Puerto Montt

Mi querido Puerto Montt… Es una ciudad de paso para bajar a los glaciares de Chile, la Patagonia chilena, a la isla de Tenglo, el archipiélago de Chiloé, coger la carrera Austral o hacer un estudio de los dentistas por el mundo. Yo me decido por la última opción y cuando mi dentista se pone a berrear Shakira mientras me acaba la endodoncia que empecé hace un par de meses sé que no me he equivocado. Aunque para llegar a ella tengo primero que pasar por el filtro de una recepcionista que no entiende mi acento y un dentista general con cariño especial a los Barceloneses porque su ex es de allí. Cuando la conozco no me dejan de extrañar las costumbres. Aunque ya en Santiago me había dado cuenta que los chilenos saludan con un beso no me deja de extrañar que ambos dentistas se presente con un beso en la mejilla. ¿Me he vuelto muy inglesa o es que realmente es raro que un dentista que no conozco de nada me dé un beso en la mejilla? Cuando salgo de la primera sesión me da su número teléfono móvil repitiendo por quinta vez que la llame al día siguiente. En mi segunda visita a la clínica, el dentista general me reconoce mientras estoy en la sala de espera, me llama por el nombre, se para frente a mí y me da un beso en la mejilla mientras yo muero de vergüenza y el resto de gente nos ignora completamente. Las aventuras de yo y mi molar (https://www.youtube.com/watch?v=cqVOqiaw8vI) número 30 las dejo para otro capítulo que seguramente titularé La historia interminable.

De momento pruebo el Mote con Huesillos típico de Chile y aprendo vocabulario. Si algo estoy aprendiendo en este viaje es a utilizar los sinónimos y localismos varios. Por ejemplo si a los dos minutos de conocer a alguien te dice “Anda loca” no es que te considere que estás loca, bueno un poco, pero principalmente quiere decirte que “No pasa nada” o “De nada”. Si te intentan vender jugos no saques el espray de pimienta, sólo ofrecen zumos naturales exprimidos. Y si después de hacer la compra te preguntan cómo quieres cancelarla no les mires con cara de “Estás loco?” sólo quieren saber si vas a pagar en efectivo o con tarjeta. La entrada liberada es entrada gratuita. Los auriculares los audífonos. Fresa, frutilla. Y finalmente, si te sonríen y te dicen “Que bueno” es que no han entendido nada de lo que acabas de decir.

La ciudad está plagada de mochileros que entran, salen y esperan en la terminal junto al océano. De eso se aprovechan los lugareños que colocan hasta cuatro mercadillos “artesanales” junto al paseo y un montón de gente con mantas en el suelo vendiendo cualquier cosa imaginable. Por 1000pesos (1’5€) puedes tomar zumos (jugos) naturales que exprimen frente a ti, tardo menos de 24h en que la gente del puestecito me reconozca. Mirando al mar está la escultura de los enamorados y de espaldas al océano varios bustos de militares famosos.

A las afueras está Angelmó. Cuando a mediodía los pescadores ya han entregado el pescado que venderán se quedan en las barcas intentando convencer a los turistas a gritos para darles una vuelta en su barca bordeando la isla de Tenglo.

Cuando me acerco a ver las barcas veo un monstruo marino que golpea el agua, se revuelve, hace ruidos y se lanza ferozmente a por un trozo de pescado que alguien ha tirado desde arriba. Por un momento me olvido que me entienden y en voz alta exclamo un “Qué rayos es eso?!” Alguna vez habéis visto un león marino a menos de dos metros sin valla de seguridad? No? Pues impresiona cuando se lanza a por el pescado crudo y piensas que eso podría ser tu brazo. El perro que hay conmigo en la orilla no parece tan impresionado y se pelea por los trozos de pescado que caen a su alcance. Al lado de los barcos hay un mercado de marisco y pescado fresco, fresquísimo, restaurantes que lo cocinan y todavía otro mercado de artesanía. En las tiendas más nuevas que se han instalado en la carretera de Port Montt a Angelmó se puede ver como las mujeres tejen los gorros, jerséis, guantes y demás ropa de lana que luego venderán a los viajeros y turistas que se acercan. En la misma calle pero en la acera de enfrente hay una tienda muy amplia que vende postales, lanas, ropa, juguetes etc. El vendedor es un chileno que lleva toda su vida ahí pero con decir “Gracias, así no tengo que dar la vuelta” no sólo te reconocerá como española sino que te preguntará si te llamas “Montserrat” porque eres catalana. Sin dudar. Y yo convencida que mi acento catalán quedaba disimulado entre mi gramática inglesa y mi tiempo fuera del país.

En un sólo día paso de 3ºC por la mañana a 27ºC al mediodía, no sé si me engañaron cuando decían que en el hemisferio sur ahora es verano o es que alguien se está divirtiendo con el termostato. Paseo hasta el mirador donde me preguntan por el horario de autobuses porque ¿Si no eres de Puerto Montt por qué ibas a subir hasta aquí? Aprovecho los días de descanso y el mejor internet que he tenido en meses para organizar el resto del viaje por Sudamérica y decido que voy a cruzar todo el continente americano de Sur a Norte.

Cuando el autobús me saca de Puerto Montt alguien coge la guitarra y se pone a cantar una balada a la ciudad. Seguramente hace unos años Puerto Montt sería un lugar encantador pero ahora tiene un Mc Donalds, un Telepizza, una decena de supermercados, dos centros comerciales, una base del ejército, muchos perros sueltos, varios borrachos habituales durmiendo la mona al mediodía y mucha gente de paso.