la mayor parte de su población reside en la franja costera oriental y es allí donde se encuentran sus grandes puertos comerciales. Sin embargo, sus vecinos del Sudeste Asiático siguen viendo con recelo esa proyección económica hacia ellos, pues perciben en ella la posible amenaza de que conlleve también una proyección política y militar. Dichos Estados ribereños del Pacífico asiático permanecen actualmente dentro de la esfera económica occidental-estadounidense. Su proyección sociopolítica les lleva a sostener estrechos vínculos con Occidente y mantienen un cierto recelo a la expansión de la China comunista en la zona. Partiendo de esta postura han optado por crear su propia esfera de influencia económica, estableciendo la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), que ejerce fuertes lazos con Japón, Australia y Corea del Sur y se proyecta hacia toda la cuenca del Pacífico, manteniendo una cierta distancia con la República Popular China. Ante esta perspectiva, China se ha visto obligada a orientarse hacia su occidente particular, Asia Central, creando así su particular esfera de influencia en la figura de la Organización de Cooperación de Shangai-Tratado de Sanghai. Merece la pena señalar que la OCS-TS no está orientada exclusivamente a la cooperación económica y al comercio, es sobre todo una organización orientada hacia la “seguridad regional”, cuyas principales amenazas (casualmente dictadas por China) son el terrorismo, el separatismo y el extremismo. Los principios fundacionales de la OCS-TS recalcan que no se trata de una alianza militar geoestratégica, o eso es lo que pretenden proyectar hacia Occidente, pero realmente parece que China pretende crear su Commonwealth y su OTAN particular, de la mano de sus anteriormente recelosos vecinos rusos. En los últimos años asistimos a una consolidación de la postura internacional sino-rusa en crisis como Libia, Irán o Siria. Su postura no se ha opuesto frontalmente a la occidental simplemente por llevar la contraria, sino porque la OCS-TS comienza a considerar que dichas crisis se han desatado dentro de su particular área de influencia. 

Gracias a la OCS-TS, la Federación Rusa, potencia que comienza a resurgir de sus cenizas económica y militarmente, ha visto su oportunidad de relanzar su proyección política internacional en este matrimonio de conveniencia. Hasta ahora, Rusia veía como la UE y la OTAN venían “robándole” el terreno en lo que ellos consideraban su esfera de influencia occidental e incorporaban a dicha esfera a las naciones de Europa Oriental, amenazando también con agregar a las naciones caucásicas. La OCS-TS es el balón de oxígeno que Rusia necesitaba para reproyectar su posición de fuerza en el Oriente europeo, e incluso comienza a perfilarse como bastión del nacionalismo eslavo frente al avance de la proyección europea occidental (el díscolo gobierno bielorruso de Lukashenko ha mostrado un gran interés por ingresar en la OCS-TS como miembro de pleno derecho).

Aunque uno de los principios fundacionales de la OCS-TS es que no es una alianza hecha contra otras naciones o regiones y se adhiere al principio de transparencia, la comunidad internacional comienzan a percibir a la organización como un intento conjunto de Rusia y China de compensar la proyección norteamericana y de la OTAN en la zona, provocada por la crisis de Afganistán y la intervención occidental en una región considerada dentro de la esfera de influencia de ambas naciones. Gracias a su intervención en Afganistán, la OTAN, sobre todo Estados Unidos, mantienen bases permanentes en Tayikistán, Uzbekistán y Kirguizistán. Este hecho es considerado como una amenaza para la estabilidad y los intereses sino-rusos en la región, por lo que mediante la OCS-TS, tanto Rusia como China han pugnado por atraerse a los diferentes gobiernos de estos países al seno de la organización. La inclusión de dichos Estados como miembros de pleno derecho dentro de la OCS-TS parece atestiguar que la presencia occidental en Asia Central tiene los días contados.  A finales del año 2001, con el comienzo de la intervención norteamericana en Afganistán durante la Operación Libertad Duradera, las repúblicas de Tayikistán, Uzbekistán y Kirguizistán, mucho más moderadas, apoyaron la intervención occidental cediendo  bases logísticas a las fuerzas norteamericanas y de la OTAN en su ofensiva en el norte de Afganistán, apoyando a la Alianza del Norte. Las razones que empujaron a estas repúblicas de Asia Central a apoyar a la OTAN residen en la represión a la que el régimen talibán sometía a las minorías étnicas en Afganistán, compuestas en gran número por tayikos, uzbekos y kirguises. Entonces, las protestas rusas por la intervención occidental en Asia Central no excedieron del mero formalismo, ya que en la práctica parece que establecieron frente común con Occidente en su lucha contra el integrismo islámico (que recordemos, es uno de los objetivos fundamentales de la OCS-TS). 

Observando el mapa geopolítico de la actual Asia Central, observamos que la OCS-TS extiende su influencia por toda la zona excepto en un lugar concreto. La república de Turkmenistán mantiene una posición muy distanciada respecto a la OCS-TS en comparación a sus vecinas. Actualmente, el territorio turkmeno aparece como una gran isla rodeada de miembros de la OCS-TS. Las relaciones bilaterales entre Turkmenistán y los Estados miembros de la OCS-TS son prácticamente inexistentes, tanto en lo que respecta en seguridad y defensa como en temas de libre comercio. La razón de todo ello es que Turkmenistán se encuentra gobernado desde la independencia y fundación del Estado después de la caída de la Unión Soviética por un régimen sátrapa que se sostiene sobre una dictadura unipersonal de partido único liderada, en primer lugar, por Saparmyrat Nyýazow y después de la muerte de éste, por su acólito Gurbanguly Berdimuhamedow. Ambos líderes han instaurado en Turkmenistán una estructura de gobierno similar a la que la familia Kim viene ejerciendo desde hace décadas en Corea del Norte. El régimen turkmeno muestra claras evidencias de imprevisibilidad pues se asienta sobre unos desconcertantes principios ideológicos que entremezclan el islamismo, el marxismo-leninismo y el exacerbado culto a la personalidad de sus líderes. Se impone así en Turkmenistán un oscuro sistema dictatorial que gobierna esta república centroasiática con puño de hierro y que la convierte en un peligroso socio para los demás miembros de la OCS-TS, por lo que la organización ha evitado hasta la fecha actual realizar ningún tipo de negociación para intentar aproximar a Turkmenistán a la esfera de influencia sino-rusa. 

El caso de Turkmenistán es parecido al del gobierno de Corea del Norte. Las relaciones exteriores del régimen de Pyongyang se han limitado casi exclusivamente a la República Popular China, siendo así su único valedor en multitud de crisis internacionales con sus demás vecinos y con Occidente. La inestabilidad del régimen norcoreano y sus imprevisibles acciones en política internacional y defensa, convierten a éste en un aliado incómodo para la estrategia internacional de Pekín. No es de extrañar que la OCS-TS esté obviando la posibilidad de entablar negociaciones con Corea del Norte para convertirla en un nuevo Estado miembro de la organización. Tras las recientes demostraciones nucleares del régimen norcoreano, cargadas de una buena dosis de hostilidad hacia Occidente, es muy probable que China se alineé junto al resto de la comunidad internacional en su postura con respecto al régimen norcoreano.  

La proyección a corto plazo de la OCS-TS no parece limitarse a Asia Central, en las últimas cumbres se ha invitado como miembros observadores a India, Pakistán, Irán y Mongolia. La participación india en la organización no parece que vaya a ir más allá del mero status de observador (India aspira a crear su propia esfera de influencia junto con los miembros de la ASEAN) pero los intereses chinos en incorporar a Mongolia, Irán y Pakistán dentro de la organización son muy elevados, con especial atención en el caso de los dos últimos, ya que supondría incluir el Golfo Pérsico dentro de la esfera de influencia de la organización. Esta aproximación al Golfo Pérsico es un arma de doble filo, sobre todo para China. La creciente demanda de petróleo que demanda un sector en expansión y una pujante sociedad en progresión geométrica, hace que la influencia china en el Golfo Pérsico sea crucial. Las previsiones futuras muestran que las reservas de gas y crudo situadas en la Rusia ártica no serán suficientes para calmar la sed del gigante asiático, por lo que la futura llegada de China al Golfo es obvia. El Golfo Pérsico, uno de los escenarios secundarios de la Guerra Fría, volverá a estar de rigurosa actualidad a corto y medio plazo. Las posiciones occidentales y norteamericanas se afianzan estrechando lazos con sus aliados regionales tradicionales (EAU, Qatar, Bahrein, Arabia Saudí, Kuwait y el reciente régimen democrático de Irak). A los intereses sino-rusos no les queda otra opción, por eliminación, que acercarse a Irán. El régimen islámico de Irán, receloso de Occidente desde su fundación, necesita el respaldo de una superpotencia para poder llevar a cabo sus planes en política exterior a corto y medio plazo. El régimen chií de los ayatolas es un claro ejemplo del integrismo religioso al que combaten los principios fundamentales del Tratado de Sanghai, pero es necesario este matrimonio de conveniencia para que China alcance sus objetivos estratégicos en la zona. Las reservas de crudo iraníes, explotadas por los británicos décadas antes que sus homólogas del Golfo Occidental, comienzan dar visos de agotarse en un breve período de tiempo. El poder estratégico iraní (y su proyección al resto del mundo islámico chií) reside en su status de potencia productora de petróleo. Ante la perspectiva de agotamiento de sus pozos, el régimen iraní ha comenzado en los últimos años a mostrar más hostil de lo habitual con sus vecinos del otro lado del Golfo. Son habituales las pequeñas escaramuzas marítimas por la jurisdicción de aguas territoriales en los alrededores del estrecho de Ormuz con sus vecinos o las ofensivas declaraciones de Mahmud Ahmadineyad contra Occidente y sus “regímenes títeres” en la región. No pasan desapercibidos los grandes esfuerzos que el gobierno iraní está realizando para superar los obstáculos diplomáticos e internacionales que le impiden desarrollar un programa nuclear propio. Dicho programa está justificado por el gobierno iraní como una alternativa energética pacífica ante la cada vez mayor escasez de los pozos petrolíferos nacionales. Sus vecinos no lo ven así, como tampoco una gran mayoría de la comunidad internacional, que observan con recelo la posibilidad de que Irán pueda enmascarar un programa militar detrás de sus intenciones pacíficas con el objeto de conseguir armas atómicas con los que amenazar, e incluso atacar, a los demás países vecinos de la ribera del Golfo, mucho mejor dotados en armamento convencional moderno gracias a sus relaciones con Occidente pero carentes de arsenal nuclear disuasorio. El grupo de presión sino-ruso está interpretando un importante papel en la gestión de esta crisis. Desde sus asientos en el Consejo de Seguridad de la ONU están obstaculizando veladamente la posibilidad de aprobar resoluciones restrictivas al desarrollo del programa nuclear iraní, que sigue adelante en la actualidad, ignorando las amenazas de la comunidad internacional.

La OCS-TS, y sobre todo China, necesitan que Irán gane peso en la región. Una posición iraní fuerte en el Golfo beneficiaría los planes sino-rusos en dicho escenario, planes que se ven reforzados también gracias a la cooperación de Pakistán, tradicional aliado chino. 

La OCS-TS también muestra interés por acercarse a determinados países de otras zonas que, aunque no pretenda incorporar a su esfera de influencia, si que pretende ganar como futuros aliados para su causa. Estos Estados se encuentran dentro de lo que se ha venido conociendo de forma sensacionalista en la prensa norteamericana como “Eje del Mal”. Como miembros de dicho grupo ya hemos nombrado a Corea del Norte e Irán, pero también debemos nombrar a Venezuela y la ALBA, sino como aliados sí como colaboradores “moderados” de Rusia y China.  Así como el bloque occidental pretende acercarse a India y a los miembros de la ASEAN como posibles aliados en un futuro, el bloque sino-ruso está realizando maniobras similares en el “patio trasero” de Norteamérica. La Alternativa Bolivariana para los pueblos de nuestra América es una organización internacional que pretende construir una estructura organizativa similar a la OCS-TS en el área de Latinoamérica y Caribe bajo el auspicio de Venezuela y de los demás gobiernos “socialista-bolivarianos” de Sudamérica. La ALBA tiene unos objetivos similares a la OCS-TS, organización en la que claramente se ha inspirado a la hora de estructurarse. Los objetivos de la ALBA pasan por el desarrollo de estrategias de libre comercio y de desarrollo económico, estableciendo incluso un modelo de unidad monetaria común. Pero no hay que obviar que el siguiente paso que pretende afrontar la ALBA es establecer una política común de seguridad.

Pese al escaso número de Estados que componen el área de Latinoamérica y Caribe, las posturas de los mismos se encuentran muy fragmentadas. Venezuela, bajo el gobierno del régimen bolivariano-chavista, pretende erigirse como director principal del bloque sudamericano en su consecución de la “Revolución Socialista Bolivariana”. Los sueños de grandeza de Hugo Chaves Frías y de su movimiento político persiguen convertir a Venezuela en una potencia regional gracias a su producción de petróleo y su herencia ideológica. Son muchos los gobiernos de tinte progresista que parecen seguir y participar del proyecto, desde la Cuba castrista hasta la Bolivia de Evo Morales, pasado por el Ecuador gobernado por Rafael Correa. La consolidación de este bloque no está garantizada exclusivamente por el peso ideológico del chavismo sino también por las crecientes ayudas económicas y energéticas que dichos Estados reciben de Venezuela. Aún así, Sudamérica sigue mostrando posturas enfrentadas, en las que son varios los Estados dispuestos a erigirse como principales valedores internacionales en la región. Brasil es también una de las llamadas potencias emergentes, con un potencial económico e industrial mucho mayor que el de Venezuela. Aunque el anterior gobierno de Lula da Silva mostraba ciertas simpatías hacia las tendencias bolivarianas, el desarrollo alcanzado durante los años de gobierno de Lula da Silva ha hecho que Brasil comience a plantearse objetivos en política exterior mucho más ambiciosos e independientes bajo el mandato de su sucesora, Dilma Rousseff. Parece que Brasil será por fin el candidato más firme a convertirse en superpotencia sudamericana a medio plazo. No debemos obviar los intentos de acercamiento de Estados Unidos hacia Brasil con el fin de lograr importantes acuerdos bilaterales económicos, ni la postura amistosa de Rusia y China al brindarle la oportunidad de participar en el foro de las potencias emergentes (BRIC). Aunque Chile, gran aliado del bloque occidental, y la imprevisible Argentina liderada por Cristina Fernández puedan ser considerados como economías emergentes, parece ser que la baza por atraerse a la región latinoamericana a su área de influencia no pase por ellos, ni siquiera por Venezuela y su ALBA, sino que pasa directamente por Brasil. 

En el anterior ejercicio señalaba las posibles causas que podrían estar conformando en la actualidad las bases para un posible mundo multipolar. Parece que las tendencias de las distintas potencias tradicionales y emergentes nos empujan a creer en esa alternativa de futuro. Sin embargo, los años del unipolarismo estadounidense tocan a su fin y surgen serios candidatos a rivalizar con el gran hegemón mundial por su dominio estratégico. Los objetivos de la política china parecen mostrarse claros, pese a que se encuentren ligeramente camuflados dentro de los principios de transparencia que aparecen en su Estrategia Nacional de Seguridad y en los artículos del Tratado de Shangai. La política exterior china sigue una evolución lógica, acorde a su postulado como gigante demográfico, industrial y económico, hacia una firme candidatura a disputarle el puesto como gran hegemón a Estados Unidos.

La estrategia china parece basarse en la defensa y establecimiento de un sistema multipolar, cuyo funcionamiento se centraría en foros económicos y de debate donde poder interrelacionar con otros actores implicados en sus objetivos o intereses. La propia OCS-TS ha sido fundada según esos patrones, así como el gran foro económico Asia-Pacífico, donde las grandes potencias de la cuenca pacífica y los demás países ribereños se reúnen periódicamente para tratar cuestiones económicas y comerciales.

Aunque pueda parecer como fin mismo el que China pueda conformarse con un trato igualitario con respecto a las demás grandes potencias en temas relacionados con el ámbito económico, político o militar, todo apunta a que el planteamiento estratégico de sistema multipolar tan fomentado por China no sería más que un paso transicional en una evolución forzada donde China, consciente de sus grandes capacidades, pretende dejar atrás a sus posibles rivales regionales y globales para situarse en posición de amenazar la hegemonía occidental-norteamericana, volviendo a un sistema bipolar clásico similar al de la Guerra Fría. Esas parecen ser las intenciones más claras del establecimiento de la OCS-TS, sentar las bases de un nuevo bloque oriental sino-ruso (más chino que ruso, desde luego) que pueda extender su influencia a escala global, planteando más que un nuevo sistema basado en una doctrina ideológica, en una nueva doctrina económica-comercial. ¿Será China el próximo hegemón? La respuesta aún no está definida, lo único que parece claro es que no tardaremos mucho tiempo en descubrirlo.


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