Revista Sociedad

Pshhhh. Silencio

Publicado el 22 agosto 2017 por Salva Colecha @salcofa

Esos días andaba escarbando,  como gallina en un corral, por esos posts que quedan olvidados en la noche de los tiempos. Creo que rebobinando con un boli Bic igualito que las casettes  de antes (que viejo soy),  Pshhhh. Silenciouno puede ver hacia donde se le ha ido “la pelota” e intentar enderezar el rumbo (si es que se quiere porque la verdad es que parece que me gusta bambar sin rumbo aparente). Estaba en esto cuando he caído en que ya llevamos casi CINCO años juntos, que me han pasado a la velocidad del rayo como siempre que estás con gente a la que aprecias. ¡Oye,  que en estos tiempos en los que vivimos a salto de mata y a “corre corre” es muchísimo!. Por eso quisiera daros las gracias por aguantarme, vaya esto por delante.

He estado fuera, de vacaciones según algunos, perdido según otros y  de desintoxicación según yo mismo. La verdad es que no ha ido mal eso de tomar las de

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Villadiego huyendo del mundanal ruido, vuelvo con mejor cara, ganas y algún proyecto loco. Tan solo me queda la espinita en el corazón por haberme quedado con las ganas de tomar un café -con mucho hielo, por favor- con dos amigos (@MiguelAMakazaga y @e13sirio) a los que me hubiese encantado “desvirtualizar” como estaba previsto en el guión antes de que cambiase a última hora. Intentaré hacerlo en breve.

Pero lo mejor de todas esta vacaciones es el haber tenido momentos para reconciliarse con el silencio y la paz del alma. Una de las mayores joyas perdidas en esta sociedad llena de ruido y que nos está volviendo locos. He conseguido momentos en los que sentir esa

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sensación que parece reservada a los potentados que pueden pagarse una isla desierta para hacernos los dientes largos después. Sabes de que hablo, es esa sensación de escuchar el silencio de las montañas, un silencio atronador que te llega al alma, que llega hasta a incomodar hoy en día que nos hemos vuelto adictos al ruido de todo tipo. Ya no somos capaces de permanecer tranquilos en un lugar viendo el vaivén de las hojas mecidas por el viento sin que las manos se nos vayan a los bolsillos para coger el móvil, colgarlo en Instagram y contárselo a todo el mundo, no sin antes consultar tropecientos mensajes. Nos hemos convertido en seres que no reflexionan porque nuestra aceleración nos lo impide. Vivimos inmersos en la escandalera y hasta hay gente que necesita del ruido para poder dormir. Tememos al silencio, no vaya a ser que escuchemos una voz interior que le diga “Hola, soy Tú” y no nos guste.

Vivimos inmersos en el ruido físico y mental, abarrotados de mensajes, publicidad, escandalera de todo tipo. 

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Vivimos abrumados de información y de desinformación a partes iguales presionados porque parece que hay que tener una opinión inmediata sobre todo. No nos da tiempo a reflexionar y así nos luce el pelo. Hay veces que pienso si no nos controlarán el pensamiento a base de marearnos y que el nuevo silencio de las dictaduras no sea el “A CALLARSE” sino justamente lo contrario, montar una escandalera tal que al final no se oigan nuestras voces. Nada, tonterías mías.

Vivimos corriendo, sin pararnos a pensar que igual esta velocidad impuesta no es más que una forma más de manipulación, a base de postverdades (vamos, los bulos de toda la

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vida) de los que hemos tenido ejemplos para aborrecer estos días gracias a la mezquindad de los “massmedia” que no entienden que si no tienes nada decente que contar es mejor callarse que intoxicar y se limitan a bombardearnos con noticias e imágenes de morbo innecesario propias de los tiempos de “El Caso” y que no hacen más que dejar en evidencia una falta de profesionalidad y ética que “tira p’atrás”. Pero por suerte también pudimos ver la grandeza de las personas anónimas que se volcaron para aportar su granito de arena. Personas que han visto sus actos silenciados por el ruido mediático, por el afán de emitir tropecientas informaciones por segundo para que no seamos capaces de procesar nada.

Después de estos días creo que he aprendido que, de vez en cuando, es estrictamente necesario apagar maquinas, sentarse en un banco a ver pasar la vida, salir a pasear, ir a

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correr, quedar con los amigos, mirar el paisaje o mejor todavía, quedarse mirándonos a los ojos para poder reconectar con el alma de aquellos con quién compartimos la vida y ya ni los vemos. Es necesario recuperar el silencio para valorarse a uno mismo. Deberíamos recuperar esos tiempos de silencio en los que, aparentemente no hacemos nada pero que reconstruye nuestros cerebros tocados por la velocidad. Recordemos que hubo un tiempo con silencio, deberíamos recuperarlo,  aunque sea un ratito al día. Nuestra cordura lo necesita.


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