Revista En Femenino

Que la suerte te acompañe

Por Mamaenalemania
Dentro de unos días, cuando los sistemas inmunológicos de mis polluelos hayan conseguido desalojar los bacilos que los habitan, lo negaré todo. Y no me vengan luego reclamando, porque pienso ser implacable.
Pero, aquí y ahora, mi actual conyuntura - y eso que desde el lunes evito asomarme al espejo - me empuja a revelarles un ojcuro secreto que compartimos casi todas las madres de familia numerosa.
Y es que, aunque no lo parezca e incluso alardeemos con asiduidad de lo contrario, las paridoras múltiples tendemos al autoendiosamiento constante.
Ruego procedan a desfruncir el ceño y relajen su labio superior, que con gusto les matizo de inmediato mi aserto en croquis.
Verán, tener un mínimo de tres - y un máximo de allá cada una - infantes a cargo, no es flema de pavo. No lo es uno sólo, pues figúrenselo por tripitido.
Supóngome ahora que no les costará imaginar la fascinación con la que las progenitoras de tercetos acabamos nuestras habituales jornadas maratonianas. El amaravillamiento que nos invade al comprobar, extenuadas, que todos han desayunado algo, que han salido de casa con su ropa - o, por lo menos, la del hermano más afín en lo que a tamaño se refiere - y con zapatos, que han ingerido algo de fruta o verdura - pese a haber ocurrido esto bajo amenaza -, que no se han abierto la cabeza por siete sitios y que roncan con placidez a una hora decente, es indescriptible.
Si, además, logramos ponerles crema semanalmente, llevamos el calendario de vacunación al día y nuestra higiene personal no deja demasiado que desear, el pasmo inicial va dejando paso, discreto, a una soberbia contundente.
Debo ser la leche, pensamos con satisfacción arrogante, un ser extraordinario, una fuera de serie. Y así hasta el infinito.
Mas no vayan a pensar que este delirio nos dura en exceso, qué va; porque suele ser la misma vida, esa que gusta de cribarnos las ilusiones y golpearnos las ínfulas con cierta periodicidad, la que se arroga el bajarnos de la parra y evocarnos la importancia del azar. Lo que se conoce como un zas en toda la boca, vamos.
Así, un día de esos en los que a alguna de nosotras se nos ocurre contoneamos con garbo entre infantes indispuestos, regodeándonos por nuestra germana eficacia repartiendo dosis adecuadas de apiretal y carantoñas, el benjamín de la casa pide caca. Con mimo y prontitud, me dispongo a sujetar al churumbel sobre el retrete y con paciencia espero a que libere la boñiga, cuando, de pronto, los gritos aterrorizados del mediano avisan desde el piso inferior que el mayor está gomitando.
Rauday veloz, abandono al del Rizo en dudoso equilibro y con la deposición a medias, para sacar al mayor de la charca grumosa que él mismo se ha regurgitado encima y que, por desgracia, ya ocupa medio salón y parte de la cocina. No pises eso, es lo único que atino a decirle a un azorado Destroyer, antes de desaparecer escaleras arriba con el propósito de introducir al primogénito bajo la ducha y comprobar que el pequeño sigue defecando en el lugar que le corresponde.
Es entonces cuando un ¿mamá? impaciente me augura una fatalidad, que se confirma al seguirle, en el mismo tono atribulado, que me cagau en los platanones.
Por pudor y consideración hacia ustedes, evitaré detallarles las dos horas siguientes. Sólo diré que acabamos todos en la bañera a mediodía y que tuve que fregar - y perfumar - la casa entera varias veces. Tres más al caer la tarde.
Sepan que de la altivez que supuraba las últimas semanas no queda nada y que tardaré bastante en olvidar el remojón de humildad. Lo que espero recordar por siempre jamás es que la suerte es celosa y se vuelve despiadada cuando le desdeñamos los méritos y no le reconocemos nuestra ineludible dependencia.

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