Revista Educación

¿qué espera el maestro de los padres?

Por Mónica Soldevila @mosolvi

Un profesor trabaja para la eternidad; nadie puede predecir dónde acabará su influencia.

H. B. Adams

profesora

- Mónica Soldevila -

Mi entrada de hoy viene motivada por una nota que una tutora recibió de unos padres de un alumno de quinto curso. La nota llegó como respuesta a una comunicación de la tutora. Aquel mensaje sorprendió negativamente a todos los profesores del centro. Y nos hizo pensar. Especialmente a mí, que era la directora en aquel momento.

Me vinieron a la mente una serie de preguntas: ¿Qué creen los padres que esperamos de ellos? ¿Es que los padres se toman las comunicaciones como un ataque personal? ¿Por qué esa necesidad de justificarse ante el maestro? ¿Son conscientes los padres de que sus hijos, en muchas ocasiones, mienten para librarse del castigo?

La comunicación de la profesora a los padres decía:

“Alberto hoy no ha hecho las tareas de la pizarra en su libreta porque decía que no tenía la libreta. Cuando me he dado cuenta ya se había terminado la clase y no las ha podido hacer. Las tareas no tienen importancia, pero tendría que habérmelo dicho para buscar una solución”.

La respuesta de los padres:

Alberto dice que no tiene libreta porque se la han robado. En ese colegio desaparecen cosas. No ha dicho nada porque hay profesores que castigan si pides una hoja. No obstante, hoy se ha pasado la tarde castigado sin salir a jugar y le ha fastidiado un montón.

Aquí vuelvo a plantear el título de esta entrada: ¿Qué espera el maestro de los padres? Pues en este caso, un: “Gracias, ya hemos hablado con él”, hubiera sido más que suficiente. Especialmente si eres tú quien ha pedido al centro que se te informe de todo porque el niño está entrando en la preadolescencia y notas que a veces dice mentiras.

No importan los motivos que hayan llevado al niño a quedarse callado en clase sin hacer las tareas. Probablemente ni él lo sepa. Lo verdaderamente importante es que aprenda a ser una persona responsable de sus actos. La probabilidad de que te roben la libreta es muy pequeña. De hecho todas las libretas aparecen tarde o temprano. En cualquier caso, aun siendo verdad que al niño le han robado la libreta, todos sabemos que la solución no está en dejar de hacer los ejercicios. Con ello solo se perjudica a sí mismo. Los padres debemos hacer ver al niño que los profesores están ahí para ayudarle. Que los padres y la escuela están siempre en contacto por su propio bien.

Personalmente estuve preguntando a los niños qué profesor castigaba si le pedías una hoja y cuál era el tipo de castigo que imponía. Resultó ser mentira, los niños estaban continuamente pidiendo hojas a su profesora. Era una excusa del niño para evitar el castigo de sus padres que solía ser desmesurado.

Una situación bien distinta hubiera sido que tu hijo te dijera:

“Hoy no encontraba mi libreta para hacer un ejercicio de la pizarra, he pedido una hoja al profesor y me ha castigado”

Esta sería una buena ocasión para ir a preguntarle al maestro. Ya que el niño por iniciativa propia te está explicando un problema que ha tenido en el colegio. Además habría hecho lo correcto; buscar una solución a su problema. Esto demostraría una gran madurez.

Nuestro hijo tiene derecho a equivocarse y a cometer errores, es algo que nos ocurre a todos, pero debe aprender a asumir esos errores con responsabilidad, buscando soluciones prácticas y siendo consecuente con sus actos.

Debido al gran sentido de la justicia que tienen los niños, cuando las normas y sus correspondientes castigos les son explicados de un modo claro, éstos suelen aceptar  el castigo sin resistencia y sin mentir.

Y por último, el final de la nota, la parte más dolorosa para el maestro: “hoy se ha pasado la tarde castigado sin salir a jugar y le ha fastidiado un montón”.

Los profesores no necesitamos ver “sangre”. No nos sentimos aliviados por saber que un niño ha recibido un buen castigo. De hecho, el castigo mal aplicado empeora la situación. Nunca se debe imponer un castigo a un niño sin un aviso previo. Las normas deben ser claras. En este caso lo mejor que le puedes decir a tu hijo es:

“No me parece que dejar de hacer los ejercicios solucione el problema. Si no encuentras la libreta en ese momento debes pedir una hoja o cogerla de tu carpeta”.

Y adviértele:

“Si vuelves a dejar de hacer un ejercicio de clase te quedarás en casa y no podrás bajar a jugar con tus amigos”

Y por supuesto, una vez hecha la advertencia, cúmplela.

Es a los padres a quienes corresponde poner límites. A menudo encontramos padres que no ponen límites a sus hijos porque no es nada fácil. Además “disciplina” y “autoridad” se identifican con castigo, imposición y represión. Se confunde “autoridad” con “autoritario”.

“Autoritario” significa despótico; “autoridad” viene del latín “augure”, que significa ayudar a crecer. Los padres deben educar con autoridad para ayudarles a madurar, a ser autónomos, a tomar decisiones con determinación, a ser personas libres, es decir, a crecer en todos los aspectos.

Los niños educados sin límites suelen desarrollar una personalidad manipuladora; son más egocéntricos, egoístas, intolerantes y caprichosos. No aceptan el “no” por respuesta y piden las cosas a base de exigencias y amenazas. Son personas que se enfadan y discuten con frecuencia; culpan a los demás de sus problemas y no toleran la frustración.

  • Si tu hijo supiera expresarse como un adulto te diría, papá, si quieres ayudarme a crecer:
  • No me des todo lo que te pida. A veces solo pido para ver cuánto puedo conseguir.
  • No me grites. Te respeto menos cuando lo haces, y me enseñas a gritar a mí también y yo no quiero hacerlo.
  • No des siempre órdenes. Si en vez de darme órdenes me pidieras las cosas, yo lo haría más rápido y con más gusto.
  • Cumple las promesas, buenas o malas. Si me prometes un premio dámelo pero también si es un castigo.
  • No me compares con nadie, especialmente con mi hermano o hermana. Si tú me haces parecer mejor que los demás alguien va a sufrir; y si me haces parecer peor que los demás, seré yo quien sufra.
  • No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Decídete y mantén esa decisión.
  • Déjame valerme por mí mismo. Si tú lo haces todo por mí, yo nunca podré aprender.
  • No digas mentiras delante de mí ni me pidas que las diga por ti. Me haces sentir mal y perder la fe en lo que me dices.
  • Si hago algo malo no me exijas que te explique por qué lo hice. A veces ni yo mismo lo sé.
  • Cuando estés equivocado en algo, admítelo y crecerá la opinión que yo tengo de ti. Y me enseñarás a admitir mis equivocaciones.
  • No me digas que haga una cosa que tú nunca haces. Yo aprenderé y haré siempre lo que tú hagas, aunque no lo digas; pero nunca haré lo que tu digas y no hagas.
  • Trátame con la misma cordialidad y amabilidad con que tratas a tus amigos; ya que porque seamos familia, no quiere decir que no podamos tratarnos respetuosamente.

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